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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

domingo, 16 de mayo de 2010

Aclaración

Problemas con el acceso a la cuenta han impedido la puesta al día de la columa. Pero les recomiendo por favor que mejor consulten www.indicadorpolitico.com.mx. A partir de hopy, este espacio de blod será para comentarios del día, en tanto que la columna seguirá en su sitio. Muchas gracias.

martes, 4 de mayo de 2010

Indicador Político 4-mayo-2010 Martes.

+ Estilo salinista de Camacho
+ Oaxaca: ¿clima como 1994?

Carlos Ramírez

Fracasadas las alianzas con el PAN por tendencias electorales en contra, el estratega de la autodenominada izquierda ha regresado a las andadas en Oaxaca: como en los tiempos salinistas, Manuel Camacho Solís crea un conflicto y luego se ofrece como solución.
Pero Camacho Solís tiene muchas deudas pendientes en Oaxaca. Resulta que Camacho Solís puede ser señalado como corresponsable del conflicto de ruptura que tiene al estado sumido en una crisis de élites desde 1992, cuando el candidato salinista --y Camacho era operador de Salinas-- Diódoro Carrasco Altamirano arribó a la gubernatura por dedazo de Salinas, Luis Donaldo Colosio y Camacho.
Con Carrasco, en 1999, se rompieron los acuerdos de 1977 para repartir posiciones de poder entre las familias priístas del poder. Carrasco primero quiso imponer a su tío como sucesor, pero el entonces senador José Murat amenazó con irse al PRD y le quitó el poder a Carrasco. El conflicto entre los dos llevó a Oaxaca a disputas entre las élites priístas, las mismas hoy encabezan todas las fuerzas políticas locales. Por tanto, la crisis de Oaxaca es entre priístas y no por la democracia, ni la paz, ni la transición.
El candidato coalicionista Gabino Cue es posición de Carrasco, quien busca restaurar su cacicazgo político con el apoyo del PAN. Por eso Cue nada tiene de demócrata ni de transicionista porque representa intereses de grupos de interés. Y paradójicamente, uno de los grupos de interés es el que encabeza Camacho Solís.
En 1992 Camacho tuvo la oportunidad de demostrar su autodeclarada filiación de demócrata. Uno de sus colaboradores, Luis Martínez Fernández del Campo, creyó en el discurso de democracia interna de Colosio y se lanzó en una campaña abierta por la candidatura a gobernador, luego de haber sido diputado y senador. Pero Camacho en aquel año no era el demócrata que hoy dice ser sino un vulgar priísta-salinista de intereses oscuros; por eso aceptó sin chistar el dedazo de Salinas, a sabiendas de que con ello ayudaba a romper con la estabilidad política de Oaxaca. Camacho fue el encargado de decirle a Martínez Fernández del Campo que no creyera en la democracia y que aceptara el dedazo de Salinas.
Lo que antier lunes escribió Camacho en El Universal no es más que una muestra de su hipocresía porque su papel en 1992 ayudó a instaurar el cacicazgo de Diódoro Carrasco que hoy quiere revivir su Juanito Gabino Cue.
