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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

domingo, 14 de febrero de 2010

Indicador Político 14-febrero-10, Domingo

+ México: crisis 1995-2010 (6)
+ G. Pedrero: viaje a la semilla

Carlos Ramírez

Entre las diversas clasificaciones de los intelectuales a partir de sus posiciones políticas, una de ellas ha estado siempre en el centro del debate: los que pugnan por la lucha desde dentro del gobierno, del poder o de la ideología oficial priísta articulada históricamente a la Revolución Mexicana. En ese grupo, las transiciones se resumen a un carpentieriano viaje a la semilla.
Un caso ilustra esta tendencia: Enrique González Pedrero, estudioso del siglo XIX, militante de la causa de la Revolución Cubana, priísta crítico de la desviación del rumbo de la Revolución Mexicana, simpatizante de la transición española a la democracia y consistente promotor del tema de la transición mexicana a la democracia. Auto caracterizado como marxista, lector acucioso de Gramsci y político de la corriente progresista del PRI y luego del PRD, González Pedrero dibuja una de las tendencias de propuestas de la transición mexicana: recuperar los compromisos históricos y progresistas de la Revolución Mexicana.
En 1961 González Pedrero publicó en la editorial Era el libro El gran viraje, recopilación de ensayos políticos. El texto que le dio título al libro insistió en la búsqueda de un giro en el modelo de desarrollo mexicano, aunque el libro ha sido leído como una denuncia del punto de inflexión del proceso histórico de México en la segunda mitad del siglo XX para alejarse de los compromisos originales de la Revolución Mexicana. Pero además de su propuesta de un desarrollo popular, el autor mezcla dos elementos adicionales para la fijación de objetivos: la Revolución Cubana y el marxismo.
A diferencia del análisis marxista de Revueltas, el de González Pedrero se somete a las consideraciones del corto plazo: las metas progresistas de la Revolución Mexicana podrían ser conseguidas con el método marxista y el ejemplo insistente de Cuba en México. Pero González Pedrero no se entusiasma demasiado: sugiere “el conocimiento del marxismo” como pensamiento indispensable para el análisis, en tanto que Revueltas planteó directamente el objetivo socialista marxista para México. Para González Pedrero el marxismo sirve para “comprender el sentido de las fuerzas motoras de la historia”, en tanto que Revueltas pugnó por el modelo socialista. Dos formas, pues, de enfocar la realidad del país.
González Pedrero ilustra la dialéctica izquierda-transición. Pero más que dar pasos adelante, pugna por subordinar la ideología de izquierda al proceso político del poder. Para esta corriente, el proceso de la Revolución Mexicana se salió de cauce y se fue hacia la derecha. Por tanto, es necesario regresar a los valores históricos originales. González Pedrero aborda los dos temas con puntualizaciones concretas. En el texto “Crisis de la izquierda mexicana”, define el papel histórico de la izquierda pero atada a la Revolución Mexicana:

La izquierda en México nació con la revolución de 1910. La Revolución Mexicana, su ideología, está perfectamente relacionada con la ideologías de la “izquierda” mexicana y viceversa. Esto implica muchas cuestiones: el hecho de que la crisis que actualmente existe en la izquierda en México se refleje en la revolución y el hecho de que las izquierdas en México crean que mientras no cumpla con los postulados que ofreció al pueblo en 1910 --a pesar de ser muchos de ellos de imposible realización dado el desarrollo efectivo de los acontecimientos--, la revolución no ha terminado su tarea. Así, la crisis de la revolución no se entiende sin la crisis de la izquierda y la crisis de la izquierda no se entiende sin la de la revolución.

Y en su ensayo “notas sobre la burguesía y la revolución”, define claramente la meta de la izquierda:

La raíz de cualquier solución progresista, tendiente a llevar a su final el programa de la revolución de 1910 (cursivas de EGP), es decir, la realización de una política pacifista independiente, afirmadora de nuestra soberanía, desenvuelta democráticamente, encaminada a un sano desarrollo económico que no olvide jamás la justicia social y que tienda a la elevación del nivel económico y cultural de las masas populares, concretamente, una política democrática, nacional y antiimperialista, deberá surgir de una reagrupación de la izquierda. Entendemos con ello, en primer lugar, la reunificación del movimiento obrero independiente “desde abajo”; en segundo lugar, la unidad en la misma forma del campesinado y la apretada liga de ambos sectores. Na vez formado el núcleo central y teniéndolo como base, se realizará la coalición de los elementos concientes de la pequeña burguesía y de la burguesía, así como de los intelectuales y estudiantes demócratas, con el objeto esencial de realizar la obra incompleta de la Revolución democrático-nacional de 1910.

