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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

5-Septiembre-2012, Miércoles.


INDICADOR POLITICO


 

+ Democracia: enemigos íntimos

+ Las falacias de AMLO-PRI-132

 

Carlos Ramírez

 

Ante la pasividad del sistema político para entrar al debate, la coalición neopopulista de López Obrador ha convertido el concepto de democracia en su bandera. Sin embargo, democracia es la protesta poselectoral como democracia es el valor de las instituciones electorales.

En sus argumentaciones esquemáticas, rebeldes e institucionales el tabasqueño ha aplicado el modelo conocido como sofisma populista o argumentum ad populum o argumento dirigido al pueblo: López Obrador dice que su democracia es para todos pero los promotores del institucionalismo suponen ese mismo objetivo. Sin embargo, la realidad es que la sociedad mexicana está dividida y no hay más camino democrático que encontrar el aristotélico justo medio.

El problema de la transición mexicana fue la escasez de una nueva gramática de la democracia. Los transicionistas supusieron resuelto el problema con la sola transición, sin entender que el PRI tardó tres generaciones en imponer su lenguaje político. En este contexto, la sociedad mexicana se equivocó al analizar la realidad de la transición-alternancia con el lenguaje del pasado priísta.

Sin embargo, la discusión real sobre la verdadera democracia se abrió en México a mediados del siglo XIX con el debate constitucional en plena invasión estadunidense. El joven diputado Mariano Otero en 1847 aportó la clave para entender la funcionalidad de una democracia: no la victoria de la mayoría sino el reconocimiento de la minoría. La teoría de las minorías de Otero se basaba en la urgencia de reflejar en la composición de las instituciones de gobierno la pluralidad existente en la sociedad. Ahí México sentó la base teórica de su rechazo a las dictaduras.

La ausencia de un modelo de participación de las minorías ha pervertido las diferentes reorganizaciones del poder político. La falacia de López Obrador con su argumento de “patria para todos” es obvia porque todos tienen cabida en la patria actual; y si se refiere a que una minoría se imponga sobre la mayoría, su modelo populista es al revés: que una mayoría aplaste a la minoría, con lo que al final la patria no será para todos.

Y la falacia de los institucionalistas trata de imponer resultados legales sin atender las exigencias de las minorías derrotadas. En materia de derechos sociales, los sistemas políticos encontraron en las oficinas de derechos humanos una salida a los intereses de las minorías reprimidas, por lo que las instituciones electorales deben encontrar fórmulas de atención a las quejas más allá de la rigidez de las leyes.

En el fondo, los sistemas democráticos no saben cómo lidiar con los nuevos actores políticos, todos ellos marginados en el pasado. Pero como dice Tsvetan Todorov, filósofo, historiador y politólogo, la democracia ha abierto las puertas a sus enemigos. Y se trata de sectores sociales activos que exigen democracia pero para acabar con las reglas de la democracia como sistema de equilibrio entre mayorías y minorías.

En su último ensayo, Los enemigos íntimos de la democracia, Todorov señala a esos adversarios internos de la democracia: el populismo, el ultraliberalismo y el mesianismo. “La democracia está enferma de desmesura, la libertad pasa por tiranía, el pueblo se transforma en masa manipulable, y el deseo de defender el progreso se convierte en espíritu de cruzada”. “Vivir en una democracia sigue siendo preferible a la sumisión de un Estado totalitario, una dictadura militar o un régimen feudal oscurantista, pero la democracia, carcomida por sus enemigos íntimos, que ella misma engendra, ya no está a la altura de sus promesas”. Lo paradójico es que esas desmesuras han sido engendradas por los temas centrales de la democracia: progreso, libertad y pueblo.

La democracia ha dejado de ser un sistema de equilibrios sociales y políticos para convertirse en una bandera. Por ejemplo, los jóvenes-viejos del YoSoy132 exigen la democracia pero usan la libertad para mostrar los indicios de ideologías totalitarias del yo o nada y para ellos la democracia es violar las reglas de la democracia existente, sin que existe de por medio cuando menos una iniciativa de reforma para la instauración democrática. Como vándalos toman la calle para amenazar con impedir la toma de posesión de Peña Nieto…, en nombre de la democracia.

Al final, en proceso de transición violenta, la democracia se convierte en una coartada para paradójicamente liquidar la democracia. Ello ha ocurrido con las revoluciones triunfantes que combatieron dictaduras en nombre de la democracia pero para instaurar regímenes totalitarios en “nombre del pueblo” pero con la aplicación de la exclusión ideológica que es el principal defecto de las dictaduras: Cuba, Corea del Norte, China, Unión Soviética, Chile militarizado, España franquista, Nicaragua sandinista.

Las transiciones son la vía ordenada para pasar de una dictadura a una democracia pero “de la ley a la ley”; a diferencia de las revoluciones que imponen un sistema totalitario para sustituir dictaduras, las transiciones exigen acuerdos plurales para el proceso conocido como instauración democrática. Ahí falló el PAN durante doce años y también falló el PRI al atrincherarse en la defensa del viejo modelo político priísta.

México está pagando con conflictos poselectorales el fracaso de la transición: los neopopulistas se rigen por el mesianismo y no por las reglas y los institucionalistas se escudan en la ley, ambos en nombre de la democracia pero sin cumplir con las reglas de la democracia. Y la sociedad, pasiva, queda atrapada entre los extremismos no democráticos.



@carlosramirezh

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