La crisis de Oaxaca del 2006 fue una expresión de la crisis de 1992 por el arribo del cacicazgo de Carrasco y de 1998 con la imposición del cacicazgo de José Murat. Camacho Solís es un investigador de temas políticos y por eso no debe ser tan fundamentalista al escribir sobre la crisis de Oaxaca como si no hubiera sido corresponsable. Paradójicamente, hoy el DIA y sobre todo Camacho están impulsando una candidatura que representa los intereses caciquiles de Carrasco y Murat, aunque con el disfraz de demócrata.
Se trata, es cierto, de otro Camacho. Por ejemplo, Camacho quiso capitalizar para sí mismo el conflicto de 1991 cuando el doctor Salvador Nava hizo una marcha por la democracia hacia el DF para denunciar irregularidades electorales en la votaciones para gobernador. Camacho buscó a Nava para venderle una salida política que beneficiaba a Salinas. Y luego quiso apoderarse de las crisis en Tabasco y Michoacán. Y todo con el afán de resolverle problemas políticos a Salinas y con ello ganar votos para la selección del candidato presidencial de 1994.
En este contexto, Camacho quiere montarse sobre un conflicto histórico en San Juan Comala y con ello inventar las condiciones de una nueva crisis, aunque con ello contribuya a azuzar los choques locales que nada tienen que ver con la elección local. Pero ante el fracaso y la derrota en todas las alianzas, ahora Camacho quiere vandalizarse y con ello incendiar Oaxaca para capitalizar políticamente la violencia ante la incapacidad de DIA para posicionar a su candidato, quien por cierto viene de la línea de violencia y represión indígena del gobierno de Carrasco, donde Cue fue operador político personal del entonces gobernador.
De ahí que Camacho haya regresado a su papel de creador de conflictos y luego presentarse como el solucionador de crisis. El candidato de la coalición camachista enarbola la bandera de la paz, pero ahora mismo está promoviendo la violencia. Pero no debe extrañar: Camacho logró en esa coalición la confluencia de todos los grupos violentos, insurreccionistas y rupturistas del 2006, los que quisieron por la violencia instaurar una comuna revolucionaria y autogestionaria en Oaxaca. Ya los “pacíficos” de la 22 de maestros y de la APPO han comenzado a incendiar nuevamente la precaria estabilidad en Oaxaca. Y detrás de esa estrategia se encuentra Camacho Solís, el arquitecto del proyecto salinista transexenal.
La gobernabilidad que ofrece Camacho para Oaxaca es la que lleva el sello salinista: corrupción, violencia, compra de lealtades, chantajes y la creación de un clima de inestabilidad de la que Camacho es experto porque contribuyó a la ruptura de la estabilidad en 1994 por sus ambiciones presidenciales de poder. A lo mejor Camacho quiere crear un 1994 oaxaqueño.

