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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

martes, 18 de enero de 2011

18-Enero-2011, Martes.

INDICADOR POLITICO


+ EU: líderes con caras sucias
+ Demagogia pospone decisiones

Carlos Ramírez

Muy a su estilo de privilegiar la retórica para posponer los grandes debates hasta la siguiente crisis, el presidente Barack Obama convirtió el tiroteo en Tucson, Arizona, en un discurso para recuperar la popularidad perdida por la crisis de expectativas posterior a su elección.
En México se ha querido leer ese discurso en un ejemplo de liderazgo político, cuando en realidad fue nada más un discurso de la demagogia de cauterización que resurge cada vez que la sociedad norteamericana se encuentra con sus propios demonios: privilegiar las oraciones para posponer las decisiones imperiales y de violencia intrínseca.
El discurso de Obama se olvidó de la ley patriótica de Bush que sigue vigente en contra de las garantías sociales, del terrorismo como el factor del miedo que justifica excesos represivos, de la prisión de Guantánamo que Obama se comprometió a cerrar y sigue abierta, de la existencia de leyes que violan derechos por el miedo al terrorismo, del uso de torturas por la CIA aprobadas por Bush y mantenidas por Obama para conseguir información de presos presuntamente terroristas, del aumento de tropas norteamericanas en Afganistán para aplastar a los talibanes porque son una amenaza contra los intereses energéticos de los Estados Unidos.
Asimismo, un discurso cargado de retórica le dio la vuelta a la demanda nacional e internacional de control de armas, seguramente porque la Casa Blanca se niega o es incapaz de confrontar al loby todopoderoso de la Asociación Nacional del Rifle. Y el argumento es el que ya permea en los medios de comunicación estadunidenses que tampoco quieren modificar la posesión libre de armas como esencia de la hegemonía de la violencia: el autor del atentado en Tucson tiene problemas mentales; por tanto, el problema no es de posesión de armas sino de locura.
Con un discurso conceptual logró Obama frenar la indignación social por el atentado en Tucson, a pesar de que hay ciertamente un clima político marcado por la violencia: el tiroteo en Tucson, como muchos otros y sobre todo en centros educativos, ha sido dimensionalmente mayor a cualquier balacera en México. Y el clima de violencia en Arizona contra indocumentados, con autoridades policiacas contratando a actores como policías simbólicos contra migrantes, también es mayor en los EU que el que padecen en México los migrantes centroamericanos.
Los discursos retóricos logran cauterizar heridas en los EU porque en el fondo y a largo plazo no modifican enfoques de dominación racial e imperial. La sociedad norteamericana en realidad no pide justicia sino castigo y tampoco quiere modificar sus comportamientos de dominación violenta. Los estadunidenses quieren sólo creer que son víctimas de enemigos de su forma de vida. Por eso la sociedad política y social mayoritaria nunca ha querido investigar la verdad sobre los daños en el Pentágono en septiembre 11 de 2001 y ha decidido creer en la versión oficial de que se trató de un avión terrorista, aunque hasta ahora no exista ninguna evidencia que lo confirme.
Con un discurso Obama tranquilizó la presión sobre el Congreso para regular la venta de armas. Y le dio una salida demagógica a la relación armas-política. En los EU acaban de publicar una evidencia de esa vinculación siniestra: en noviembre pasado, Jesse Kelly, el oponente republicano de la agredida demócrata Gabrielle Gifford, convocó a sus seguidores a una reunión de la “victoria” para “expulsar” (oust) a la congresista de su oficina, pero ofreciendo el atractivo a los asistentes de disparar una carga de rifle de asalto. Por tanto, el problema de fondo en el caso de los disparos en Tucson no es de locura sino de clima de violencia propiciado por los políticos.
Por eso el discurso de Obama buscó destinatarios locales, no extranjeros. Los estadunidenses tienen su propia lógica que es ajena a la de otros países. Como consecuencia del tiroteo contra la congresista Gifford, el representante demócrata anunció la presentación de una legislación no para controlar armas y con ello la violencia sino para ilegalizar --es decir: prohibir-- la portación de armas en el entorno de mil pies --poco más de 300 metros-- de funcionarios gubernamentales. Se trata sólo de alejar las armas de los políticos, no de encarar la lógica de la violencia.
En México, en cambio, ha querido leerse el discurso de Obama como el de un estadista, pero nada más lejano a la realidad. La intención de Obama fue la de tranquilizar a la sociedad con frases de nociones más religiosas que de decisiones políticas. Lo grave es que Obama de nueva cuenta desoyó a los sectores progresistas estadunidenses que piden mayor control de armas. Pero de nueva cuenta hay que registrar el hecho de que el loby más poderoso del sector legislativo en los EU es justamente el de la Asociación Nacional del Rifle, con sus dos poderosos brazos: el de la libertad de posesión de armas y el de la producción de armamento, el complejo militar-industrial. Las leyes del viejo oeste para portar armas siguen vigentes en Arizona y otras partes de la nación, donde el problema no es la portación sino el permiso.
La diferencia de la violencia entre los EU y México es palpable: en los EU se trata de una violencia social-política e imperial --balaceras contra ciudadanos y ocupación de Irak y Afganistán, como antes Vietnam-- y en México ocurre la violencia del crimen organizado contra el Estado y la sociedad. En los EU la demagogia busca cauterizar heridas para no cambiar la estructura de violencia. Por eso el discurso de Obama logró su objetivo: recuperar popularidad, no resolver la crisis social y moral de los EU.


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