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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

domingo, 24 de octubre de 2010

24-octubre-2010.

INDICADOR POLITICO


¿Hacia dónde vamos?

Cesáreo Morales: crítica
de la razón pesimista

Carlos Ramírez (*)

En la conferencia previa a la recepción del premio nobel de literatura 1990, el poeta y ensayista Octavio Paz  pronunció un discurso brillante. Ahí contó algunas imágenes de su infancia y sobre todo de cómo podía separar la realidad del momento de los juegos. No tardó el poeta en darse cuenta de que vivía instantes de aislamiento de la realidad. “¿Cuándo se rompió el encanto?, se preguntó. “No de golpe: poco a poco”. Así fue. Una de sus primas le mostró una revista con fotografías de soldados regresando de la guerra, la primera mundial. El poeta llegó a una de sus primeras conclusiones: hubo una guerra y él sólo tuvo algunos datos. Dijo: “me sentí, literalmente, desalojado del presente”.
Cesáreo Morales es, ante todo, un filósofo, un amigo de la sabiduría. Sus dos libros centrales de ideas y de pensamiento --Pensadores del acontecimiento y ¿Hacia dónde vamos?, publicados por la editorial Siglo XXI-- podrían ser revisados y comprendidos como el reclamo de alguien que no quiere sentirse desalojado del presente, de su presente, de nuestro presente. Cesáreo regresa al mundo de las ideas, del pensamiento humanista, para tratar de encontrar algunas salidas a la crisis existencial del presente. Pero no de una crisis existencialista --y lo sabe él como buen lector de la filosofía de Jean-Paul Sartre--, sino de la existencia humana.
Los libros de Cesáreo llegan a llenar un  vacío que no es nuevo. En 1956, en plena euforia por el auge del mundo intelectual y el mundo rumbo sin freno a la guerra fría, se decretó el fin de la filosofía política. Años después, con el desmoronamiento del mundo de la Unión Soviética, se formalizó el fin de la historia. Y ahora, en plena euforia cuantitativa que ha olvidado la filosofía, ya se giró el certificado de la muerte de la ciencia política. Pero no, nos dice Cesáreo, el mundo de las ideas y de la indagación sobre las razones de la existencia humana no ha muerto por una sencilla razón: la filosofía, la historia y la ciencia política no son organismos humanos, celulares, vivos, y por tanto no pueden morir. El problema ha sido otro: el pensamiento humano dejó de reflexionar sobre sí mismo, como si la felicidad humana en cualquiera de sus manifestaciones fuera suficiente. Hay otro dato: los certificados de defunción de la filosofía política, la historia y la ciencia política han sido emitidos en los Estados Unidos, donde ciertamente se asienta alrededor del 75% de la capacidad de reflexión. Pero Cesáreo nos viene a reavivar y a revivir el pensamiento filosófico europeo y nos encontramos con un mundo de ideas apenas explorado.
El recordatorio no sale sobrando. El pensamiento político se ahogó en el cuantitativismo. En Pensadores del acontecimiento, Cesáreo nos da la clave con la circulación de un pensador poco conocido en México, al menos para mí: Jacques Derrida. La propuesta de Derrida es asumida con profundidad por Cesáreo: el deconstructivismo como método de análisis y de reflexión, la forma de desarmar una realidad y su interpretación para encontrar nuevas formas de interpretación lingüística. Los dos libros de Cesáreo ofrecen una exhibición de este método de reflexión de la realidad presente.
Las indagaciones filosóficas de Cesáreo son, diríase así, originales pero sobre todo actuales y abiertas, lo que las convierte en desafiantes: ¿dónde nos encontramos y qué se nos ofrece en el corto plazo? Octavio Paz fue muy certero en sus generalizaciones. Y nos puso cuando menos un marco de referencia de la reflexión: el siglo XX fue el de las ideologías y el siglo XXI se perfilaba como el siglo de las religiones. En ¿Hacia dónde vamos?, Cesáreo indaga algunas posibilidades. La pluralidad de sus temas tiene que ver con los problemas de la circunstancia: el pasado autoritario de la segunda guerra, la incertidumbre ante lo desconocido pero no pesimista sino como perplejidad maimónidaica, el conflicto moral de la guerra casi como una maldición de los dioses, la relectura impresionante de Hobbes y en todo el texto la presencia vital de Carl Schmitt más allá de militancia nazi.
Cesáreo convierte la escritura en una  reflexión filosófica --otro homenaje a Derrida-- y deja abierta, a mi parecer, uno de los grandes temas no cerrados del siglo XX: el absolutismo nazi. Las referencias a Schmitt llevan, de modo natural, a Hannah Arendt y su mal comprendida tesis del “mal absoluto”. Sí, podría ser que todos fuimos culpables. ¿Cómo escribir después de Auschwitz?, se preguntó Gunter Grass en 1990 en un texto que, por cierto, ya incluía su confesión que provocó el escándalo en el 2006 sobre su participación en la fuerza aérea nazi --dato, por lo demás, registrado por Cesáreo--, pregunta por cierto innecesaria porque Grass escribió El tambor de hojalata.
Pero el fondo era otro. En una conferencia pronunciada en 1992, “El holocausto como cultura”, el escritor húngaro Imre Kertész, premio nobel de literatura 2002, difunde una reflexión pesimista de un prisionero en Auschwitz, en la angustia de la represión y la incertidumbre: “¿qué sabrá de nosotros el mundo su vencen los alemanes?” No importaba la muerte sino el destino. O el dilema existencial --no filosófico sino real: la muerte o la vida-- de Jorge Semprún en el campo de concentración de Buchenwald cuando decidió entre la escritura o la vida. A ello remite el recordatorio de Cesáreo del drama nazi como herida abierta. Y sobre todo, como memoria latente en un mundo que no entendió el holocausto y que enfrenta el olvido o, peor aún, la repetición en las limpiezas étnicas conocidas en Kosovo y Medio Oriente.
