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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

viernes, 18 de marzo de 2011

18-Marzo-2011, Viernes.

INDICADOR POLITICO


+ La sabiduría del tapadismo
+ Sistema político aún cerrado

Carlos Ramírez

Uno de los mecanismos del viejo sistema político priísta aún vigente en el PAN y en el PRD ha sido el de la designación de candidatos a altos cargos de gobierno, sobre todo estatales y presidenciales. El paso de candidatos tapados a precandidatos visibles se ha convertido en un punto de fractura en los partidos porque carecen de instancias y experiencias realmente democráticas.
El tapadismo formaba parte de los juegos de espejos del sistema priísta autoritario y cerrado y le permitía al partido eludir los riesgos de la democracia. La estructura autoritaria piramidal del PRI dependía del juego del tapado operado por la figura presidencial. El único camino para terminar con los dramas políticos en las designaciones de candidatos es el de elecciones primarias, pero se trata de un paso democrático que ningún partido quiere dar porque se terminaría con las oligarquías dirigentes.
Hoy los partidos no saben cómo lidiar con las designaciones de candidatos. En la presidencia panista de la república se acudió al predestape de diez aspirantes y con ello se alimentaron las divisiones políticas. En el PRI se han dado cuenta de que carecen de cuadros y la lista se ha reducido a dos --Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones-- aunque con un  partido con los dados cargados a favor del mexiquense. Y en el PRD también la lista se reduce a dos --López Obrador y Marcelo Ebrard-- pero en medio de una lucha por el control del cacicazgo perredista nacional y capitalino. Los tres partidos entraron en una fase de debilidad interna por la impericia en el manejo de los tapados destapados.
El problema de las designaciones de candidatos radica en el hecho de que exista una fuerza superior con capacidad de decisión: en el PAN va a decidir el presidente Calderón, aunque en medio de jaloneos políticos que pudieran ser determinantes. Pero en el PRD y en el PRI no existe el Dedo de Oro --como le llamó el escritor Guillermo Sheridan en una novela paródica sobre los juegos palaciegos del PRI-- y por tanto los problemas se multiplican en función de las tribus internas.
Las listas de aspirantes siempre crean una estela de humo que facilita la decisión ya asumida. Echeverría enlistó a seis pero siempre supo quién sería su selección. López Portillo llegó con dos pero con la decisión de continuidad tecnocrática en la cartera. De la Madrid puso a competir a seis pero sólo para darle espacio político a Salinas. Salinas abrió un poco el juego pero para desinflar a Camacho porque ya había decidido por Colosio. Zedillo quiso poner candidato pero el PRI le cerró las puertas y por eso decidió abandonar al partido.
Fox quiso poner candidato al viejo estilo priísta, pero se encontró que Calderón le había arrebatado el partido en el nivel de consejeros nacionales. Hoy Calderón enfrenta el problema grave de tener la capacidad de decisión para poner candidato, pero en un partido no tan verticalista ni piramidal como el PRI.
El problema de Calderón no radica en poner candidato sino en seleccionar el método de designación. El futurismo perredista y priísta, con dos precandidatos ya posicionados y en campaña abierta --López Obrador y Enrique Peña-- lo orilló a abrir su juego con una lista de diez aspirantes, pero en un escenario de juego al estilo priísta fuera de control. Una lista tan amplia pudiera permitirle al presidente Calderón ocultar a su candidato, pero con un desgaste del propio juego sucesorio entre algunos que creen tener posibilidades.
En el juego de las sucesiones, la clave la tenía el presidencialismo priísta en el presidente del partido. Los dirigentes del PRI se sometieron al juego palaciego del poder. Del tapadismo absoluto del priísmo político se pasó al tapadismo de precandidatos perfilados. Ahora el presidente Calderón enfrenta el primer desafío de un juego político abierto, aún no democrático pero sin el control autoritario de los hilos del poder como en el pasado.
El viejo régimen priísta tenía el control absoluto de cuando menos tres hilos decisivos de poder en el juego de las sucesiones presidenciales: el PRI, los medios de comunicación y la oposición. Hoy el PAN como partido en el poder se resiste a ser manejado como el PRI, los medios se han convertido en protagonistas de las sucesiones y la oposición ya probó las mieles de la alternancia partidista en la presidencia de la república.
En el juego sucesorio priísta las listas eran parte de las apariencias: los grupos de seis se dividían en una competencia efectiva entre dos, un tercero como factor de equilibrio y tres como paleros políticos. El presidente en turno de la república deslizaba preferencias. Al final, la lista real era de dos, el valido y el que le servía como cuña al Dedo de Oro.
El predestape de diez aspirantes presidenciales en el PAN ha metido al partido en una fase de confusión. Y con un presidente del partido sin liderazgo partidista, el proceso de sucesión presidencial en el panismo ha entrado en una bajada con curvas peligrosas, sobre todo porque la inexistencia de una lista de aspirantes panistas había llevado la observación crítica y el desgaste de los precandidatos del PRI y del PRD. La difusión de una lista de diez aspirantes panistas le ha significado un respiro a los suspirantes conocidos de la oposición y orientado las baterías de la crítica a la lista panista.
Una carrera de largo aliento --año y medio a las elecciones y un año al registro de candidaturas-- siempre desgasta más al partido en el poder que a la oposición. Y lo más grave es que el predestape de los candidatos pone a esos funcionarios del gabinete calderonista y a algún despistado gobernador ante la observación agresiva por parte de los medios y de la propia clase política. A menos, claro, que Calderón esté jugando su propio juego y el candidato panista a la presidencia no esté en la lista de diez y el país regrese, con nueva picardía, al juego del tapado.


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