lunes, 3 de mayo de 2010

Indicador Político 3-mayo-2010 Lunes.

+ Obreros: tronó modelo PRI-CSG
+ Pacto histórico Estado-obreros

Carlos Ramírez

La iniciativa laboral del gobierno del presidente Calderón no logró redefinir un nuevo modelo de relación obrero-patronal pero eso sí obligó al sindicalismo priísta, al PRI y al PRD a atrincherarse en el modelo dependiente y tutelar del pasado.
El modelo de relación laboral que ya se agotó fue inventado por Lázaro Cárdenas con la organización de la CTM como sector obrero corporativo del PRI y del Estado, por la alianza Fidel Velázquez-Porfirio Muñoz Ledo para un sindicalismo subordinado al Estado a cambio de prestaciones y por la complicidad Carlos Salinas de Gortari-Francisco Hernández Juárez de 1990 para imponer la modernización y declinar beneficios a favor de la globalización económica neoliberal.
Históricamente, los sindicatos fueron subordinados a los intereses del Estado priísta, los revolucionarios y los conservadores. Los sindicatos que se opusieron a esos acuerdos y que anduvieron una línea de organización independiente fueron duramente reprimidos por toda la fuerza del Estado: ferrocarrileros, maestros, petroleros. Al final, todos los sindicatos convivieron con el Estado y el PRI porque tuvieron segura la protección tutelar. Por eso los desfiles del Primero de Mayo fueron siempre para agradecerle beneficios al “Señor Presidente”.
El sindicalismo modelo PRI fue dominado por Fidel Velázquez, pero con la complicidad de algunos de los que hoy desde la oposición se oponen a cualquier reforma laboral. La jugada es la misma: mantener a los sindicatos bajo la mano autoritaria del Estado priísta como un punto de equilibrio estratégico con los poderes fácticos patronales.
Por ello resulta patética la posición de Muñoz Ledo como diputado de la autodenominada izquierda petista-salinista-lopezobradorista agrediendo al secretario del Trabajo del gobierno de Calderón, cuando él como secretario del Trabajo de Luis Echeverría aplastó los movimientos democráticos de los electricistas y los universitarios porque querían ser independientes. Y como jefe de la autodenominada izquierda dialoguista --que sólo habla consigo misma-- está el Manuel Camacho Solís que como académico de El Colegio de México apoyó al sindicalismo independiente y criticó a Fidel pero luego como estratega salinista se postró frente al poder del gran cacique sindical para obtener su perdón porque quería ser candidato presidencial priísta en 1994.
Ahí se localiza precisamente la bulla del PRD y del PRI --los dos hijos del mismo venero corporativista del cardenismo-- para oponerse a cualquier decisión que quiera modificar el status laboral aún vigente del modelo sindicalista del PRI: el PRI porque quiere regresar a la presidencia en el 2012 y encontrar que todo siga igual y el PRD porque sobrevive del neopopulismo asistencialista priísta.
La reforma laboral ahora busca superar el acuerdo Salinas-trabajadores que operó el entonces secretario salinista alterno del Trabajo, Francisco Hernández Juárez, priísta antes y hoy… lo que sea y reconocido como el Fidel Velázquez del sindicalismo porque cumplió ya treinta y cuatro años de líder telefonista y de gran cacique del sindicalismo arropado por el PRD. El primero de mayo de 1990 la pareja Salinas-Hernández difundió un programa de ocho puntos para la “modernización” del sindicalismo. Lo importante no eran los puntos sino el hecho de que los líderes sindicales se sometían a Salinas.
La clave de ese acuerdo fue la aceptación sindical de dejar a un lado la confrontación callejera y las huelgas y garantizar el apoyo de obreros al Estado priísta en el periodo de declinación de conquistas sindicales por la decisión de Salinas de otorgarle al mercado el dominio de la actividad económica. Los sindicatos liderados por Hernández Juárez aceptaron el modelo Salinas, a cambio de convertir a los trabajadores en socios de las empresas vía la participación accionara. Salinas le entregó un porcentaje de acciones de Telmex al sindicato pero Hernández Juárez las revendió al patrón y prefirió su condición de explotado.
El debate de cualquier reforma se centra en el costo laboral en la producción. El ciclo del Estado como fuerza tutelar de los trabajadores se agotó cuando el Estado cedió la hegemonía al mercado. Asimismo, el sindicalismo perdió fuerza por el cambio estructural en el factor trabajo. Inclusive, como presidente del PRD, López Obrador puso como meta sindical la participación accionaria --propuesta Salinas-- de los trabajadores en las empresas.
El debate por la iniciativa de reforma laboral en el Congreso será aprovechado por el PRI para desempolvar los viejos discursos de Porfirio Muñoz Ledo como ideólogo priísta y sus propuestas de México como un “país de trabajadores” y del PRI como “un partido de trabajadores”, hoy, por cierto en un Partido del Trabajo que carece de trabajadores y se nutre del lumpen urbano, agrario y sobre todo político. Y será oportunidad para volver a sacar a las calles los membretes de la CTM, el congreso del Trabajo, a CROC y otros que vivieron a expensas del modelo priísta de liderazgo sindical corrupto.
Al contrario de Lampedusa, sindicatos, PRI y PRD no apoyan cambios para que las cosas sigan igual sino que no haya cambios para que las cosas empeoren.

domingo, 2 de mayo de 2010

Indicador Político 2-mayo-2010 Domingo.