¿Hacia dónde vamos? Cesáreo no da respuestas porque filosóficamente no las hay. La crisis de Occidente es moral, de sobrevivencia y, sobre todo, de falta de expectativas. Las respuestas intelectuales son pocas. A la crisis de la filosofía política de 1956 respondió tibiamente en 1971 John Rawls con su Teoría de la justicia. Hoy no parece haber esa reflexión. Por eso es que libros abiertos como los de Cesáreo ofrecen quizá la única salida posible: la reflexión, la duda especulativa, el regreso a la filosofía, la revalidación de las ideas. No es gratuito en que cada crisis nos lleve a los clásicos, a recomenzar de nuevo con Platón y Aristóteles como nuestra de Sísifo. Cesáreo ofrece un camino: a lo mejor no dar la respuesta de un destino desconocido o hasta inexistente, sino la reflexión filosófica de que a lo mejor el destino del hombre es el hombre mismo. Ya lo dijo Protágoras de Abdera: el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son.
Cesáreo nos recuerda que el destino del hombre no son los modelos de sociedad sino la equidad y la razón de ser. Los libros de Cesáreo son inaprehensibles en cuanto a algún intento de explicación; por eso es que debe bastar con señalar que son libros abiertos, con un principio y sin conclusión porque no hay final de la historia, pero con una sugerente insistencia en regresar a las ideas. Al final, los libros de Cesáreo, dialécticamente, constituyen una severa crítica de la razón pesimista, aunque sin dejar de reconocer la profundidad de la crisis general de la sociedad y de Occidente mismo. Si se creía que el desmoronamiento de la Unión sería el fin historia y paradójicamente el inicio de la utopía no marxista, en realidad el mundo ingreso en una nueva fase que requiere, ante todo, la revalidación de la filosofía: la justicia, la equidad, las religiones. Y a diferencia de las utopías del pasado, hoy el escepticismo se asume casi como una posición filosófica, no para indagar el corto plazo y el futuro sino para alimentar las angustias. Lo resumió con claridad Lester Thurow en 1980 con su estudio, económico y cuantitativo pero con referentes políticos y filosóficos: la sociedad es un mecanismo de suma cero: lo que gana un grupo lo pierde otro. Por tanto, la administración de la crisis radica en encontrar la forma de acreditar las pérdidas, pero en una sociedad, como hoy la francesa, que ha liquidado todos los espacios de intermediación política y social. Ese enfoque filosófico tiene su referente en la realidad: en efecto, los mecanismos e instancias de intermediación han perdido efectividad y la sociedad ha decidido pasar a la defensa directa de sus intereses. Contra esa realidad de la crisis y la violencia, no ha habido hasta ahora alguna respuesta filosófica, sociológica y política. De alguna manera Cesáreo asume ente enfoque en el contexto de sus libros.
En Pensadores del acontecimiento Cesáreo convoca a “otra política”. En ¿Hacia dónde vamos? establece que “urge la vuelta del Estado”. Pero con profundidad, Cesáreo remite a la relectura de los clásicos. Pero en todo, la aplicación de la metodología de la duda filosófica. Cesáreo lo asume con Derrida en su reflexión:
“¿Qué hacer? Pensar lo que viene. ¿Toca? ¿Y entonces cómo hacerlo? ¿Qué hacer? Y ¿qué hacer de este imperativo? ¿En qué tono tomarlo? ¿Desde qué altura?”
Queda al final cuando menos la intención de reflexionar el destino. En Contra los académicos, de San Agustín, el narrador inquiere: “¿te parece a ti que los académicos han tenido acerca de la verdad una doctrina bien fundamentada y no han querido manifestarla imprudentemente a los no iniciados o insuficientemente purificados, o bien ellos, en realidad, están de acuerdo con lo que sus controversias sostienen?” A lo que Alipio contestó: “si tú me pides mi opinión personal, pienso que aún no han descubierto la verdad”. Y añadió: “yo creo que la verdad no es posible encontrarla”. El libro de Cesáreo se localiza en este contexto: en efecto, la verdad no puede ser encontrada porque ése hecho sería, ahora sí, el fin de la historia. Pero la labor del filósofo, del pensador, del analista profundo del presente es cuando menos intentar avanzar hacia la verdad y dejar la puerta abierta.
Los libros filosóficos de Cesáreo son, en efecto, abiertos, provocadores, lúcidos. Celebro aquí también al Cesáreo articulista, analista de la coyuntura, siempre con la frase que convierte a la filosofía en la duda de todas las cosas. Y aún más, al Cesáreo amigo, maestro, siempre dispuesto a la discusión. Mis pláticas con él se convirtieron en un detonador de mi inquietud no sólo por la noticia sino por la lectura de los ensayistas. Cada conversación con él me obligaba a profundizar en el estudio de la política en cuanto a ideas, a pensamiento crítico, a la búsqueda de las razones profundas. No es fácil encontrar en las páginas de opinión un pensamiento lúcido, sustentado en el razonamiento, la reflexión de las dudas originales y la búsqueda de las causas últimas. Los textos de Cesáreo nos ayudan a evitar lo que podría llamar la maldición de Octavio Paz y saber que una reflexión de fondo puede evitar que nos desalojen del presente.
Por eso agradezco esta oportunidad para presentar hoy aquí su libro.
(*) Texto leído en la presentación del libro ¿Hacia dónde vamos?, del Dr. Cesáreo Morales, en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, 20 de octubre del 2010.


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1 comentario:

  1. Cesareo fue mi maestro en la unam, que gusto que regresará a la filosofía, lo de colosio no le trajo nada bueno.

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