+ Cancún: demagogia climática
+ Gobiernos, sociedad, Ecolocos
Carlos Ramírez
Si alguna razón existe para prever el fracaso de la reunión climática que hoy comienza en Cancún, habría que buscarla en la demagogia de los gobiernos: todos hablan de ecología pero al final se imponen los intereses de los grupos industriales dominantes.
Y a pesar de las evidencias ya debatidas en espacios académicos, los gobernantes aún no alcanzan a entender que el modelo de producción-relaciones sociales-demagogia política está cumpliendo los requisitos para señalar lo que comenzó a discutir en 1989 los sociólogos alemanes Ulrich Beck y en 1991 Niklas Luhmann: la sociedad del riesgo producto de la modernidad.
El asunto es mucho más serio que las llamaradas mediáticas de grupos radicales ecologistas de chocar barcos o poner mantas en plataformas petroleras. Se trata de inducir una discusión sobre el hecho de que el descuido industrial ha provocado un cambio estructural en los equilibrios climáticos. Beck inició su indagación a partir de la tragedia de Chernobyl, la planta nuclear soviética que estalló en 1986.
Lo que está en el centro de la polémica es el modo de producción que viene de muy atrás y la sobreexplotación de los recursos naturales para producir los satisfactores que exige la sociedad del bienestar de las clases altas. Lo que hasta hace poco se asumieron como daños colaterales del desarrollo económico se han convertido en el centro de la ruptura de los equilibrios. Los Estados Unidos y naciones europeas, por ejemplo, gastaron enormes cantidades de dinero para proteger y reactivar la industria automotriz pero a pesar del daño al medio ambiente que producen las emisiones de gases. Y nada importante se ha hecho, por razones de intereses económicos y geopolíticos, para buscar opciones no tan dañinas.
El problema señalado por Beck radica en la dimensión del conflicto: la explotación irracional de recursos naturales ha causado daños irreversibles al medio ambiente, la distribución de costos como siempre se han trasladado a las naciones dependientes, el riesgo se asume como un costo de producción en función de las oportunidades del mercado y el peligro del riesgo se asume como un límite dependiente de los intereses de los gobiernos desarrollados que se ven obligados a sobreexplotar los recursos para los satisfactores de sus sociedades.
La advertencia de Beck tiene que ver con el funcionamiento de los gobiernos, de las sociedades y de la política. “En lugar de las utopías políticas aparece el enigma de las consecuencias secundarias”. Y agrega una conclusión que revela dónde realmente se toman las decisiones: “la configuración del futuro se ha desplazado y ya no se resuelve en el parlamento, ni en los partidos políticos, sino en los laboratorios de investigación, en los gabinetes de los eje4cutivos”. Es decir, la verdadera revolución no es social ni de clases sino tecnológica, en los laboratorios y las patentes. Ahí se localiza la “verdadera sociedad” y ahí se toman las decisiones. Lo “no-político” se convierte en guía de lo político.
El clima parece haber sustituido la lucha de clases o el debate sobre las formas de gobierno. Las grandes decisiones de corto plazo sucumben ante las justificaciones de la crisis: PIB, desempleo, salario. Pero el verdadero reacomodo de la relación política-sociedad-gobierno se olvida del hecho de que los seres humanos han sacrificado --a veces de manera irrecuperable-- el medio ambiente en aras de la producción de satisfactores de bienestar. En México no existe una verdadera corriente ecologista o de militancia climática, aunque la demagogia pervierte los temas centrales: el jefe de gobierno de la ciudad que tiene mayores responsabilidades políticas y sociales en el equilibrio climático del Valle de México irá como portavoz de los alcaldes aunque su razón es nada más posicionamiento político personal con miras a la candidatura presidencial del 2012.
El debate real no estará en Cancún. Tres temas definió Beck y han sido ignorados: el retorno de la sociedad industrial, la democratización del cambio tecnológico y la política diferencial. La primera debe incluir una relación dialéctica entre intereses económicos y definiciones de riesgos sociales. La segunda enfrenta la pasividad del Estado en los efectos colaterales del desarrollo y se ahoga en el autoritarismo científico y la burocracia excesiva. Y la tercera exige un replanteamiento de las prioridades políticas en subsectores nuevos porque la crisis del medio ambiente ha desplazado la política al campo de la subpolítica.
Beck contextualiza su análisis de la sociedad del riesgo en una nueva modernidad: el desarrollo debe medirse no sólo por resultados en temas de bienestar sino en daños a la sociedad en su medio ambiente. Y Niklas Luhmann va más allá en su Sociología del riesgo al señalar el umbral entre riesgo y catástrofe.
Como es de esperarse, nada de estos temas va a discutirse en Cancún. El debate institucional sobre los cambios climáticos ha chocado con las prioridades productivas de bienestar de las sociedades desarrolladas y las migajas recogidas por las sociedades subdesarrolladas. Partidos y gobiernos padecen la burocratización de sí mismos y los grupos radicales ecologistas privilegian el desmadre y la violencia. Así, parece que el mundo está siendo conducido por verdaderos Ecolocos, ese personaje cómico de la televisión mexicana de los ochenta --Odisea Burbujas-- que aparecía gritando “mugre, basura y smog”, aunque hoy, es cierto, de manera diplomática.
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