INDICADOR POLITICO
+ Obama: una derrota anunciada
+ Barack, Gorbachov americano
Carlos Ramírez
La paliza de los republicanos a Barack Obama estaba telegrafiada casi desde el comienzo del gobierno en enero de 2009. En el libro Obama, publicado en enero de este año 2010, el autor de Indicador Político analizó la falta de expectativas de Obama y la imposibilidad de encabezar el cambio. La realidad ha colocado las fichas. A continuación se presenta una parte del libro donde se resume el futuro de Obama,
En un artículo publicado en el suplemento Domingo de El País, el periodista Antonio Caño hace referencia a los estilos del presidente Barack Obama en sus primeros días en la Casa Blanca. Son detalles que remarcan el interés del nuevo gobernante en mantener su contacto con la gente: lectura de cartas, respuestas manuscritas, contacto con los problemas comunes. “Es una de las formas que Obama tiene de evitar el destructivo síndrome de ensimismamiento del poder”.
Se trata, en realidad, de pormenores. Obama no compitió por la presidencia de algún país tercermundista ni por el apoyo de la gente, sino para encabezar la hegemonía del país más poderoso del mundo. En su definición de la política exterior de los Estados Unidos, Henry Kissinger establecía en 1969 los criterios fundamentales: “mientras otros países tienen intereses, nosotros tenemos responsabilidades”. Es decir, explicaba citando a Dean Rusk, el secretario de Estado durante la guerra en Vietnam, “nuestras querellas son a causa de otros pueblos”.
Los primeros cien días de gobierno de Obama parecieron marcados por el desconcierto: una crisis económica heredada de Bush y una crisis de liderazgo mundial que sumó los conflictos imperiales de Vietnam a Irak. La gestión del nuevo gobierno ha sido agobiada por problemas existentes. Y de suma gravedad, al grado de que el propio Obama ya estableció que ofrece resultados en cuatro años “o esta administración será de un solo periodo”.
Lo paradójico del caso es que Obama parece haber sido víctima del temor tradicional de la clase política estadunidense: responder a las expectativas del exterior y no del interior. Y peor aún, de los sectores tradicionalmente antiamericanos en el mundo. En su campaña, Obama visitó Berlín y dio un discurso pacifista desde el corazón mismo de la guerra fría: los Estados Unidos son un pueblo de paz y de bienestar. Por tanto, su gobierno trabajaría sobre esos dos rieles. Sin embargo, los EU no son una nación ni un pueblo sino un imperio. Y el presidente de los EU es el emperador del mundo cuatro/ocho años. El dominio hegemónico del imperio sobre el mundo plantea exigencias y comportamientos imperiales.
Los estadunidenses que marchan por la paz dentro de los EU no alcanzan a comprender la lógica del imperio. Los niveles de bienestar de los norteamericanos no son producto del esfuerzo interno sino del dominio hegemónico del mundo: el petróleo es producto del sometimiento del medio oriente, las exportaciones se logran a base de competencias desleales, la riqueza de la economía está relacionada con la capacidad de explotación de otras economías. El día en que los EU replieguen sus fronteras a las territoriales, ése día los norteamericanos se descubrirán como una sociedad mediocre, empobrecida.
OBAMA: LA CRITICA A LOS DERECHOS
Obama carece de conciencia histórica. Nació en Hawai, enclave norteamericano conquistado en el siglo XX y por cuya invasión pidió perdón Bill Clinton, hijo de madre estadunidense de Kansas pero alejada por despreció a su país y de un mulato de Kenia que nunca pisó territorio continental americano. Fallecida su madre, vivió con su padre, quien lo llevó a vivir a Indonesia durante su segundo matrimonio y ahí asistió a escuelas musulmanes.
Luego del desconcierto familiar, Obama aterrizó en Los Angeles en 1985. No le tocó para nada la lucha por los derechos civiles de los negros ni provino de ninguna familia esclava. Su formación familiar fue dominada por la familia blanca de su madre. El racismo a mediados de los ochenta ya había sido reducido a ciertas zonas. Las primeras relaciones interraciales rompieron con el miedo. Y luego de estudiar en Los Angeles, arribó becado a Harvard, donde hizo una carrera académica exitosa y fue el primer afroamericano en dirigir la famosa revista de leyes de Harvard.
