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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

domingo, 7 de marzo de 2010

Indicador Político 7-marzo-2010 Domingo

+ México: crisis 1995-2010 (9)
+ Moreno Sánchez: PRI desnudo

Carlos Ramírez

Una de las claves de sobrevivencia del PRI radicó en su funcionamiento como sociedad secreta. Las críticas externas fueron toleradas porque al final de cuentas importaba la cohesión interna. Por ello el debilitamiento del PRI comenzó no tanto con la confrontación con la oposición sino con la violación de la ley de la Omertá o el código de silencio de la mafia. Los priístas que perdieron espacios internos encontraron el camino del ajuste de cuentas revelando las entrañas del monstruo.
Las delaciones internas mostraban de todo: desde el resentimiento, hasta el agotamiento de los pactos. En septiembre 1970 el priísta Manuel Moreno Sánchez publicó el libro Crisis política de México (editorial Extemporáneos), una recopilación de sus artículos en el periódico Excelsior de 1968 a 1970 y lo completó con un análisis histórico del papel del PRI. El libro no sólo criticó al PRI como el responsable de la falta de democracia, sino que hizo uno de los primeros cortes analíticos del PRI del funcionamiento interno del partido como el aparato político del gobierno y popularizó el concepto de PRI-gobierno que comenzaba a pasearse en algunos discursos de la oposición.
Moreno Sánchez no era uno de los militantes más distinguidos pero tampoco podría llamársele un desconocido. Nacido en 1908 en Aguascalientes, participó en la campaña vasconcelista y luego en la lucha estudiantil por la autonomía de la Universidad Nacional en 1929. Diputado en 1943, hizo carrera judicial en instituciones del DF. Por su amistad con Adolfo López Mateos, fue senador en el periodo 1958-1964 y ahí operó como presidente de la Gran Comisión o líder del Senado. A él le tocó el efecto de aquella declaración de López Mateos de que era “de extrema izquierda, dentro de la Constitución” y tuvo que contribuir a apagar el fuego. Luego fue promotor de la iniciativa para crear, en plena polarización ideológica por la Revolución Cubana y los resabios aquí de la guerra fría, una Comisión de Investigación de Actividades Antimexicanas, más o menos en el contexto de la Comisión del senador McCarthy en los EU para perseguir comunistas. La Comisión de Moreno Sánchez surgió al calor de la radicalización socialista en el contexto del conflicto magisterial de 1958.
Al terminar su sexenio de senador, Moreno Sánchez fue apartado de cualquier posición política. El sucesor de López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, se dedicó a limpiar el camino de colaboradores cercanos de su antecesor, pero sobre todo de los que trabajaron para la candidatura de sus adversarios. A pesar de que desde el principio de su sexenio López Mateos dejó claro que su sucesor sería Díaz Ordaz, de todos modos parte del entorno lopezmateísta quiso evitar la llegada del entonces secretario de Gobernación. Asimismo, el endurecimiento del régimen y la represión a la disidencia provocó escisiones en el PRI. Luego de su crítica al PRI, Moreno Sánchez exploró caminos propios en la fundación de partidos y promovió el Partido Socialdemócrata, del cual fue candidato presidencial en 1982. Más tarde participó en la Corriente Democrática del PRI en 1987 y 1988, pero ya no se incorporó al PRD en 1989. Murió en 1993, luego de dedicar sus últimos años a la crítica política sobre todo en la revista Siempre!
La parte más activa y lúcida de su disidencia se dio en el periodo de 1967-1973. Sus textos corrieron el velo que ocultaba el funcionamiento interno del PRI. Los textos académicos sobre la vida interna del PRI y su papel articulador de alianzas comenzaron a publicarse a partir de 1970. En el periódico Excelsior, Moreno Sánchez hizo pública su disidencia en el PRI. Y aunque hacia el interior del tricolor no hubo realmente ningún efecto, hacia afuera dejaron sentadas tesis fundamentales sobre el partido en el poder. En esos años 1967-1973 había que enfrentar la ira del Dinosaurio priísta, sobre todo por el delirio de persecución que padecía Díaz Ordaz y el principio de autoridad que defendía Echeverría.