+ México: crisis 1995-2010 (15)
+ Ezcurdia: teoría de la praxis


Carlos Ramírez


El Partido Revolucionario Institucional siempre fue un enigma, pero aún así se convirtió en un objetivo. En plena transición a la democracia, por ejemplo, el Partido Socialista Obrero Español dejó entrever su deseo de convertirse en “un PRI”. En los Estados Unidos se hizo un esfuerzo por analizar al partido del Estado en México pero los académicos e inclusive los analistas de inteligencia se dieron por vencidos ante la imposibilidad de poder abrir el ostión priísta.
En 1972 Daniel Cosío Villegas presentó al PRI como uno de los dos pilares básicos del sistema político mexicano e hizo el primer análisis histórico de su surgimiento. Luego, con gran rigor académico pero sin perder el espacio político, el investigador Luis Javier Garrido realizó la más profunda indagación histórica en su ensayo El partido de la revolución burocratizada. Luego vinieron los analistas de El Colegio de México. Pero aún así, el PRI siempre se convirtió en un enigma.
En 1968 se publicó un ensayo singular. El priísta, funcionario, politólogo, periodista, columnista e historiador político Mario Ezcurdia publicó el texto Análisis teórico del Partido Revolucionario Institucional (editorial Costa Amic, México D.F., 1968, 183 páginas) donde su método analítico fue quizá demasiado sencillo pero sin duda que complejo: intentar una evaluación del PRI a partir de la teoría política de los partidos, sobre todo el modelo de Maurice Duverger. Se trató, a decir de los editores, del primer “análisis sistemático y científico” del PRI.
La tarea no era menor. El PRI nació cuando la ciencia política de los partidos era prácticamente inexistente. A México la ciencia política llegó en 1950 y se explayó en 1951 con la fundación de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, posteriormente transformada en Facultad. Los primeros acercamientos al PRI se dieron en el mundo académico a mediados de los sesenta. Eso sí, los primeros intentos de aproximación al PRI ocurrieron a finales de los cincuenta y no propiamente en la academia sino en la política práctica: las caracterizaciones críticas que hicieron el Partido Comunista Mexicano y el PAN.
Por cierto, el PAN fue el que inventó la caracterización del PRI como el Partido-Estado o el Partido-gobierno. El acercamiento no estaba ajeno a la realidad, aunque faltó la metodología científica. Sin embargo, ahí comenzó la indagación sobre el PRI como el partido que duró en el poder de 1929 --como Partido Nacional Revolucionario-- al 2000. Y luego de la alternancia, el PRI demostró la certeza de aquella afirmación de Fidel Velázquez, el todopoderoso líder sindical, de que el PRI no era inmortal sino inmorible. Hacia el 2010 el PRI parece ser empujado por las encuestas hacia el regreso a la presidencia de la república, aún con muchas contradicciones internas y rupturas entre las familias priístas del poder.
De ahí la importancia del ensayo de Ezcurdia. Lo importante del texto radica no sólo en el contenido sino en el autor. Ezcurdia fue funcionario público y operó como jefe de prensa de la Presidencia de la República en el gobierno de López Mateos. Luego se dedicó a la columna política convirtiéndose en uno de los analistas más leídos. Asimismo, siempre estuvo vinculado al PRI y fundó y dirigió la revista teórica Línea, además de dirigir el periódico oficial El Nacional. En materia política, siempre estuvo en el grupo conocido como la izquierda nacionalista de la Revolución Mexicana. A ello agregó Ezcurdia una sólida preparación teórica de la ciencia política, al grado de que en los setenta tuvo una extraordinaria polémica con Cosío Villegas en torno precisamente del PRI.
