INDICADOR POLITICO
+ Democracia:
enemigos íntimos
+ Las
falacias de AMLO-PRI-132
Carlos
Ramírez
Ante la pasividad del sistema
político para entrar al debate, la coalición neopopulista de López Obrador ha
convertido el concepto de democracia
en su bandera. Sin embargo, democracia es la protesta poselectoral como
democracia es el valor de las
instituciones electorales.
En sus argumentaciones
esquemáticas, rebeldes e institucionales el tabasqueño ha aplicado el modelo
conocido como sofisma populista o argumentum
ad populum o argumento dirigido al pueblo: López Obrador dice que su
democracia es para todos pero los
promotores del institucionalismo suponen ese mismo objetivo. Sin embargo, la realidad es que la sociedad
mexicana está dividida y no hay más
camino democrático que encontrar el aristotélico justo medio.
El problema de la transición
mexicana fue la escasez de una nueva
gramática de la democracia. Los transicionistas supusieron resuelto el problema con la sola transición, sin
entender que el PRI tardó tres generaciones en imponer su lenguaje político. En este contexto, la sociedad
mexicana se equivocó al analizar la realidad de la transición-alternancia con
el lenguaje del pasado priísta.
Sin embargo, la discusión real sobre
la verdadera democracia se abrió en
México a mediados del siglo XIX con el debate constitucional en plena invasión
estadunidense. El joven diputado Mariano Otero en 1847 aportó la clave para entender la funcionalidad de
una democracia: no la victoria de la mayoría sino el reconocimiento de la minoría. La teoría de las minorías de Otero se
basaba en la urgencia de reflejar en la composición de las instituciones de
gobierno la pluralidad existente en
la sociedad. Ahí México sentó la base teórica
de su rechazo a las dictaduras.
La ausencia de un modelo de participación
de las minorías ha pervertido las
diferentes reorganizaciones del poder político. La falacia de López Obrador con
su argumento de “patria para todos” es obvia porque todos tienen cabida en la patria actual; y si se refiere a que una
minoría se imponga sobre la mayoría, su modelo populista es al revés: que una mayoría aplaste a la
minoría, con lo que al final la patria no
será para todos.
Y la falacia de los
institucionalistas trata de imponer
resultados legales sin atender las exigencias de las minorías derrotadas. En
materia de derechos sociales, los sistemas políticos encontraron en las
oficinas de derechos humanos una salida
a los intereses de las minorías reprimidas, por lo que las instituciones
electorales deben encontrar fórmulas de atención a las quejas más allá de la rigidez de las leyes.
En el fondo, los sistemas
democráticos no saben cómo lidiar
con los nuevos actores políticos, todos ellos marginados en el pasado. Pero
como dice Tsvetan Todorov, filósofo, historiador y politólogo, la democracia ha
abierto las puertas a sus enemigos. Y
se trata de sectores sociales activos que exigen democracia pero para acabar con las reglas de la democracia
como sistema de equilibrio entre mayorías y minorías.
En su último ensayo, Los enemigos íntimos de la democracia,
Todorov señala a esos adversarios internos
de la democracia: el populismo, el ultraliberalismo y el mesianismo. “La democracia
está enferma de desmesura, la
libertad pasa por tiranía, el pueblo se transforma
en masa manipulable, y el deseo de defender el progreso se convierte en espíritu
de cruzada”. “Vivir en una democracia sigue siendo preferible a la sumisión de
un Estado totalitario, una dictadura militar o un régimen feudal oscurantista,
pero la democracia, carcomida por sus enemigos íntimos, que ella misma engendra, ya no está a la altura de sus
promesas”. Lo paradójico es que esas desmesuras han sido engendradas por los temas centrales de la democracia: progreso,
libertad y pueblo.
La democracia ha dejado de ser un
sistema de equilibrios sociales y
políticos para convertirse en una bandera.
Por ejemplo, los jóvenes-viejos del YoSoy132
exigen la democracia pero usan la libertad para mostrar los indicios de
ideologías totalitarias del yo o nada y para ellos la democracia es violar las reglas de la democracia
existente, sin que existe de por medio cuando menos una iniciativa de reforma para la instauración
democrática. Como vándalos toman la calle para amenazar con impedir la toma de posesión de Peña Nieto…, en nombre
de la democracia.
Al final, en proceso de transición
violenta, la democracia se convierte en una coartada para paradójicamente liquidar la democracia. Ello ha
ocurrido con las revoluciones triunfantes que combatieron dictaduras en nombre
de la democracia pero para instaurar regímenes totalitarios en “nombre del
pueblo” pero con la aplicación de la exclusión
ideológica que es el principal defecto de las dictaduras: Cuba, Corea del
Norte, China, Unión Soviética, Chile militarizado, España franquista, Nicaragua
sandinista.
Las transiciones son la vía ordenada para pasar de una
dictadura a una democracia pero “de la ley a la ley”; a diferencia de las
revoluciones que imponen un sistema totalitario para sustituir dictaduras, las
transiciones exigen acuerdos
plurales para el proceso conocido como instauración
democrática. Ahí falló el PAN durante doce años y también falló el PRI al
atrincherarse en la defensa del viejo
modelo político priísta.
México está pagando con conflictos
poselectorales el fracaso de la
transición: los neopopulistas se rigen por el mesianismo y no por las reglas y
los institucionalistas se escudan en la ley, ambos en nombre de la democracia pero sin cumplir con las reglas de la democracia. Y la sociedad, pasiva, queda atrapada entre los
extremismos no democráticos.
@carlosramirezh
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