El papel de crítico desde dentro del sistema que decidió Moreno Sánchez lo justificó en función de una frase del yugoeslavo Djilas y publicado como epígrafe en el libro Crisis política de México: “soy un producto de ese mundo, he contribuido a crearlo y ahora soy uno de sus críticos”. Djilas había sido colaborador cercano del Mariscal Tito en el Partido Comunista de Yugoeslavia, sin duda uno de los más autoritarios y represores de Europa. En uno de sus textos periodísticos, Moreno Sánchez se asumía como “disidente”. Sin embargo, eran los años de cohesión interna del sistema político y del PRI y la disidencia realmente no conducía a ninguna parte porque los disidentes dejaban la impresión de continuar dentro del sistema y en realidad difícilmente podían ofrecer alguna alternativa. Los años 1967-1970 fueron propicios para la crítica desde dentro, pero luego en 1971 Echeverría se convirtió en el primer crítico del sistema y con ello desactivó el potencial político desestabilizador de la disidencia.
A pesar de las críticas, el PRI seguía siendo la fuerza política dominante. Hacia 1970, el sistema de partidos formaba parte del control político priísta de los hilos del poder: el Estado registraba a los partidos, protagonizaba las elecciones y financiaba las campañas priístas. El presidente de la república era el jefe máximo del PRI: designaba a sus dirigentes, decidía candidaturas en todos sus niveles y controlaba el presupuesto partidista. El único partido de oposición real era el PAN, pero había sido arrinconado por el discurso oficial como el partido de la derecha. Al final, el factor político e histórico dominante era la Revolución Mexicana y el PRI era el partido propietario de la historia. Por tanto, la disidencia era retórica, simbólica y aislada.
La disidencia priísta no destacaba. El PRI dominaba el espacio ideológico. La disidencia tolerada --el Partido Comunista Mexicano estaba en la semiclandestinidad y perseguido por su papel en las movilizaciones obreras reprimidas-- se movía dentro de los espacios mismos del sistema. Por ejemplo, la disidencia intelectual que denunciaba la desviación del camino de la Revolución Mexicana y la derechización del régimen se identificaba con los valores históricos del PRI y sólo pedía la recuperación de los compromisos revolucionarios. Era, por cierto, la disidencia que apenas protestaba por la represión. Lo significativo fue el hecho de que el sexenio de Díaz Ordaz le dio preeminencia a la represión y el control político y fue soslayando los compromisos sociales históricos. A pesar de ello, la disidencia en el PRI fue realmente poco significativa.
En realidad, el sistema político priísta requería no de una disidencia sino de una oposición. La crisis represiva del 68 estuvo encaminada por el uso de la fuerza para reprimir a las movilizaciones de izquierda y populares. La disidencia tenía poco que hacer. La última gran disidencia había sido encabezada por el ex presidente Lázaro Cárdenas en torno a la Revolución Cubana en el periodo 1961-1967, pero el propio sistema le abrió un espacio institucional a Cárdenas como presidente de la Comisión del Balsas y ahí se desactivo la crítica. Las rupturas de Juan Andreu Almazán y Henríquez Guzmán no habían fracturado al PRI, a pesar de que este último tuvo ciertas simpatías públicas de Cárdenas.
Lo que nadie se atrevía a decir a finales de los sesenta es que el proyecto revolucionario había terminado su ciclo y que la burocracia política en el poder había perdido las identificaciones ideológicas e históricas. La reforma del PRI con Carlos A. Madrazo, de finales de 1964 a finales de 1965, había sido una frustración: la mano dura de Díaz Ordaz liquidó la experiencia de reactivación social y popular del PRI. Madrazo fue cesado y perseguido. Y el PRI quedó en manos de una burocracia insulsa con Lauro Ortega y luego de una burocracia autoritaria con Alfonso Martínez Domínguez. La negativa presidencial a revivir al PRI fue el mensaje final del periodo posrevolucionario. Echeverría intentaría una reforma con Reyes Heroles, pero frustrada por la sucesión presidencial y luego el PRI cayó en manos de la tecnocracia salinista hasta la debacle del 2000.
