INDICADOR POLITICO
+ Buendía:
fuegos de artificio
+ Libro
oportunista de Granados
Carlos
Ramírez
SI algo destacó en el oficio
periodístico de Manuel Buendía, el de la investigación
a fondo fue el prioritario. Por eso decepciona quienes aprovechan materiales a
medio redactar para beneficiar al
autor y no al protagonista.
El libro Buendía: el primer asesinato de la narcopolítica en México,
acreditado a textos que estaba trabajando Miguel Angel Granados Chapa antes de
morir, frustra el intento de lo que
se quiere imponer: la existencia en 1984 de la narcopolítica. Y no porque no
existiera, sino porque el armado de los textos queda sólo en apuntes carentes de investigación periodística
más allá de los recortes, los rumores y las intenciones ajenas a la denuncia
profesional.
En todo caso y de manera
paradójica, los textos de Granados que sus descendientes decidieron publicar sin el rigor periodístico sólo confirman
que Buendía fue asesinado cuando comenzaba a publicar algunas informaciones
sobre el narcotráfico en México pero sin
probar la tesis de que el asesino fue José Antonio Zorrilla Pérez, entonces
director de la Federal de Seguridad, la policía política del Estado dependiente
del secretario de Gobernación y del presidente de la república.
Los datos de los textos de Granados parecen tener --tal cual fueron
redactados-- la intención previa de
incriminar a Zorrilla como el operador y único
autor del crimen. Sin embargo, en los textos no existe ninguna investigación real, a fondo, propia, sino sólo el
registro de versiones, muchas de ellas contradictorias. Extraña el hecho porque
Granados era un periodista riguroso en la confirmación.
La parte central que trata el
asesinato del columnista de Excelsior
el 30 de mayo de 1984 se basa en
páginas de los 57 tomos de las causas penales 104/889 y 107/89, redactado por
Tomás Tenorio Galindo, periodista investigador de asuntos político-policiacos y
funcionario público. El libro sólo incluye doce y media páginas de Granados
sobre el asesinato, pero con conclusiones y ninguna indagación propia o razonamiento;
son páginas que simplemente acusan a
Zorrilla.
La parte de Tenorio Galindo
--treinta y ocho y media páginas, el 13% del total-- mezcla los datos de los documentos de la causa penal con
conclusiones propias, pero sin
llegar a hacer siquiera algún razonamiento lógico; peor aún, ese resumen peca de inducciones tramposas que
tratan de eludir las contradicciones en las declaraciones ministeriales. Por
tanto, no se trata de un texto de
periodismo analítico sino de una causa penal adicional basada sólo en el criterio original de que los datos
oficiales tienen que probar que
Zorrilla fue el único operador del
asesinato de Buendía.
De ahí que el libro acreditado póstumamente a Granados
Chapa --y que hoy martes se presentará públicamente-- no sea periodístico sino acusatorio, lo cual no se vería mal si
no fuera porque los organizadores del material quisieron meterse de lleno --y
de paso a Granados Chapa-- en la parafernalia
periodística del ambiente del narcotráfico. Peor aún, el libro de Granados
pudiera ser la simiente de un buen
reportaje sobre el narco, la política y el periodismo, pero al final quedó en
un libro de escándalo.
Lo malo fue que la fallida parte del narcotráfico oscurece
la verdadera aportación periodística de Granados Chapa: la primera aproximación
biográfica a uno de los periodistas más importantes del periodo 1970-1984 del
México en crisis de transición y fundador del columnismo político de investigación. La parte biográfica de
la carrera profesional de Buendía es apenas el primer esbozo para ofrecer la construcción de un periodista crítico. Los
capítulos 2 al 7 parecen ser apenas los trazos
de un análisis que ya Granados Chapa no pudo hacer porque el cáncer lo destruyó
tempranamente.
En la parte de Tenorio Galindo hay
contradicciones serias. Una de ellas es fundamental: la leyenda urbana dice que
Zorrilla coordinó el asesinato de
Buendía la tarde del 30 de mayo y lo hizo desde su oficina, donde dio órdenes
personales a uno de sus comandantes, Juventino Prado, para matar al periodista.
Sin embargo, investigaciones posteriores probaron
que Zorrilla no estuvo en su oficina a la hora denunciada por Prado sino que comía
en un restaurante. El redactor Tenorio Galindo resuelve el misterio con la conclusión
propia de que las instrucciones del
crimen las pudo haber dado Zorrilla desde su oficina “o desde el (restaurante)
Champs Elysées”.
Luego narra la “confesión” de Rafael Moro Avila, el
rockero y agente de la Federal de Seguridad que fue sentenciado como asesino
material, pero resulta que hubo retractaciones de Moro y su propia confesión
debió de haber quedado sin valor. Además, hay un misterio no resuelto: la
policía hizo un muñeco de tamaño natural del asesino y su complexión es mucho menor a la de Moro. Asimismo, Tenorio resuelve a su modo otra contradicción:
el color de la piel del asesino, según testigos: era oscura; por tanto, afirma
Tenorio, Moro “iba maquillado con
tono oscuro, seguramente para
confundirse con El Chocorrol”,
presunto cómplice de Moro pero más bajo, flaco y moreno.
Paradójicamente, la lectura del
libro organizado por familiares y acreditado a Granados Chapa sólo confunde las versiones oficiales y deja
la sospecha de que Zorrilla no
asesinó a Buendía. Y lamentablemente el libro no cumple con el objetivo del título respecto a la narcopolítica,
porque deja la conclusión de que Zorrilla habría actuado como asesino solitario
pero sin contexto político.
@carlosramirezh
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