El PRI nació en 1929 con la propuesta del presidente Plutarco Elías Calles en su IV informe de gobierno en septiembre de 1928 y como consecuencia del asesinato del general Alvaro Obregón, candidato presidencial triunfante. Obregón era el último de los grandes caudillos de la Revolución Mexicana. Su fuerza política le permitió modificar aliarse con Calles, imponerlo como presidente de la república en 1924 y luego obligarlo a modificar la Constitución para permitir la reelección presidencial luego de un periodo. La violación del principio de no reelección presidencial despertó luchas internas por el recuerdo vivo de Porfirio Díaz. El asesinato de Obregón en 1928 provocó el principal terremoto político al interior del grupo político que ganó la Revolución Mexicana y llevó al país a la orilla de otra guerra civil. Con astucia, Calles percibió la imposibilidad de su propia reelección y optó por una salida de enorme inteligencia política: crear un partido político nacional que agrupara a todas las corrientes y ser el garante de la unidad. Calles no necesitó la reelección y funcionó como el hombre fuerte del Partido Nacional Revolucionario y por tanto del grupo revolucionario. Así, Calles asumió todo el poder de 1928 a su exilio forzado por Lázaro Cárdenas en 1936.
Este periodo político del poder de 1928 a 1940 fue el de la consolidación del PRI como el partido del poder, del Estado, del gobierno, de la clase gobernante y de los grupos corporativos. A partir de 1940 el PRI comenzó a ser dominado no por un caudillo sino por el presidente de la república en turno. La clave de la fuerza del PRI radicó en el hecho de que el presidente de la república era simultáneamente en jefe del partido como en los sistemas parlamentarios, pero con reglas menos abiertas y democráticas. Al controlar el Ejecutivo y el presupuesto, el PRI tenía el control de los principales hilos de poder. El presidente de la república decidía, por asignación personal, todos los cargos de elección popular.
El PRI tuvo varias etapas: la de los caudillos (de 1928 a 1940), la de los sectores corporativos (de 1940 a 1946) y la del mando presidencial (de 1946 al 2000). Al perder la presidencia de la república, el PRI se quedó sin el instrumento de poder y de control. Y la posibilidad de recuperar la presidencia de la república ha enfrentado al PRI a regresar a las viejas prácticas piramidales, autoritarias y caciquiles. Nacido como PNR, el PRI se fue transformado por Lázaro Cárdenas en el Partido de la Revolución Mexicana y luego Miguel Alemán lo convirtió en el Partido Revolucionario Institucional.
El primer conflicto para encarar teóricamente el PRI viene del nombre: la contradicción entre revolucionario e institucional, dos términos antitéticos. Pero el sentido del nombre era el mensaje: no perder las raíces y orígenes vinculados directamente con la Revolución Mexicana pero dejar el mensaje hacia el futuro con el concepto de institucionalización. El PRI, decían no sin ironía analistas y no pocos priístas, se había bajado del caballo de la Revolución y se había subido al Cadillac de la modernización. Ciertamente el PRI siguió usando el lenguaje revolucionario, pero ya con un proyecto de nación ajeno propiamente a una revolución.
En este marco histórico sentó Ezcurdia su esfuerzo de teorización del PRI. Calles sin duda que no era un teórico de los partidos pero tuvo la suficiente inteligencia política para concebir un partido que juntara a todos los partidos, organizaciones y grupos revolucionarios bajo, claro, la conducción de una jefatura. Calles percibió las posibilidades cuando negoció con grupos obregonistas, burócratas, líderes del congreso y sobre todo generales revolucionarios la crisis que se provocó con el asesinato de Obregón. Por tanto, señala Ezcurdia, el PRI no nació de una base militante, ni de una ideología, ni de una clase. El PRI --y fue su primera aportación razonada-- nació desde el poder. Por tanto, la fuerza del PRI siempre estuvo asociada a la conservación del poder, primero presidencial y luego de los gobernadores y del Congreso.
En el fondo, el PRI no nació en torno a una doctrina sino más bien a una propuesta de un grupo en el poder. Cosío Villegas señala, con pragmatismo histórico, que el PRI nació para cumplir con tres funciones: “contener el desgajamiento del grupo revolucionario, instaurar un sistema civilizado de dirimir las luchas por el poder y dar un alcance nacional a la acción político-administrativa para lograr las metas de la Revolución Mexicana”. Ezcurdia hace un enfoque doble: un partido para la unidad de los grupos que sobrevivieron a la Revolución y defender la propuesta programática del programa de la Revolución. Aunque pareciera haber una similitud, Cosío Villegas enfatiza el pragmatismo y Ezcurdia el bagaje ideológico. El significado es diferente cuando se enfoca desde fuera como Cosío Villegas y cuando se analiza desde dentro como Ezcurdia.