La disidencia priísta tuvo un valor simbólico. Por su tibieza y su mensaje de que el PRI era rescatable a condición de regresar al camino de la Revolución Mexicana no pudo conseguir valor moral. La crítica de Moreno Sánchez marcó un punto de inflexión pero no generó movilizaciones internas. La capacidad de control del presidente de la república sobre el PRI convirtió la disidencia en una mera crítica. La oposición de izquierda pudo lograr más espacio, aunque sin cuajar en una oferta. A su salida de la cárcel en 1971, Heberto Castillo encabezó una propuesta formal para formar un partido y en ella participaron, significativamente, Octavio Paz y Carlos Fuentes. Se fundó la Comisión Nacional de Auscultación y Organización, pero la iniciativa naufragó. Heberto fundaría en 1974 por su cuenta el Partido Mexicano de los Trabajadores y lo fusionaría en 1981 con el Partido Mexicano Socialista, creado con el registro del Partido Comunista Mexicano.
El PRI logró demostrar su fuerza. La fractura que lo condujo a la pérdida de la presidencia de la república no fue de disidencia sino de ruptura: la Corriente Democrática de 1987. Al final de cuentas, la fuerza del PRI no estaba en su organización como partido sino en sus tres características fundamentales: el control presidencial, las formaciones corporativas y su papel como agencia nacional de empleos. El primero dotaba al presidente de la república de la autoridad para decidir candidaturas, otorgarles gasto de campaña y organizar las elecciones; el segundo centralizaba en el PRI a los principales sectores nacionales: trabajadores, clases medias, campesinos, profesionistas y técnicos, burocracia, militares y clase política, con lo que los grandes problemas nacionales se resolvían primeramente en el PRI; y los empleos en la burocracia tenían que pasar por el PRI. Ahí se consolidó la frase maquiavélica de César Tlacuache Garizurieta: “vivir fuera del presupuesto era vivir en el error”. El trabajo político se hacía en el sector público y éste estaba dominado por el PRI, y más cuando el PRI controlaba a los dos partidos reconocidos: el Partido Popular Socialista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana.
El PRI no era un partido sino una estructura de control político, de permeabilidad ideológica y de expresión social. La crítica de Moreno Sánchez contribuyó al análisis crítico del PRI, pero no a reformarlo ni a crear una corriente externa dominante. La última manifestación de autonomía del PRI había estado con Madrazo y el propio sistema lo había triturado. La crisis de fractura interna de 1987 fue determinada no tanto por las razones de la Corriente Democrática sino por el liderazgo político y simbólico de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo único del ex presidente Lázaro Cárdenas. Y más tarde, el PRI se desgranó a medida de que la oposición fue ganando posiciones de poder y de presupuesto.
En este contexto, la crítica y salida de Moreno Sánchez no dañó estructuralmente al PRI aunque sí proporcionó elementos de fondo para el cuestionamiento. Cuando menos tres fueron las tesis de la crítica de Moreno Sánchez:
1.- El PRI como estructura de poder. Como estructura político-electoral, el PRI se convirtió en el pilar fundamental del poder presidencial. La parte fundamental de esa estructura se dio en la transformación del Partido Nacional Revolucionario en el Partido de la Revolución Mexicana, con Cárdenas en 1938. Y ocurrió al calor de la expropiación petrolera y la necesidad del presidente de la república de tener centralizado el poder corporativo social. Cárdenas creó los sectores popular, sindical, campesino y militar. Por tanto, el presidente de la república controlaba al país a través de los sectores productivos. Más tarde, el PRI habría de crear su sector empresarial. El control de la mayoría priísta en el Congreso impidió reformas electorales democráticas. El absolutismo presidencial, por tanto, dependía del PRI.
