INDICADOR POLITICO
+ AMLO:
esconder malas cuentas
+ Ni
modo: fue derrota, no fraude
Carlos
Ramírez
Lo paradójico del conflicto poselectoral instrumentado por Andrés
Manuel López Obrador es que enarbola la bandera de la democracia para desconocer el ejercicio democrático del
proceso electoral.
El problema del tabasqueño radica
en cómo explicar que les mintió a
sus seguidores, que carecía de información científica para anunciar desde antes
que ya había ganado y que pese a sus
errores en la colocación del voto oculto y de los indecisos la mayoría de las
encuestas sí previeron el orden de llegada y que toda la ofensiva contra Enrique Peña Nieto detrás del mediático YoSoy132 no dio
resultado.
Como sabe que legalmente será imposible anular las elecciones y que
la compra de votos --que el mismo López Obrador utilizó en el DF y en varias
entidades de la república-- será castigadas pero sin afectará el resultado electoral, entonces el gran problema para
el liderazgo de López Obrador es convencer a sus 15.8 millones de seguidores de
que perdió las elecciones, que no ganó y que el PRI tuvo 3.3 millones
más votos que el “rayo de esperanza”.
La estrategia de López Obrador, por
tanto, depende de ensuciar la
elección, de acusar a todos de corruptos menos él, de imponer el discurso del
fraude sin probarlo y de concluir que ganó pero
le robaron --¡otra vez!-- las elecciones.
Para legitimarse como líder de la oposición callejera, de
marchas que llenan plazas pero no llenan urnas, López Obrador necesita deslegitimar la elección presidencial.
Lo hizo en el 2006 cuando perdió las
elecciones pero manipuló al PRD para tratar inútilmente de impedir la toma de
posesión de Calderón y provocar una crisis constitucional y para desconocer a la institución
presidencial. El objetivo hoy es el mismo:
fincar su legitimidad en la ilegitimidad de los demás. Sólo que hoy carece de la salida de hace seis años:
organizarse su propia toma de
posesión, autoerigirse en “presidente legítimo”, designar a su “gabinete”, sentarse
en su silla gestatoria del águila, ponerse la mítica banda presidencial, levantar el brazo y jurar como
“presidente legítimo” ante la gritos de sus seguidores. En aquella ocasión le faltó su Palacio Nacional de juguete.
Lo malo es que López Obrador, como
en el 2006, está metiendo al PRD en problemas: al ensuciar las elecciones, con
ello también dejó claro que los votos por el PRD --que fueron muchos-- también están sucios. Por tanto, habría
que repetir las elecciones también
de gobernador en Tabasco y Morelos, de senadores en donde el PRD pasará de 23 a
29, de diputados donde subirá de 69 a 140
y del DF donde apabulló --en elecciones sucias, usando el lenguaje del propio
López Obrador-- a la oposición.
De nueva cuenta López Obrador ha
probado que participa en competencias pero no
sabe perder. El berrinche poselectoral del 2012 es exactamente igual al del 2006, sólo que ahora con
3.3 millones de votos de ventaja para el PRI. Como hace seis años, el candidato
derrotado quiere que las autoridades electorales violenten la ley, tiren a la basura los procedimientos legales, hagan
a un lado las actas y las urnas y simplemente
le alcen la mano como triunfador.
La denuncia de irregularidades en
la compra de votos debe seguir adelante, debe probar los mecanismos usados por el PRI para garantizar votos a
cambio de beneficios y debe de conducir a reformas legales que impidan su repetición. Pero también
esas investigaciones deben de indagar la forma en que el en DF y en entidades
perredistas se usó el padrón de
beneficiarios de programas asistencialistas para condicionar el voto; por
ejemplo, los beneficiarios de la tercera edad en el DF son acarreados a mítines para agradecerle a López Obrador su pensión de
menos de un salario mínimo mensual. En eso de comprometer el voto el PRI y el PRD han sido iguales, sin duda
porque provienen del mismo venero
populista.
López Obrador tiene un perfil
sicológico --siguiendo a Ortega y Gasset-- del “niño berrinchudo” que todo lo
quiere sin pasar por las reglas
sociales. Por eso va a seguir promoviendo marchas de protestas que no
conducirán a nada pero que sí
difundirán al mundo la insatisfacción electoral y sus frases cargadas de rencor
pero carentes de pruebas concretas y
legales.
Por eso es que en sus conferencias
de prensa López Obrador sólo hace insinuaciones
pero no prueba: “procederá”, “testimonios de observadores” anónimos, “muchos
lugares”, “vamos a proceder legalmente”, “usará todos los recursos legales”,
“limpiar la elección”, “cuento con información”, “compra de millones de votos”,
“reuniones secretas” para ordenar compra de votos, “se presentarán todas las
pruebas”, y así por el estilo, pero nada
concreto.
Ahora se trata de ocupar las calles
con gritos y protestas, aunque
apenas una treintena se junte en Nueva York y se quiera vender como la “internacionalización” del conflicto. Lo
paradójico es que los chavos del 132 que se han querido apropiar del concepto de democracia y
democratización ahora con sus amenazas
de estallar una revolución --pese al regaño del EPR por esa frivolidad-- quieren
desconocer el proceso electoral
democrático; si ellos tiene pruebas de que no fue un proceso
democrático, entonces hay canales institucionales; y si no están satisfechos, hay
procesos democráticos para reformarlos. Pero con su discurso autoritario y violento para impedir el
funcionamiento de las autoridades electorales los chavos del 132 están a un
paso de convertirse en fascios.
López Obrador sabe que no puede anular la elección pero igual
va a abrir ese debate. Y cuando haya cumplido todos los procedimientos legales,
entonces se relegirá como
“presidente legítimo” otra vez en el zócalo y volverá a recorrer el país para
amarrar su candidatura presidencial en el 1028. Y así por los siglos de los siglos…
@carlosramirezh
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Carlos: creo que lo presentado el día de hoy, en la conferencia de AMLO responde a tus deseos. Asi o la quieres adornada
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