+ PRI: regresar a la hegemonía
+ Mejor sistema parlamentario
Carlos Ramírez
Ante la expectativa priísta que da por segura desde ahora la recuperación de la presidencia de la república en el 2012, las iniciativas de reorganización política del PRI tienen dos objetivos: evitar la reforma estructural del viejo sistema político y recuperar espacios de poder para el viejo modelo presidencialista.
Se trata de un modelo de refundación del partido hegemónico. En esa línea se localiza quizá la contrarreforma más importante que propuso la bancada del PRI en la Cámara de Diputados: regresar a la cláusula de gobernabilidad que le permitiría al PRI tener la presidencia y la mayoría absoluta en la Cámara.
Este modelo simplemente reviviría la estructura de partido hegemónico y facilitaría nuevamente la complicidad ejecutivo-legislativo. Pero sobre todo, regresaría al modelo del autoritarismo presidencialista que inventó el PRI a través del papel metaconstitucional del presidente de la república como jefe máximo del PRI.
El punto de debate llevará a revisar el papel de los diputados de representación proporcional, quienes compensan la ausencia de una verdadera mayoría. Pero lo malo de todo radica en el hecho de que el país se estancó y perdió dinamismo democrático cuando el presidente de la república tenía mayoría absoluta de su partido en el congreso.
De ahí que la discusión de la reforma política debe llevar, de una vez por todas, a analizar el modelo parlamentario: que el partido que gane o arme una mayoría en el Congreso pueda tener el derecho de poner jefe de gobierno y que sea separada la figura de presidente de la república. El PRI quiere el modelito de tener todo con menos riesgos. La cláusula de gobernabilidad fue el camino tramposo para mantener vigente el sistema piramidal de control presidencialista
La construcción de mayorías legislativas ha acaparado la atención de los políticos y analistas. Pero en lugar de encarar el asunto con enfoques audaces hacia adelante, el país podría ser embarcado en un regreso a las prácticas nefastas del pasado que crearon poderes hegemónicos en una sola persona y que inhibieron la posibilidad del PRI como partido político.
Algunas de las transformaciones políticas del país --producto de decisiones básicamente económicas-- llevaron a la perdida de la hegemonía priísta. El poder del presidente de la república fue producto del control presupuestal sin vigilancia, de la designación de candidatos a puestos de elección popular, del manejo de las elecciones desde el ejecutivo federal, del papel del presidente de la república como jefe nato del partido y del uso autoritario de los instrumentos judiciales.
Así, los políticos priístas quedaron en meras piezas menores del sistema político y siempre dependientes del voluntarismo presidencialista. La ausencia de una mayoría absoluta en el Congreso ha permitido, por ejemplo, que el PRI dependa menos de alguna fuerza externa y que la posibilidad de recuperar la presidencia de la república no le regrese al titular del ejecutivo el control del legislativo. La búsqueda de alianzas legislativas para construir mayorías será importante para impedir el retorno de la estructura piramidal del poder.
La ausencia de mayorías legislativas es el problema menor del sistema político. Al final, se trata de que los partidos definan reformas y conjunten entendimientos. Las experiencias del pasado presidencialista con el legislativo como apéndice del ejecutivo conformaron un modelo de gobierno autoritario y unipersonal. Y fue peor cuando el judicial también estaba sometido al dominio presidencialista.
Con todo, en estos años de ausencia de una mayoría absoluta unipartidista ha llevado a los partidos en el congreso a negociar acuerdos de gobernabilidad. El país ha podido sobrellevar decisiones pactadas, aunque en las grandes reformas se traban decisiones por la intolerancia de priístas que no quieren reformar el sistema político y con panistas que aún ignoran qué reformas debieran negociarse para modificar la estructura política de la república.
Lo peor que le puede pasar a un país enfilado en una transición inevitable --lenta pero transformadora, al final de cuentas-- es regresar a los vicios de la concentración de poderes. La cláusula de gobernabilidad confundía justamente la gobernabilidad con la hegemonía del poder unipartidista y unipersonal. De ahí la necesidad de debatir el sistema parlamentario de mayorías coalición y desaparecer los plurinominales que sólo han derivado en la existencia de una casta divina de legisladores que no sudan el voto y que no rinden cuentas a ningún distrito. Los sistemas parlamentarios pueden ser caóticos, pero al final resguardan la vocación democrática de la negociación, los pactos y los acuerdos.
El riesgo de la discusión de la reforma política va a exhibir justamente la perversión de la acumulación de poder. El PRI quiere modificar el sistema político para recuperar el poder. Con la cláusula de gobernabilidad, el PRI podría no ganar la presidencia de la república pero someter al próximo jefe del ejecutivo federal al peso y dominio hegemónico de un partido con la mayoría absoluta.
Las transiciones son para democratizar la política, no para restaurar modelos de dominación hegemónica.
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