2.- La articulación simbiótica PRI-gobierno. Ahí se establecía la vinculación simbiótica PRI-gobierno, los dos brazos del cuerpo presidencial. El PRI convirtió a sus estructuras sociales es parte estructural del gobierno y del Estado. Por ejemplo, la representación campesina del Estado estaba en manos de la Confederación Nacional Campesina, la CNC priísta. Los empresarios tenían que negociar con los sindicatos dentro del PRI, no en la Secretaría del Trabajo. Las decisiones del gobierno pasaban por los tres sistemas humanos del sistema político: nervioso, sanguíneo y óseo. La simbiosis PRI-gobierno conformaba, a decir de Moreno Sánchez, la nueva “oligarquía política partidista”. Es decir, diseñó una élite del poder político que pasaba obligadamente por el PRI.
3.- La crisis económica --pobreza y subdesarrollo-- era producto de la falta de un sistema democrático. Ante la tesis priísta de que el progreso democrático dependía del proceso de desarrollo económico --lo que permitía posponer la democratización--, Moreno Sánchez enarboló el razonamiento contrario: “el desarrollo es consecuencia de una política democráticamente elaborada”. Y tenía razón: el control corporativo de los sectores productivos subordinaba el desarrollo justamente a los hilos de poder presidenciales, no a la necesidad de generar bienestar social. Por tanto, la clave para liberar el desarrollo consistía en liberar el sistema político y compartir el poder con reglas democráticas. Buena parte de la crisis del desarrollo, por tanto, respondía a la falta de liberalización de los sectores productivos. El control, político se colocaba por encima de las necesidades del desarrollo.
Lo malo de la disidencia de Moreno Sánchez fue su carácter político, sin rupturas ni choques contra el poder. Por alguna razón pudo escribir sus críticas en el periódico Excelsior. El control político sobre los medios le daba margen de maniobra al poder. Sus textos comenzaron a publicarse en julio de 1968, justo en el mes de inicio de la crisis del movimiento estudiantil, también junto a otros críticos, sobre todo Gastón García Cantú y Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz y otros, aunque éstos desde fuera del sistema. More no Sánchez dejó sentadas tesis y argumentaciones pero sin provocar rupturas en el partido ni crear nuevas corrientes sino hasta muchos años después. De todos modos, Moreno Sánchez tenía la certeza de que “la crítica es el pórtico de la reforma”. Lo malo, sin embargo, es que el sistema priísta se negaba a reformarse.
El PRI había nacido para cohesionar al grupo en el poder, no para democratizar al país. Por eso el PRI nació de las entrañas del propio poder. El huevo de la serpiente del sistema priísta se localizó en el momento en que fue el propio presidente de la república, Plutarco Elías Calles, quien convocó a la organización del partido. El asesinato del general Alvaro Obregón como candidato presidencial triunfante culminaba el proceso criminal de ajustes de cuentas políticas y amenazaba con derrotar a la clase gobernante revolucionaria. Por tanto, la función del PRI era de control y de dominio, no de promoción de la democracia. Este era el punto que olvidaban los críticos internos del PRI. Al final, como escribió el priísta crítico Mario Ezcurdia, el PRI no pasaba la prueba académica de un partido político: era una coalición de clases e intereses.
Los debates priístas nunca pensaron en los mexicanos sino en sus propios aliados. Moreno Sánchez parecía suponer que la crítica era suficiente para transformar el PRI. Pero nunca ha habido en el PRI un sector crítico real. Inclusive, la Corriente Democrática de Cárdenas pugnaba por la democratización del PRI pero no en términos de liberar las fuerzas internas sino sólo para permitir su participación en una solicitada contienda abierta por la candidatura presidencial de 1988. Asimismo, Cárdenas estableció la demanda de regresar al PRI a las propuestas históricas de la Revolución Mexicana --de suyo desbordadas por los tiempos modernos-- y no llevar al país a una democracia funcional y de libre participación. De ahí que tampoco la Corriente Democratizadora hubiera pensado en el país: se trataba de una disputa interna por espacios de poder.
