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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Indicador Político lunes 9-noviembre-2009

INDICADOR POLITICO

+ SME contra libertad de prensa
+ Exigen renuncias y sumisión

Carlos Ramírez

Agobiados por la pérdida de credibilidad social y desprestigiados por la imagen social de beneficiarios abusivos de los recursos del Estado, los dirigentes del Sindicato Mexicano de Electricistas han puesto en marcha una operación para reprimir la libertad de prensa en los medios, exigir renuncias de comunicadores críticos y revalidar el pensamiento político único.
Con el argumento autoritario de que objetividad periodística significa el apoyo acrítico a sindicato y a su líder y el cierre de los espacios a los grupos de oposición interna sindical, brigadas del SME se organizaron en verdaderos fascios violentos para intentar tomar por asalto las instalaciones de Milenio Televisión. La intolerancia política del radicalismo sindical se definió con claridad: no el acceso al medio sino la exigencia de renuncia del columnista y conductor del noticiero Ciro Gómez Leyva.
Lo interesante del asunto fue el debate, transmitido al aire, entre una comisión de ocho sindicalistas con el director editorial de Milenio Carlos Marín. Ahí se percibió el aire autoritario, censor, represivo de los sindicalistas. Marín invitó a uno de ellos que pasara al noticiero de Gómez Leyva y todos se negaron. Un par de días después, el dirigente Martín Esparza dijo que no asistirán a los noticieros de Milenio hasta que no existiera objetividad. Claro, la objetividad al estilo SME: no criticar las posiciones del sindicato y apoyar acríticamente su lucha.
Lo peor del asunto radica en el hecho de que el SME ha formado brigadas de choque violento para amedrentar a los medios de comunicación electrónicos que no se someten a las políticas autoritarias de comunicación del sindicato. Hace unos días quisieron tomar por asalto la cabina de transmisión de Joaquín López Dóriga en Radio Fórmula, al grado de obligarlo a suspender su noticiero y cambiar de cabina. El grupo que agredió a Milenio no buscaba equidad informativa sino que sus gritos fueron de exigencia de la renuncia de Gómez Leyva, de insultos contra el medio y de intimidación a los periodistas, como en los tiempos del priísmo autoritario.
En el fondo, el SME no anda en busca de equidad informativa. Por ejemplo, López Dóriga abrió como nadie sus micrófonos a Esparza antes de la liquidación de la empresa, pero luego el líder sindical quería más bien que no se criticara al sindicato y sí al gobierno federal. Las hordas sindicales contra los medios se han dedicado a intimidar el ejercicio de la crítica. Como en ningún caso similar, el SME ha encontrado amplio espacio en medios, algo con lo que soñó, por ejemplo, Rafael Galván cuando el secretario del Trabajo del gobierno de Echeverría, Porfirio Muñoz Ledo, maniobró para liquidar a la Tendencia Democrática de los electricistas.
Lo que busca el SME es censurar a los medios. Los electricistas en Milenio se enojaron cuando Carlos Marín, maestro de periodismo y autor de un manual de periodismo que es obligatorio en las escuelas de comunicación, les dijo que la objetividad no existía. Uno de los sindicalistas se molestó y le dijo que él mismo había estudiado ciencias de la comunicación. Y Marín le replicó sus dudas de que la comunicación fuera una ciencia. Ahí volvieron los sindicalistas a las agresiones.
Los grupos del SME son expresiones del modelo López Obrador de comunicación: sólo los que lo elogian son los buenos y los que lo critican pertenecen, obviamente, al bando de los malos. En algunos de sus mítines zocaleros, López Obrador azuzó a las masas contra los periodistas que lo criticaban y hubo incluso algunos insultos y agresiones contra ellos. Ahora el SME ha tomado ese mismo camino de represión de la libertad de prensa, muy al estilo de las viejas prácticas autoritarias de la izquierda estalinista represiva.
Esta semana se van a agudizar las intimidaciones del SME contra programas de radio y televisión, como si con ello realmente lograran contener la crítica. En todo caso, la pérdida de credibilidad sindical fue producto no sólo del alejamiento del sindicato de las causas populares y la transformación de sus agremiados en beneficiarios de las prestaciones salariales sin derrama social, sino de la ausencia de contenido político y de clase de su lucha. Los trabajadores del SME quieren recuperar su empresa, sin analizar la viabilidad de Luz y Fuerza del Centro y el camino del saneamiento que pasaba por un replanteamiento del papel del sindicato dentro de la empresa.
Las agresiones contra comunicaciones ajenos a cualquier parcialidad periodística --como Gómez Leyva o López Dóriga-- indican el grado de desesperación del liderazgo sindical de Martín Esparza y sobre todo la disminución de los valores sociales del SME. Y mandan el mensaje de que el sindicato ha escalado la violencia contra comunicadores por la falta de validez de sus razones. Los sindicalistas electricistas quieren acallar a la prensa que no se ha sometido a las reglas sindicales de comunicación acrítica.
Lo grave de todo es que el SME ha tratado de reprimir la libertad de expresión justo cuando los grupos opositores al sistema cuentan con espacios abiertos en los medios como nunca antes. La intolerancia ha sido siempre una mala consejera. Y sobre todo, la intolerancia no es sino el reflejo de la impotencia de las sinrazones y de la fuerza.

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