La propuesta de transición de los intelectuales orgánicos del régimen emanado de la Revolución Mexicana se agotaba, como en Lombardo Toledano, en un modelo de desarrollo con distribución de la riqueza, en tanto que la propuesta de Revueltas aspiraba al relevo en la clase dirigente para la aplicación de un modelo de desarrollo socialista y alternativo. El primero modelo no modificaba el mecanismo de explotación, sino tal sólo apelaba a una mejor distribución social de la riqueza; el segundo, proponía un modelo socialista sin burguesía. Los dos entraron en choque, aunque la izquierda de Revueltas carecía de plataforma y la de González Pedrero encontró espacios de movilidad en el sector progresista del PRI y del gobierno, sin ser espacios propiamente de izquierda, socialistas o marxistas. Revueltas era de la lucha desde fuera y contra el aparato productivo y la de González Pedrero era la lucha desde dentro como parte de una guerra de posiciones.
Los espacios mediáticos de González Pedrero fueron, al finalizar la década de los cincuenta, dos: el Grupo intelectual El Espectador y la revista Política de Manuel Marcué Pardiñas, una especie de izquierda radical tolerada. El Espectador, que tuvo también su revista con el mismo nombre aunque con poco tiempo de duración, estaba formado por González Pedrero, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Francisco López Cámara y Luis Villoro. Todos ellos, de alguna u otra manera --excepto Villoro--, trabajaron para gobiernos priístas. En su primer número de la revista El Espectador --sólo editó siete ediciones-- se definieron los seis objetivos concretos del Grupo El Espectador:
1.- El cumplimiento estricto de la Constitución, hoy por hoy sustituida por oraciones retóricas que pretenden suplantar la ley.
2.- Respeto incondicional del voto en las escalas municipal, estatal y federal.
3.- Independencia del sindicalismo, respeto a la voluntad de los trabajadores en cuanto a la selección de dirigentes se refiere.
4.- Definición independiente de actividades políticas en México, Primer paso hacia la creación de auténticos partidos políticos que encarnen la división real de las fuerzas sociales y de sus respectivos intereses.
5.- Eventual integración de un congreso independiente del ejecutivo y representativo de las diversas tendencias políticas del país.
6.- Manifestación efectiva del pensamiento público y liquidación de la tácita censura que actualmente hace de la prensa mexicana un coro uniforme del pensamiento oficial.
Para esta corriente de pensamiento, la transición debía ser a la semilla: el programa histórico de la Revolución Mexicana, aunque la ideología del movimiento de 1910 distaba mucho de un socialismo de izquierda. Más bien, apelaba a un desarrollo con distribución de la riqueza a través de políticas sociales pero sin modificar la estructura del modo de producción. La Revolución Mexicana, hacia la segunda mitad, había perdido su impulso y sus alianzas populares. En este contexto, el pecado original de la izquierda de González Pedrero radicó en la subordinación ideológica a la de la Revolución Mexicana como hecho histórico, no como alianza de clases en torno a objetivos de justicia. Y fue precisamente un marxista, el historiador Arnaldo Córdova, quien sacudió a la izquierda con su estudio La ideología de la Revolución Mexicana, publicado en 1973, en el que concluye que el régimen de la Revolución Mexicana fue un “régimen populista” en función de tres criterios: una línea de masas para conjurar la revolución social, un sistema de gobierno paternalista y autoritario y un modelo de desarrollo capitalista. Inclusive, el propio Partido Comunista Mexicano consideró siempre a la Revolución Mexicana como una “revolución democrático-burguesa” y no una revolución socialista. La coartada ideológica del discurso oficial de la revolución mexicana se sustentó en los objetivos de justicia social, en el desarrollo de un Estado asistencialista y en medidas fiscales y presupuestales de bienestar social.
La reflexión teórica de González Pedrero padecía, por tanto, de errores de concepción ideológica. La izquierda, por ejemplo, no había sido producto de la Revolución Mexicana, como lo escribió González Pedrero, a partir de los grupos obreros ligados al carrancismo y que realizaron el Pacto de la Casa del Obrero Mundial a cambio de una política laboral; pero Gastón García Cantú reveló en su libro indispensable El socialismo en México, Siglo XIX que los grupos obreros socialistas mexicanos nacieron casi al mismo tiempo que el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels de 1847. En efecto, la izquierda existía antes de la Revolución Mexicana y antes de la Revolución Cubana.
Asociados a la revista Política de Marcué, los intelectuales de El Espectador también hicieron suyas las propuestas de la revista. A lo largo de cuatro años, la revista Política giró en torno a definiciones políticas más radicales que El Espectador y luego reformuladas al calor de la lucha sindical y la revolución cubana:
1.- En la política nacional, la independencia económica y cultural frente al imperialismo.
2.- La lucha por el desarrollo económico y social de México, propiciando un avance de la revolución mexicana.
3.- La lucha por la independencia sindical y un movimiento obrero altamente politizado.
4.- La lucha por la libertad de los presos políticos.
5.- La unificación de la izquierda.
6.- La consolidación de la propia revista.
7.- En la política exterior, la defensa y el apoyo irrestricto de la revolución cubana.
8.- También se hablará de la política de la guerra fría, de las luchas de los pueblos, del Tercer Mundo, de las posibilidades del socialismo como un camino para el desarrollo.
Cuba fue otro catalizador de la izquierda intelectual mexicana. De hecho, la Revolución Cubana vino a redinamizar la crisis del pensamiento socialista en México, agobiado por el populismo de la Revolución Mexicana. González Pedrero escribió el libro La revolución cubana y lo editó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Un resumen en forma de conferencia lo publicó en el libro El gran viraje. Se trata de una versión románticamente marxista, reiterativa de los argumentos del propio Fidel Castro y desde luego acrítica. La simpatía por Cuba fue refrendada por González Pedrero en 1963 con la publicación en libro de tres conferencias sobre la crisis de los misiles cubano-soviéticos de octubre de 1962. Titulado Anatomía de un conflicto, el texto es analítico, contextualizado y localizado el problema en el escenario de la guerra fría. Las conclusiones de González Pedrero son las obvias: EU reventó el conflicto para mantener su status quo dominante en el lado americano del planeta, la URSS encontró en Cuba un punto de negociación de los espacios políticos y geoestratégicos de Berlín y las bases de misiles estadunidenses en Turquía y encontró una tercera posición en los países del Tercer Mundo alejados de la confrontación bipolar. El problema, sin embargo, fue que Cuba decidió ofrecerle a la URSS un espacio ofensivo que iba a romper el precario equilibrio militar. Para González Pedrero el camino del Tercer Mundo era el no alineamiento, aunque el Movimiento de los Países No Alineados estaba de hecho aliado a la Unión Soviética.
Cuba, pues, fue el contrapunto propiciatorio: se podía ser intelectual revolucionario y marxista apoyando a Cuba pero al mismo tiempo colaboracionista con el régimen priísta para luchar desde dentro del sistema político por un programa radical de transformaciones sociales. Para González Pedrero, Cuba podía ser el faro. Eran los primeros meses de la revolución, 1961, pero también con definiciones fundamentales. La revolución de Fidel Castro se había organizado en torno a una agenda de transición a la democracia --como lo señala con precisión en su discurso-libro La historia me absolverá--, pero ya en el poder tomó decisiones socialistas para buscar el régimen comunista. Para México, Cuba iba a tratar de ser --con altibajos-- un punto de apoyo. Lo escribió en 1960 González Pedrero:

La Revolución se ha detenido. Un sector minoritario no (subrayado de EGP) tiene interés en seguir adelante. Es este sector minoritario el que justifica el statu quo; el que alienta el charrismo, se opone a la continuación de la Reforma Agraria y falsea la representación popular. El que, en una palabra, trata de frenar la inevadible corriente de la historia. Y con el progreso histórico sólo hay dos caminos: o nos oponemos a él y lo ignoramos o contribuimos a él y lo encauzamos, conociéndolo.

Disfrazado de propuesta de transición, González Pedrero ha sido insistente en hacer una lista de demandas para retomar el camino. En un ensayo de 1960, enlistó las cuatro democracias indispensables: democracia agraria, democracia económica, democracia sindical y democracia política. Las cuatro democracias no implicaban una transición hacia un nuevo régimen y otro modo de producción, sino que exigían el papel activo del Estado para distribución a partir de la conformación de un sector económico estatal legitimado en la Constitución. Los textos de González Pedrero, como la actuación de Lombardo Toledano, contribuyeron a subordinar a la izquierda al Estado dominado por la clase política priísta, sin modificar la estructura de producción y operando sólo sobre la superestructura ni cambiar el régimen de polarización riqueza-pobreza. Años más tarde, en su libro La riqueza de la pobreza, de 1979, González Pedrero redefinió una propuesta de modelo de desarrollo bastante alejada del marxismo y tampoco tan cercana a la ideología progresista de la revolución mexicana: nada que modificara el modo de producción ni que le diera al Estado una línea de masas obrera o campesina. La estrategia mexicana de desarrollo de González Pedrero se resumía al papel activo del Estado para reasignar la riqueza a través del fisco y del presupuesto público. La propuesta constó de ocho puntos:
1.- Una política estructurada e integrada de control demográfico.
2.- Una política de creación de empleos.
3.- Aumentar la productividad del campo, incrementar la inversión agropecuaria, consolidar la política de precios de garantía.
4.- El fortalecimiento de la autosuficiencia de las pequeñas comunidades.
5.- La globalización de la economía a través de los principios históricos progresistas de la política exterior mexicana.
6.- Una revalorización de la política a través de la modificación de las tendencias que tienen que ver con la corrupción, el pesimismo conservador, el optimismo “milagrero”.
7.- Una política educativa de investigación científica y tecnológica como principio y culminación, cimiento y cúpula, de un proyecto integral de desarrollo.
8.- Un auténtico modelo mexicano de desarrollo exige revisar el contrato social que surgió de la revolución mexicana. “Hay que lograr un acuerdo nacional que nos comprometa a todos: hacer de la voluntad nacional la voluntad general del México contemporáneo”.
Más que una propuesta de la izquierda mexicana, la estrategia sugerida por González Pedrero parece una oferta de gobierno de un grupo desideologizado aunque comprometido con grupos sociales vulnerables y pobres. No hay una modificación del modo de producción ni una reactivación del estado ni menos aún una hegemonía de los intereses de las dos clases productivas determinantes: la obrera y la campesina. En todo caso, se trata de refuncionalizar al Estado a partir de objetivos de desarrollo con efectos sociales de bienestar pero no de reestructuración de clases.
En el 2006 González Pedrero reunió en el libro La cuerda tensa, apuntes sobre la democracia en México 1990-2005, editado por el Fondo de Cultura Económica, varios textos en torno al tema de la transición. Pero se trata de análisis políticos de coyuntura, sin una metodología específica, reiterativos. Pero sobre todo, son textos que no alcanzan a perfilar específicamente una transición, a pesar de que el autor da su propia definición:

Transición a la democracia es el proceso temporal que necesita una sociedad para crear por consenso --y manejando siempre un concepto clave, como parte esencial de la cultura política de los nuevos tiempos: la tolerancia-- las condiciones que hagan posible una mudanza de su organización social, política, económica y cultural. Generalmente pero no en forma exclusiva, se trata l paso de una dictadura --como la franquista de España o la de Salazar en Portugal o las dictaduras militares del cono sur--, o de un régimen con características excepcionalmente opresivas --como el apartheid en Sudáfrica--, hacia un régimen democrático. Ese paso se realiza a través de la competencia entre partidos políticos y bajo la vigilancia y atención permanente de la sociedad civil, nacional, e internacional.

La definición de González Pedrero no toca la esencia de una transición: el desmantelamiento de las estructuras de poder del viejo régimen y sobre todo la creación de espacios nuevos para las relaciones sociales. González Pedrero se queda sólo en la alternancia. Y no podría ser de otra manera, pues el régimen mexicano es visto en dos niveles: como una estructura presidencialista desgastada y eje de la dictadura o como un conjunto de instituciones creadas para evitar la competencia equitativa entre organismos políticos de diferente ideología. En el fondo, la propuesta no quiere modificar la parte que tiene que ver con el Estado social de la Revolución Mexicana. Ahí se localiza la diferencia entre Revueltas y González Pedrero: la estructura de poder para perpetuar la dominación autoritaria, bajo el pretexto de que el Estado social tiene la tarea de distribuir la riqueza y generar el bienestar.
Los textos de González Pedrero se quedan en la superficie. En primer lugar, no hace un diagnóstico de la estructura autoritaria del viejo régimen como mecanismo de perpetuación de desigualdades políticas y sobre de la interrelación y correspondencia de la estructura erigida por el régimen de la Revolución Mexicana y su funcionamiento excluyente. La Constitución, por ejemplo, no es un código de normas para la convivencia en una sociedad plural, sino que representa el proyecto del grupo revolucionario que después derivó en Partido Revolucionario Institucional. Por eso se habla justamente del Partido-Estado. En consecuencia, la transición mexicana debiera ser de estructuras, instituciones, códigos políticos y fundamentalmente Constitución para crear nuevas reglas del juego y nuevo pacto de competencia plural.
El problema con la izquierda institucional, priísta-perredista --el venero ideológico es el mismo, además de que el PRD es un desprendimiento del PRI con la oferta de regresar a la semilla de la Revolución Mexicana-- radica justamente en la negación histórica de la transición y se agota en la remodelación política, ideológica y social de la propuesta original. Sin embargo, la larga crisis económica 1973-2010 ha revelado que el modelo de desarrollo construido por la Revolución Mexicana es insuficiente para atender a una población de más de cien millones de personas. Asimismo, esa estructura política, social e ideológica ha condicionado a la estructura productiva y a la superestructura de instituciones del régimen y el sistema y han colocado --y ésta es la parte fundamental del autoritarismo del Estado priísta-- a la democracia por debajo del funcionamiento del sistema autoritario.
Al final, la izquierda --marxista-progresista del PRI y del sistema priísta-- en realidad no le apuesta a transitar de un régimen autoritario a uno democrático sino que busca sólo la adecuación de las instituciones a las necesidades de la modernidad, pero sin romper ni modificar los mecanismos de dominación política y social. Por eso esa izquierda de dentro del régimen priísta siempre fue asumida sólo como una coartada.

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