INDICADOR POLITICO
+ Sicilia
y sus besos de Judas
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¿Cuándo contra Chapo y el Lazca?
Carlos
Ramírez
La reunión del movimiento del poeta
Javier Sicilia con los cuatro candidatos presidenciales tuvo tres perfiles significativos:
1.- El silencio del movimiento de Sicilia sobre los capos de los cárteles de
la droga, cuya violencia criminal obligó al gobierno a desarrollar la
estrategia de combate contra el crimen organizado que se había apropiado de espacios territoriales de
la soberanía del Estado.
2.- La negativa caprichosa de Sicilia a reconocer que el 90% de los miles
de muertos corresponden a delincuentes y todos ellos caídos en enfrentamientos entre ellos, por lo que sólo la
arrogancia de la intolerancia permite seguir refiriéndose a los muertos de Calderón. Sicilia sigue culpando al
gobierno de la muerte de su hijo, cuando en realidad fue asesinado por miembros
del cártel del pacífico Sur de los
Beltrán Leyva.
3.- La reunión en el alcázar del
Castillo fue una celada: luego del
beso de Judas, Sicilia sentó a cada candidato para regañarlo, insultarlo,
reclamarle obligarlos
autoritariamente a asumir los criterios de Sicilia. Al final, Sicilia ha exigido a los candidatos y a los
funcionarios que ofrezcan disculpas a las víctimas, pero de nuevo nada, pero absolutamente nada, le pide
a los capos que asesinan para vender droga en México.
Las reuniones del movimiento de
Sicilia con funcionarios y candidatos no
conducen a lugar alguno porque al final de cuentas el poeta practica la
ideología del anarquismo católico,
es decir, pugna por la desaparición
del Estado. Por eso es que su discurso político --que ya no religioso ni de
dolor-- se basa en la intención de doblegar
al Estado, de cercenarle su tarea obligatoria de ejercicio del monopolio de la
fuerza y de poner los sentimientos
de ciudadanos individuales por encima de las tareas de gobierno. Por eso
Sicilia llevó a miembros de Atenco, el grupo que rompió la estabilidad de la ciudad con sus marchas y sus machetes
amenazantes y por eso Sicilia y los de Atenco reaccionaron como víctimas del uso de la fuerza.
Las intenciones del movimiento de
Sicilia nada tienen que ver con la
paz y la justicia sino que se reducen a detener
la acción del gobierno en contra de las organizaciones del crimen organizado
que han escalado situaciones de
violencia entre sí. La violencia real
de estos años ha sido primordialmente por la disputa de territorios entre cárteles de la droga; ahora mismo, por
ejemplo, la zona noreste del país ha recalentado
la violencia por la guerra --ahí sí-- entre el cártel de Sinaloa de Joaquín El
Chapo Guzmán y sus aliados contra Los
Zetas de Heriberto Lazcano El Lazca.
Y si en consecuencia los llamados a
la paz debieran hacerse contra los cárteles que se protegen en la impunidad
de la corrupción y usan los derechos humanos como escudos institucionales, el movimiento de Sicilia tiene el objetivo
de detener la acción del Estado que,
irónicamente, permitiría que los narcos regresaran a controlar las plazas con
la complicidad de las policías, los funcionarios y la propia sociedad que prefiere la riqueza criminal a la
crisis de empleo institucional.
Sicilia ha logrado organizar a familiares de afectados por
la violencia del narcotráfico, algunos ellos por abusos gubernamentales; para
ellos, la salida no sería la
investigación y el castigo sino la finalización de la ofensiva estatal contra
los cárteles; en cambio, son mucho mayores los ciudadanos y comunidades
enteras que estaban bajo el yugo territorial de los cárteles y que fueron liberados con la intervención de las fuerzas
federales de seguridad y de las fuerzas armadas y que no merecen el consuelo del Sicilia anarquista.
El silencio de Sicilia ante la violencia criminal de los cárteles y los capos y su conducta
arrogante, intolerante y hasta ofensiva contra algunos funcionarios ha
convertido al poeta en un fundamentalista de la paz que beneficia a los criminales y su movimiento lo ha llevado a buscar
el estado de anarquía sin autoridad
gubernamental. Al final, pareciera que la ideología de anarquista católico
lleva a Sicilia a apelar a una situación en la que prefiere la presencia de los narcos que la de la autoridad. De ahí,
por ejemplo, que el movimiento de Sicilia sea minoritario y no tenga el apoyo de los miles de ciudadanos cuyas
comunidades han sido liberadas por la acción de seguridad del Estado y que
piden la permanencia del ejército en
sus comunidades.
El debate de fondo no radica en el autoritarismo con el
que Sicilia quiere imponer sus puntos de vista y a partir de ahí, vía su
discurso de reclamos irracionales, obligar
a los candidatos a comprometerse con los postulados de su movimiento, sin
preocuparse por las comunidades que aún siguen padeciendo la violencia criminal
de los cárteles. El silencio de Sicilia ante la impunidad
de los grandes capos del crimen
organizado no significa un ejemplo de caridad cristiana sino, al final de
cuentas, una complicidad por
omisión, sin reconocer que justamente esa complicidad por omisión permitió el
auge de las bandas criminales y los asesinatos como el de su hijo y sus amigos.
Sicilia no anda en busca de soluciones, sino de oportunidades para
descargar con violencia verbal la bipolaridad de su propia corresponsabilidad en el asesinato de su hijo. Porque sólo ese
crimen lo obligó a mirar la
violencia criminal.
Además, opino que Javier Sicilia,
su movimiento, el rector de la UNAM José Narro y los periodistas deben responsabilizar a los narcos de la
violencia y los muertos, exigir sin
dobleces la rendición incondicional de Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael El
Mayo Zambada, Heriberto Lazcano El
Lazca, Servando Gómez La Tuta,
Juan José El Azul Esparragoza,
Vicente Carrillo Fuentes y otros capos
y demandar la entrega de su arsenal
de armas para ser juzgados como responsables de la violencia criminal en el
tráfico de drogas y de varios de miles de muertos.
@carlosramirezh
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Gran artículo, opino igual que ud. Un poco de sentido común es lo que Sicilia y su movimiento necesitan.
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