Aunque hace una revisión exhaustiva y puntual de las teorías sobre los partidos políticos, Ezcurdia suele terminar sus análisis parciales con el argumento de que las teorías y metodologías no alcanzan para enfocar el análisis teórico del PRI. Sin embargo y sin desdeñar las argumentaciones académicas, Ezcurdia reconoce la principal fuente de nacimiento del PRI: el poder público. Así, Ezcurdia presenta su primera conclusión tratando de ajustar la práctica a la teoría: “el PRI, por sus orígenes, puede clasificarse como un partido endógeno --nacido del poder público--, exógeno --originado en asociaciones de ex combatientes y en sindicatos de trabajadores-- y de motivación programática”.
La parte más difícil del análisis de Ezcurdia es la función de un partido nacido del poder político para facilitar la gobernación de ese poder político con la existencia de otros partidos. El PRI fue partido dominante y hegemónico, pero no único. Inclusive, en el discurso de Calles el primero de septiembre de 1929, cuando da la bienvenida al PRI, también le corre la cortesía a la derecha para que se organice como partido. El PAN nació en 1939 de funcionarios del área económica de los gobiernos de Obregón y Calles. El PRI y el PAN eran los dos partidos políticos como tales. El Partido Comunista Mexicano, nacido en 1919, obtuvo su registro legal en 1978. Antes existió el Partido Popular, fundado por Vicente Lombardo Toledano y un grupo de militantes salidos del PCM y de los sectores progresistas del PRI, pero después transformado en Partido Popular Socialista, con una especie de marxismo tolerado y hasta funcional al PRI, pues el PPS tuvo siempre como candidatos presidenciales a los del PRI. Asimismo, funcionó también como apéndice del PRI el llamado Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, fundado por el jefe de ayudantes de Venustiano Carranza. El PPS y el PARM hacían el juego de parodia al sistema de partidos dominado por el PRI.
Este sistema controlado de partidos funcionó hasta 1978. La crisis de legitimidad del sistema de partidos estalló cuando importantes grupos sociales le entraron a la movilización política al margen de los partidos y cuando el PCM promovió la radicalización y alentó la insurrección guerrillera, provocando que la izquierda no oficial no dejara gobernar al PRI. La reforma política de 1978 legalizó al PCM y liquidó el viejo sistema de partidos apéndices del PRI. En 1988 se creó el Frente Democrático Nacional para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y en 1989 nació el PRD con la confluencia de prácticamente todos los grupos, partidos y organizaciones de izquierda.
En este tránsito, el PRI de todos modos se sostuvo como el partido dominante, al grado de que sus fracturas sucesivas derivaron en nuevos partidos. El PRD nación de dos veneros fundamentales: el PCM y priístas cardenistas. En este contexto, el análisis teórico de Ezcurdia apenas dibuja la hegemonía del PRI porque fue publicado en 1968, cuando el PRI tenía la capacidad de ser un organismo plural con cabida de todos los grupos. Ahí falla un poco el análisis de Ezcurdia, pues el PRI nació de ex combatientes y organizaciones sociales que se ampararon en la Revolución Mexicana pero ya como PRI se abrió a prácticamente todos los grupos. Por eso Luis Javier Garrido afirmó que en México “todos somos priístas hasta demostrar lo contrario”.
El PRI, en consecuencia, fue algo más que un partido político: los presidentes de la república convirtieron al PRI en el espacio de negociación de las grandes decisiones, para eludir la confrontación ideológica y de clase en un sistema clásico de partidos. El PCM tuvo que abjurar de su origen comunista para acercarse más al centro o a una izquierda liberal y finalmente en el PRD perdió el rumbo ideológico --la “locura brujular” que invocó una vez José Revueltas-- para tratar de crear un partido igual de pluriclasista que el PRI. El PRI, por tanto, fue una especie de microcosmos de la conformación de grupos, clases y organizaciones que existía en el país, además de que la estructuración corporativa fundada por Lázaro Cárdenas le dio el poder de las tres grandes clases subordinadas al gobierno y al Estado: los campesinos, los trabajadores y las clases medias.
