INDICADOR POLITICO
+ Desafío
PRD: polarización sexenal
+
Congreso: dos facciones perredistas
Carlos
Ramírez
El dato más revelador de los posicionamientos de las bancadas legislativas y la
dirección nacional del PRD arrojaría el primer saldo de una fractura de largo plazo: las pejebancadas enfiladas hacia el bloqueo al PRI y el grupo reformista
abriendo espacios de negociación.
El fondo del asunto radica en la
identificación de dos enfoques
políticos en las propuestas en activo, independientemente de que algunas otras viejas
tribus carezcan de dinamismo:
1.- La neocardenista-neopopulista
que ahora encabeza López Obrador, aunque cada vez más alejada del cardenismo de
la segunda mitad de los años cuarenta del siglo pasado y más dominada por el neopopulismo asistencialista con
sectores del lumpen. Este grupo se
mueve en la nostalgia de la
Revolución Mexicana, cuando la sociología de las clases sociales es otra en el
siglo XXI.
2.- Y la socialdemócrata conservadora que tratan de estructurar Manuel
Camacho y Marcelo Ebrard, pero sin
tener bases perredistas sólidas y sólo operando en algunas élites. Carentes de
una ideología formal, colocados más en el sentido de la oportunidad política, temerosos de crear un consenso alrededor de
la socialdemocracia, los miembros de este grupo han tenido dificultades para
fijar una idea-fuerza y
lamentablemente para ellos han tenido que colocarse en el furgón de cola del imparable tren lopezobradorista.
En medio de ambas van a seguir
pululando, a la caza de beneficios
circunstanciales de algunas de las dos corrientes, los grupos de presión sin control, anarquistas, sin propuestas coherentes
y más orientados a la movilización callejera contra el capote rojo de las reformas inevitables que como diseñadores de
alternativas: lo mismo ese viejo sindicalismo fidelvelasquista del SME, que los
violentos PanchosVillas, los atencos protegidos por López Obrador y
los jóvenes-viejos del YoSoy132 ahora
controlados y dominados por las corrientes antisistémicas
de la UNAM.
Los principales problemas que enfrentan ambas corrientes perredistas,
la neocardenista-neopopulista y la socialdemócrata, son principalmente dos: el estilo priísta mesiánico y caudillista
de López Obrador y la ausencia de un
verdadero partido político de la izquierda y de la clase trabajadora. Estos dos
obstáculos han impedido que la
oposición centro-progresista fije rumbo, de ideas y de conquista de sectores
sociales activos y productivos. Al final, el PRD ha tenido que someterse al funcionamiento
caudillista-cesarista de López Obrador.
Y el problema de López Obrador
radica en su ambición de poder, en
su incapacidad para convertirse en un verdadero líder de una oposición centro-progresista
y derivar en un Caudillo dominado por la pasión
del centralismo político. En el sexenio 2000-2006 usó los recursos públicos del gobierno del DF para construir su
candidatura, en el sexenio 2006-2012 instauró una patética “presidencia legítima” para fortalecer su liderazgo
personal y para el sexenio 2012-2018 prepara una corriente de confrontación a Peña Nieto para
obstaculizar acuerdos políticos.
El PRD enfrenta el peor de los mundos, no sólo por el
dominio caudillista en sus direcciones políticas desde su fundación en 1989: la
ausencia de definiciones doctrinarias.
La mediocridad de las direcciones partidistas de Jesús Ortega y ahora de Jesús
Zambrano ha sido producto de la ausencia
de debates ideológicos internos y del uso de las posiciones burocráticas para
afianzar grupúsculos en el poder
partidista. Desde los primeros posicionamientos de Cuauhtémoc Cárdenas en el
periodo 1985-1994, el PRD ha carecido
de agitación ideológica interna.
En lugar de cohesionar al partido
en las derrotas de 1994, 2000, 2006 y 2012 y en vez de catapultar las victorias de 1997 en el Congreso y del gobierno del
DF en el 2000, 2006 y 2012, el PRD aparece arrastrado
a las corrientes de los rápidos del
cualquier río salvaje. El radicalismo de López Obrador del 2000 al 2012 ha
creado un liderazgo autoritario en
el PRD pero a costa de divisiones internas y de la imposibilidad de definir un
proyecto coherente de propuestas políticas, además de que ha alejado de las simpatías a la clase
media que ha anhelado el cambio político, que le apostó a una alternancia
conservadora durante dos sexenios y que finalmente decidió regresar al PRI no en función de esperanzas democráticas sino de
alguna política social más articulada.
La primera aparición política del PRD en función del sexenio 2012-2018
--la instalación del nuevo Congreso general-- mostró a un perredismo oscilando
entre la vieja y desgastante oposición estridente, marcada por el odio y sin posibilidad de diálogo, y una
facción más estable que prefirió pasar a la discreción que seguir las pasiones
lopezobradoristas del resentimiento. Pero el PRD tendrá que decantarse en
función de las reformas
estructurales que se avecinan y que encarar, si quiere tener resultados, los
viejos dogmas populistas del PRI
ahora magnificados por el neopopulismo lopezobradorista.
Los primeros indicios de lo que
viene en el PRD los ha dibujado
López Obrador al tener la percepción de que la única forma de mantener la
cohesión de sus seguidores es la oposición antisistémica por otros seis años, bloqueando cualquier reforma. Con ello
López Obrador sigue demostrando que no es un estadista sino un agitador social, un opositor por único
camino y no un constructor. Y lo paradójico es que López Obrador es un adorador
del viejo PRI populista que el PRI que le apostó al neoliberalismo cuando no vio puertas de salida presupuestal a
su vieja ideología social.
Si el PRD se vuelve a paralizar entre las corrientes
neocardenista-neopopulista y socialdemócrata, sus posibilidades electorales
serán mucho menores para el 2018,
aunque siga avanzando a nivel legislativo y regional. Por lo pronto, es de
esperarse que López Obrador anuncie su reelección
como presidente legítimo el próximo domingo en el zócalo.
@carlosramirezh
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