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Periodista, escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. En Ciencias Políticas, oaxaqueño. Autor de la columna "Indicador Político" en El Financiero.

domingo, 3 de octubre de 2010

Indicador Político 1-octubre-2010, Viernes.

+ Ebrard: el poder y la gloria
+ DF: MP y microbusización

Carlos Ramírez

Justo en la coyuntura de su auto destape como precandidato presidencial del PRD, Marcelo Ebrard dio un adelanto de su estilo personal de gobernar: la judicialización de la política al interponer demandas en contra del cardenal Juan Sandoval Iñiguez.
Y justo cuando el país necesita de estadistas que privilegien la política como el arte de la negociación entre contrarios, Ebrard delineó su forma de gobernar: la intimidación judicial, la aplicación de las leyes contra adversarios y el ágora de ministerio público para inhibir debates de ideas.
La ley se creó para dirimir conflictos entre civiles y la política se inventó para zanjar diferencias entre ciudadanos. La ley ha sido usada, en el viejo régimen priísta del que proviene Ebrard, para controlar la protesta civil y ciudadana. Y como Salinas de Gortari, Ebrard usa la ley para aplicar golpes espectaculares como una forma de consolidar una imagen de autoritarismo absolutista.
Las demandas contra el cardenal Sandoval Iñiguez han mostrado el rostro de la intolerancia política de Ebrard. Pero también, de la falta de seriedad. Luego de haber interpuesto su primera demanda de daño moral contra el cardenal, Ebrard demeritó la calidad de su comportamiento cuando levantó una canasta de huevos y dijo que lo hacía para que los viera el cardenal. Ahí se manifestó el subconciente de Ebrard al establecer que la política es cuestión de huevos, es decir, de fuerza, de autoridad, de represión, aunque en otros círculos se estableció el criterio de que “se presume de lo que se carece”.
En este contexto, Ebrard ha comenzado a mostrar los perfiles de sus estilos de gobierno y del ejercicio de la política. Las demandas contra el cardenal Iñiguez forman parte de la precampaña presidencial de Ebrard, aunque con recursos públicos porque ha usado la infraestructura jurídica del gobierno del DF para asuntos electorales. Pero al mismo tiempo, ha dejado ver que Ebrard no confía en la política y que trata de acallar a sus críticos con la judicialización de la política. Las invitaciones a la presentación de una fundación con fines electorales se han hecho invocando el cargo público de Ebrard. Ahí se definen las formas de hacer política: López Obrador se sustenta en la movilización social de grupos y Ebrard en una Fundación al estilo Vicente Fox y Martha Sahagún.
Lo malo para Ebrard es que las popularidades se fijan en los espacios mediáticos, pero las preferencias se sustentan en los resultados. Y el DF en los años de gestión de Ebrard la calidad política ha bajado la línea de flotación gubernamental. La ciudad de México presenta la metáfora del microbús: autoritarismo, imposición de decisiones, falta de respeto a la ciudadanía, inseguridad en las unidades, velocidad desbocada sin respetar las leyes y reglamentos, la arbitrariedad en la circulación por las calles, conductores sin control y la conformación de una mafia de poder.
La microbusización del DF se ha convertido en la imagen de la capital. Los capitalinos son rehenes de una estrategia de gobierno basada en la protección de los derechos políticos de los grupos de la protesta social, pero en detrimento de los derechos políticos de la ciudadanía. Ahí se ve la parcialidad del poder: la invocación de leyes en demandas que requieren la virtud de la política, pero la no aplicación de las leyes contra los sectores cautivos que representan la base social de Ebrard. Y la ambulantasización de las calles del DF fue parte de la estrategia de Manuel Camacho y Ebrard cuando representaban en la capital los intereses del gobierno de Carlos Salinas.
Los tiempos de Ebrard se le han apresurado. Ya tiene decidida la solicitud de licencia a su cargo de jefe de gobierno antes del segundo semestre del próximo año, para dedicarse a recorrer la república como parte de su campaña por la candidatura presidencial del PRD. Inclusive, en los pasillos del GDF tienen la certeza de que el jefe de gobierno interino sería el ex tesorero Mario Delgado. Pero ya en el entorno de Ebrard comenzó una guerra política entre Delgado y el secretario de gobierno José Angel Dávila y otra disputa más fuerte y tensa entre Ebrard y los grupos de López Obrador para la candidatura capitalina del 2012 y el destino del GDF.
Lo que queda como primer corte del estilo personal de gobernar de Ebrard es su tendencia al autoritarismo y la represión. Y su revalidado estilo priísta. El entorno de su informe de gobierno ante la Asamblea Legislativa recordó los tiempos de oro del PRI: acarreo, uso de la policía para alejar protestas, sometimiento hasta la ignominia de la bancada del PRD con Alejandra Barrales como la Humberto Roque Villanueva del perredismo, el desprecio a la oposición por la anulación del debate que inauguró Cuauhtémoc Cárdenas.
Y quedaría la expresión sublime del estilo personal de gobernar de Ebrard: su decisión a no reconocer a Felipe Calderón como presidente de la república, a pesar de que ganaron en la misma elección. Las cómicas huidas de Ebrard en ceremonias republicanas para no darle la mano a Calderón han exhibido la decisión de Ebrard de convertirse en el dictador que decide quién sí y quién no lo merece. Así, su presidencia se desarrollará en tribunales (cardenal Sandoval Iñiguez) y los comportamientos monárquicos (reconocimiento a Calderón), como un gobernante microbusero.
Con todo lo anterior a cuestas, Ebrard inició ayer su carrera hacia la candidatura presidencial por el PRD o el Panal para el 2012.


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