En esta parte flaquea el ensayo de Ezcurdia porque enfatiza la tesis del dominio ideológico del PRI por encima del control estructural pragmático que fundó la hegemonía del PRI: el presidente de la república controlaba al PRI, decidía las candidaturas, financiaba las campañas de sus candidatos y, sobre todo, controlaba directamente la organización de las elecciones y contaba los votos en la Secretaría de Gobernación. Los priístas han sido reacios --y Ezcurdia no le entró a debatir ese punto-- a analizar la parte del fraude electoral en función de tres criterios: la hegemonía de la ideología de la Revolución Mexicana, la representación corporativa de los candidatos y la necesidad de controlar el dominio absoluto de los cargos de elección popular para cumplir con los programas de la Revolución Mexicana. Ezcurdia, en cambio, acredita las victorias mayoritarias “al valor ideológico y programático del partido”.
Ahí, de todos modos, Ezcurdia toca un punto sensible. El PRI logró imponerse como el partido producto de la historia. Cuando le preguntaron en su campaña que cuál era su programa de gobierno, Luis Echeverría contestó: “la Constitución”. Y así era, en efecto: el PRI se convirtió en la estructura operativa de los grupos mayoritarios del país pero transformó en Constitución su propuesta como grupo. La Constitución fue asumiéndose como un espejo del programa de gobierno del PRI y luego el programa de gobierno del PRI era un reflejo de la Constitución. Los demás partidos, más tradicionales a la estructura de los partidos, tenían propuestas parciales. Así, el PRI se apoderó de la historia, no sólo en cuanto a propuestas sin al utilizar la educación pública como un aparato de control político, social e ideológico, y más con el dominio de la estructura sindical del magisterio.
En este sentido, el PRI se convirtió en una reproducción de la república. Y los demás partidos no pudieron competir en ese terreno y prefirieron propuestas parciales: el PAN con el conservadurismo social y excluyente y el PCM con su socialismo minoritario. Esta parte de los secretos del PRI fue muy difícil de ajustarlos a alguna teoría política. Peor aún cuando los partidos de los regímenes comunistas eran de todos modos autoritarios y dictatoriales, por lo que dependían de la exclusión.
El PRI mantuvo su legitimidad mayoritaria en tanto cumplió con los requisitos teóricos y las ventajas políticas. Ezcurdia le dedica un capítulo justamente a esa parte: “Doctrina y raigambre histórica del Partido Revolucionario Institucional”. Y ahí se localiza la clave de la hegemonía del PRI: en tanto que mantuvo su vinculación histórica con las luchas sociales progresistas de la nación, el PRI se quedó como el partido de la historia nacional. Ezcurdia establece la relación orgánica a través de la Constitución, en tanto que la carta magna fue asumida justamente no como una norma jurídica de convivencia plural sino como la síntesis histórica de las luchas de la nación.
Por tanto, el escenario de la derrota presidencial del PRI no fue vista por Ezcurdia, quien murió en 1985: cuando el gobierno de Carlos Salinas desligó al PRI de la Revolución Mexicana y modificó la Constitución en sus artículos históricos --propiedad de la tierra, rectoría del Estado, reconocimiento de los derechos de la iglesia, entre otros--, el PRI perdió su legitimad histórica y por tanto se metió en una zona de debilidad social. Ello llevó a que el PRI abandonara los objetivos de bienestar social por los de neoliberalización de la economía y con ello comenzó a perder votos. Al final, en el 2000, el PRI quedó como un partido sin ideología y sin mayorías.
