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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

miércoles, 4 de mayo de 2011

4-Mayo-2011, Miércoles.

INDICADOR POLITICO




+ Obama-Bush, imagen y semejanza

+ Osama, asesinato y no justicia



Carlos Ramírez



Aunque calificado para la pena de muerte como Saddam Hussein, el operativo de la CIA contra el líder terrorista Osama bin Laden se ajustó a los criterios del pasado en los que el gobierno de los Estados Unidos autorizó a la agencia de inteligencia el asesinato ilegal de políticos extranjeros.

Como en la historia del Juez Dredd, que fue una de las historietas de monitos muy famosa en los EU, el presidente estadunidense se convirtió en policía, juez y verdugo. Por donde quiera que se le vea y por mucho que se deseara, la muerte de bin Laden fue un asesinato político. Ayer mismo, el vocero de la Casa Blanca cambió la primera versión oficial y dijo que el dirigente de Al Qaeda no estaba armado aunque ofreció “resistencia activa”. Eso sí, permaneció la versión de que bin Laden murió de un balazo en la cabeza.

El problema para la Administración Obama radica en el hecho de que el presidente Bush y luego el presidente Obama se comprometieron a capturar a bin Laden para llevarlo a la justicia. Las primeras sospechas el mismo domingo en la noche se centraron en la prisa estadunidense por deshacerse del cuerpo y tirarlo al mar, sin presentar las evidencias de que se trató de una operación quirúrgica. Todo indicaría que el líder terrorista fue víctima de un escuadrón de la muerte coordinado por la CIA, cuyo director, por cierto, acaba de ser designado secretario de Defensa.

La justificación estadunidense sobre la prisa por deshacerse del cadáver radicó en el hecho de que un bin Laden vivo o con una tumba pública se hubiera convertido en factor de inestabilidad mundial. Sin embargo, existen reglas de combate que exigen el respeto a derechos humanos. Un juicio público contra bin Laden hubiera reforzado la lucha internacional contra el terrorismo y también fortalecido el respeto a la legalidad. El paso de los EU de utilizar a un escuadrón de la muerte --muy similar, por cierto, a los de las dictaduras militares norteamericanas en América Latina-- rompe con el Estado de derecho internacional y le reduce autoridad moral a los Estados Unidos y al propio Obama para invocar el respeto a los derechos humanos.

La decisión del operativo criminal --porque llevaba la intención de asesinar, no de hacer justicia-- de los EU contra bin Laden se salió de las regulaciones de combate internacionales. El hecho de que bin Laden haya sido señalado responsable del ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York en septiembre de 2001 no justifica una operación militar para asesinarlo. El apoyo popular a los Estados Unidos por el ataque del 2001 se ha transformado ya en repudio a decisiones unilaterales al margen y en contra de las leyes y el Estado de derecho.

Los EU decidieron el asesinato de Obama en la lógica del ojo por ojo que estimulaba la dialéctica terrorismo-contraterrorismo de los años setenta y ochenta. El problema fue de origen: George Bush caracterizó el ataque del 2001 no contra una población civil indefensa ni como un acto terrorista sino una agresión “contra el sistema de vida estadunidense”, es decir, contra una estructura social que se sostiene de la explotación internacional.

Obama estaba obligado a replantear la argumentación porque los Estados Unidos habrían iniciado una operación individual para salvar al capitalismo. En realidad, los ataques a las torres gemelas habían sido un ataque terrorista contra la población civil, independientemente de su modo de vida. La respuesta de un país civilizado era la de la aplicación estricta de la ley. Validar el asesinato de bin Laden es igual a violar las normas mínimas de respeto al Estado de derecho y validar la justicia por propia mano.

Obama, por tanto, merece ser condenado en un tribunal internacional de justicia. Osama bin Laden merecía, de acuerdo con la ley, la pena de muerte. Pero el gobierno de Obama regresó a los Estados Unidos al estado de naturaleza del viejo oeste en donde la ley del más fuerte era la única que valía. Al final, Obama no hizo más que confirmar la realidad de que los gobiernos republicanos y demócratas son exactamente iguales en materia de criminalización de la política. A la lucha contra el terrorismo le convenía más un juicio internacional contra bin Laden que lo hubiera condenado a muerte --como a Hussein a la horca-- que un asesinato en secreto decidido por el país más poderoso del mundo utilizado escuadrones de la muerte operados por la CIA.

Ningún país, ningún gobierno, ni ningún gobernante pueden asumir decisiones sobre la vida de los demás, por muy criminales que sean. Decidir el asesinato de bin Laden y ver al presidente demócrata del país más poderoso del mundo señalar que se había hecho justicia --aunque sin pasar por las leyes internacionales-- no significó sino un regreso al estado de violencia del terrorismo de Estado, igualmente inmoral que el terrorismo religioso fanático.

El temor de los EU de un juicio público contra bin Laden iba a comenzar con la revisión de su papel en el pasado de la región, sobre todo cuando armó a los talibanes para que lucharan en Afganistán contra la invasión soviética, aunque después esas armas se usaron para asesinar a estadunidenses. Asimismo, el juicio contra bin Laden hubiera también descubierto el papel de las invasiones militares de los EU, con el apoyo de aliados en el furgón de cola de los intereses estadunidenses, en el Medio Oriente, sobre todo Irak y Afganistán y el papel de Arabia Saudita como el gendarme estadunidense en la región donde no pelean religiones ni civilizaciones sino controles estratégicos de recursos naturales, sobre todo el petróleo que hace caminar al sistema productivo del capitalismo.

Osama bin Laden calificaba para la pena de muerte y su juicio hubiera revelado el papel criminal del terrorismo; sin embargo, su asesinato por un escuadrón de la muerte de la CIA podría haber fabricado otro héroe del fanatismo religioso árabe.







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