El problema del PRI era de origen en tres puntos: control de la élite gobernante, control de la sociedad y control de la oposición. Sobre esos temas la crítica interna nunca reflexionó. De todos modos, el debate que abrió Moreno Sánchez sirvió para fijar algunas ideas del mal funcionamiento del PRI provenientes del interior del mismo partido. En el fondo, el PRI había provocado una muy interesante fascinación en su funcionamiento y se había convertido en un ejemplo a seguir. El Partido Socialista Obrero Español de la transición siempre quiso convertirse en una estructura tipo PRI, pero el juego democrático y plural en España se lo impidieron.
El PRI necesitó de una crisis más terminal. Es decir, fijar la crítica al poder en función de la democratización como el alejamiento del PRI del poder. Y obviamente los priístas nunca pensaron en abandonar el poder. Las reformas electorales tuvieron el sentido de abrir puntos de presión política pero sin abandonar las estructuras de poder. Moreno Sánchez habló de democracia pero sin hacer recomendación alguna. Como senador, le tocó la decisión de crear los diputados de partido --un diputado por 2% de votos y uno más cada 1% adicional--. La verdadera democratización hubiera sido otra: que el control de los procesos electorales saliera de Gobernación, porque el presidente de la república controlaba al PRI con candidaturas y premiaba con victorias electorales organizadas por Gobernación.
Las reformas electorales para competencias realmente democráticas hubieran sido el detonador democrático en el PRI. Pero la ciudadanización total del IFE se dio hasta 1996, con lo cual el control de las elecciones abandonó la Secretaría de Gobernación y se concentró en un organismo autónomo del gobierno. La ciudadanización del IFE llevó a las derrotas electorales del PRI de 1997-2000. Lo malo, no obstante, fue que la declinación electoral del PAN no provocó el debate interno del PRI sobre su democratización como partido y su contribución a la democratización nacional. El PRI que quiere recuperar la presidencia de la república en el 2012 es exactamente el mismo que criticaba Moreno Sánchez: la organización corporativa priísta no ha cambiado de la instaurada por Lázaro Cárdenas en 1938.
El problema político número uno del país es el PRI. Lo fue en sus tiempos imperiales y lo ha sido en los años de oposición. Mientras el PRI no se asuma como un partido político sin vínculos estructurales con el poder, el Estado y el gobierno, los conflictos de la democracia en México seguirán latentes. El asunto central radica en el hecho de que el PRI concentra el poder y no representa a la sociedad, a pesar de que la pérdida de la presidencia de la república en el 2000 fue producto justamente de que la estructura corporativa dejó de tener representatividad social ante la liberalización productiva y comercial. El PRI perdió la presidencia no solamente por el voto de castigo de la crisis de 1997 y sobre todo el aumento de 50% del IVA ni nada más por el carisma de Vicente Fox, sino porque su estructura de poder y representación dejó de funcionar con el tratado de comercio libre, la apertura comercial y el surgimiento de una nueva burguesía empresarial.
Las revelaciones de Moreno Sánchez sobre el funcionamiento interno del PRI contribuyeron a precisar un espacio de debate y crítica. El PRI no era, en realidad, la maquinaria fina de relojería suiza sino una estructura de poder dependiente de imponderables del desarrollo y la lógica del conflicto social y la lucha de clases. Las aperturas políticas de los sesenta, la reforma política de los setenta, la severa crisis económica de los ochenta, la modernización productiva de los noventa y la alternancia partidista del 2000 han sido insuficientes para que el PRI, como la maquinaria política más nacional y dominante, tome conciencia de que el ejercicio del poder debe subordinarse a la democracia y no al pensamiento mesiánico de que tiene una función histórica que cumplir.
Al final de cuentas, la crisis política de México --concepto que fue usado por Moreno Sánchez como título para su libro-- ha estado históricamente ligada a los problemas internos y externos del PRI. Como una maldición gitana, la lucha por la verdadera y profunda democracia en México va a tener que seguir lidiando con el PRI y con los resabios autoritarios y dominantes de su existencia.

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