El PRI, según se desprende del ensayo de Ezcurdia, logró transitar por las crisis en la medida en que se mantuvo como el partido del bienestar social de las mayorías. Sin embargo, la larga crisis económica 1973-1982 llevó al PRI a la ineficacia de sus políticas económicas y a perder de vista el factor de la estabilidad macroeconómica. Al derivar en un partido solamente populista, el PRI perdió sus bases sociales, las nuevas generaciones más exigentes y sobre todo el agotamiento de los liderazgos de sus sectores corporativos. Los partidos sobreviven por la dinámica de sus relaciones internas. A ello se agregó la larga etapa de imposición de candidaturas ajenas a las expresiones sociales que fueron perdiendo interrelación social.
La crisis de 1968, justamente la del año de la publicación del ensayo de Ezcurdia, reveló la falta de dinamismo interno del PRI. Cumplió con todos los requisitos teóricos y prácticos, pero se olvidó de la renovación de ideas y de dirigencias. Asimismo, no supo enfrentar la ruptura generacional de los jóvenes menos vinculados a la ideología como doctrina. Y sobre todo, acumuló un pasivo de empleo y bienestar que estalló como demanda insatisfecha de empleo. Y peor aún, el endurecimiento del poder político llevó al gobierno a contestar con represión las manifestaciones paradójicamente radicales de los jóvenes alentados por el ánimo de la Revolución cubana socialista. La protesta prendió como en un campo de hierba seca. Y el gobierno contestó con más represión.
El PRI ya no supo mediar. Y comenzó su declinación. El relevo presidencial implicó también una ruptura de la continuidad política. Con López Portillo llegó la generación de los tecnócratas ajenos a los movimientos históricos y la crisis económica y su correlativa crisis de las ideas históricas. De ahí a la pérdida de la identidad partido-sociedad fue sólo cuestión de tiempo para que el PRI agotara su ciclo. Ahora sólo la falta de pericia gubernamental del PAN y la escasez de resultados sociales coloca al PRI ante la expectativa de recuperar la presidencia de la república, pero aún con la incertidumbre de una sociedad que ya ejerce su voto al margen de las condicionantes históricas.
En este escenario histórico se localiza la existencia del PRI como, dice Ezcurdia, “un fenómeno político extraordinario”. Sin embargo, la lectura en el tiempo del ensayo de Ezcurdia, cruzada con las evidencias de la larga crisis económica, política, social, ideológica e histórica, además de la propia alternancia partidista en la presidencia de la República, deja entrever que el factor extraordinario de la percepción del PRI es menor a la estimada hace medio siglo. Quizá la parte poco explicada sea el hecho de que el PRI y sus tres herencias malditas --represión, corrupción y pobreza-- fueron suficientes para quitarle la presidencia de la república pero no para derrotarlo como partido, pues quedó con la mayoría en el Congreso y en las gubernaturas estatales. Pero con un esfuerzo analítico podría concluirse que el PRI ha sobrevivido por su experiencia y el control de los hilos de la estabilidad.
Lo interesante ahora radica en revisar el PRI como partido político a partid del método de Ezcurdia pero con la realidad cuarenta años después, pero también en el contexto de la crisis de ideas, de historia y de futuro que atraviesa el país de lado a lado. Además, también si el control de la Presidencia de la República y con un sistema de partidos más competitivo. Entonces podría concluirse que el PRI ahora sí es un partido político tradicional, aunque se percibe en sus liderazgos y corporaciones una nostalgia del pasado hegemónica que quiere irrumpir de regreso. Ezcurdia analizó un PRI dominante, hegemónico y lejos de perder el poder.
Pero queda como conclusión el hecho de que el PRI no es un invento sino que aún en sus mejores tiempos pudo localizarse en los terrenos de la ciencia política. Y que en ciencia política no hay fenómenos inexplicables, si acaso, hechos que exigen un mayor esfuerzo analítico. Pero al final de cuentas, las derrotas presidenciales del 2000 y del 2006 demostraron que el PRI puede ser inmorible y hasta inmortal pero ciertamente vulnerable cuando la sociedad se decide a votar por sí mismo y no por la historia.