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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Diario Literario

DIARIO LITERARIO


Lunes 2 de noviembre, 2009.

De tin marín, de do pingüé.

Acabo de terminar de leer las mil 150 páginas del libro La Compañía, una historia novelada de la CIA. El autor es Robert Littell. Como siempre, los editores juegan con los lectores: que si es el continuador de John LeCarré o que si es el Mario Puzo de los escritores de espionaje. Nada de eso. Es un libro con demasiadas páginas, los personajes se pierden y la intencionalidad deja muchos párrafos demasiado elementales. Se trata, pues, más bien de un intento de novela de best seller, aunque sin la maestría de los vendedores masivos de novelas, como Irving Wallace o Danielle Steel.
El libro tiene en contra la serie de televisión en tres partes. Obviamente se trata de una versión libre, con un manejo con mayor tensión de los protagonistas y los hilos de sus vidas mucho mejor resueltos. La novela se pierde en la intención de encajar a los personajes con hechos de la vida real. Pero en ambas versiones, la serie de televisión y la novela, el gran personaje es James Jesus Angleton, durante años el jefe de contraespionaje de la CIA, el tenaz cazador de espías del KGB infiltrados y el más dramático de todos los protagonistas. Angleton jala mucho la atención. Conocido con el sobrenombre de Madre --así lo retrata un poco LeCarré en el ciclo de George Smiley--, termina lamentablemente su vida acusando de espías soviéticos a presidentes, secretarios de Estado y políticos. Pero hay un dato que hace a Angleton cercano: es hijo de un militar español que se casó con una bella mujer de Sinaloa cuando su padre penetró a México con las tropas del general Pershing persiguiendo a Pancho Villa por el ataque a Columbus.
El libro La Compañía dice poco para quien haya seguido la historia de la agencia central de espionaje. Por cierto, caba de salir la biografía crítica dfe la CIA, Legado de cenizas, de Tim Weiner, y La historia secreta de la CIA, de Joseph J. Trento, de donde parece que Littell sacó algunas de las anécdotas. Y en cine están Leones por corderos. Por cierto, la bibliografía de la CIA es amplia, a diferencia de los años setenta cuando los agentes que dejaban la oficina tenían prohibido publicar libros. Hoy casi todos los directores de la CIA han escrito sus memorias autorizadas, la mayor parte con intenciones de dejar sentada su versión de los hechos y evitar las interpretaciones.
El libro de Littell sin duda que atraerá la atención de los fanáticos del tema. Es la historia de tres amigos que fueron reclutados por la CIA al terminar su carrera en Yale y los caminos diversos. Asimismo, cuenta una de las historias ya no tan secretas de la CIA pero siempre vigente: los casos de los espías de la CIA y el MI6 --Military Intelligence 6 de Inglaterra-- que fueron comprados por el KGB y se dedicaron a entregarle secretos a los soviéticos. El caso inglés más sonado fue el de Kim Philby, que llegó a ser nada menos que jefe de contraespionaje del servicio secreto inglés pero como topo del KGB. Por cierto, Philby fue el mejor amigo de Angleton y éste lo defendió aún después de que Philby había escapado a la Unión Soviética.
La historia de Lattell pasa por el alzamiento en Hungría, la invasión a Cuba por Bahía de Cochinos, el caso Oswald, Watergate y del fin de la URSS con Gorbachov. Desde luego que maneja bien --aunque no con profundidad-- el caso de los topos soviéticos en la CIA y termina con el destino de los tres amigos de Yale. La serie de televisión se inclina más por la dramatización de los personajes para la pantalla y no es la historia de la novela. De todos modos, los fanáticos debieran de ver y leer las dos versiones. La serie de televisión enfatiza el perfil de la aventura, no del drama. Por eso es diferente a las serie de las dos novelas más importantes de LeCarré: El topo y La gente de Smiley. Los ingleses otorgan más espacio y profundidad al drama de los espías y no a la aventura.
El libro de Latell abre, por cierto, el apetito de ciertos aspectos aún oscuros de la historia de la CIA. Uno de ellos: la estación en Berlín en los primeros años de la guerra fría. Aún no se ha escrito a fondo sobre esa parte, porque hay versiones de que la penetración soviética se dio justamente en esa estación. Y otra: el papel de la CIA en el caso Watergate. Y para los fanáticos de la literatura de la CIA no se resuelve uno de los enigmas también muy secretos de la agencia: ¿qué condujo a la CIA al fracaso en Bahía de Cochinos? ¿Los temores de John Kennedy, pese a las presiones de Bobby Kennedy autorizando el asesinato de Fidel Castro, o una delación del topo soviético avisando a Moscú y de ahí a La Habana de la fecha y el día de la invasión para permitirle a Castro atrincherar tropas en esa zona? Cada día se acumulan evidencias de que Castro ganó porque le avisaron con anticipación.
A pesar de las objeciones, el libro de Lattell vale la pena. Lamentablemente no se vende aún en México pero puede pedirse por internet a algunas de las librerías de Madrid.
El título de este comentario, por cierto, viene de la novela más famosa de LeCarré: El topo, titulada en español, pero con un título en inglés de una canción infantil: Thinker, tailor, soldier, spy, traducido literalmente como Candelero, sastre, soldado y espía. Esta canción infantil, me dijo un día el poeta David Huerta, sería en México el “Tin, marín, de do, pingüé”. Las series televisivas de las dos novelas del ciclo Smiley de LeCarré también pueden solicitarse a los Estados Unidos por internet.
El tema da para más, es cierto. Y vamos a regresar a él.

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