En Harvard afinó Obama su sentido legal. Se relacionó con una corriente jurídica que se había nutrido en el marxismo pero sin ser propiamente comunista: la Critical Legal Studies, fundada por el académico Duncan Kennedy, un ex marxista sin partido. La tesis de este grupo fue la de utilizar los derechos para buscar la equidad jurídica y por tanto social. Es decir, utilizar los contenidos de las leyes para exigir bienestar para los pobres. Ahí delineó Obama su pensamiento jurídico pero también sus ideas políticas de equidad social. Con apoyo en el derecho, Obama trabajó para grupos sociales marginados. Y de hecho, su concepción social como presidente radica justamente en las bases de la CLS: a la equidad por la vía de los derechos.
Pero se trata de un objetivo social, prioritariamente social. La CSL nada tiene que ver con el imperio, con el sistema económico capitalista, con el funcionamiento del aparato productivo.
DE ESTADO IMPERIAL A ESTADO MORAL
George W. Bush no sólo estiró demasiado la liga imperial sino que careció de un sustento político-estratégico. Su decisión de invadir Irak se redujo, en realidad, a una venganza personal: Sadam Husein intentó asesinar a su padre George H. W. Bush. Por eso inventó el asunto de las armas de destrucción masiva e insistió en la inexistente vinculación Al Qaeda-Irak. Su equipo de política exterior --la consejera de seguridad nacional Condoleezza Rice y su secretario de Estado Colin Powell, además de sus dos secretarios de Defensa: Donald Rumsfeld y Robert Gates, y encima de ellos el vicepresidente Dick Cheney-- aportaron justificaciones, fundamentalmente militares, no estratégicas. A pesar del resultado, Washington fue a Vietnam a detener el avance del comunismo.
Las razones del papel de los EU en el mundo se basan en la lógica de un imperio. Y ésta tiene que ver, antes que otra cosa, con la explotación. Por eso no hay mucha diferencia entre la política exterior de John F. Kennedy con la de Richard Nixon y de éste con la de Ronald Reagan. Y en la misma categorización caen las de George Bush padre, Bill Clinton y Bush hijo. El único que quiso romper con la lógica imperial fue Jimmy Carter, pero su administración fue sólo de un periodo: abandonó Europa, no supo encarar a la Unión Soviética en Afganistán, fue débil ante Irán y permitió un año de rehenes en la embajada de los EU en Teherán, entregó el Canal de Panamá y su significado imperial y ayudó a los sandinistas quitándole el apoyo a Anastasio Somoza en Nicaragua. Su relevo fue Reagan, quien se confrontó con los soviéticos, acunó a Mijail Gorbachov y llevó la guerra fría a la batalla final.
Obama quiere trascender el Estado imperial y arribar al Estado moral, pero en un mundo dominado por la lógica de la confrontación territorial. Las contradicciones de Obama se perciben en el Medio Oriente: saldrá de Irak sin abandonar el petróleo pero se atrincherará en Afganistán. Y le toca una evolución crítica del conflicto afgano similar a la que enfrentó Bush: el avance político y militar de los talibanes, una corriente política conservadora, represora social y femenina y afín a los radicales musulmanes del Irán de Husein. Por eso Obama ya aumentó las tropas estadunidenses.
Y tiene también que enfrentar el regreso de “la Madre Rusia” al poder imperial, con el rompimiento del equilibrio nuclear por la rebeldía de Corea del Norte y de Irán en sus intentos por poseer bombas nucleares. Y en América Latina, encara el regreso del decrépito comunismo cubano, tronado socialmente y mantenido sólo por la vía de una dictadura feroz, criminal y militar de una familia. Por si fuera poco, Europa trata de resarcirse de la crisis económica para convertirse en un foco estratégico mundial, un polo generador de poder. Y quedaría el colapso de Africa, azuzado por el afán expoliador de los EU y el deterioro político por bandas militares promotoras de guerras civiles con armas provenientes de los EU.
En su viaje a Berlín en campaña, Obama fue recibido por los grupos antibélicos y alabado como el enterrador del imperialismo norteamericano. En su discurso en Praga, luego de la reunión del Grupo de los Veinte, Obama dejó traslucir una nueva política exterior basada en la autoridad moral, aunque sin ofrecer modificaciones estructurales del sistema económico imperialista. En la Cumbre de las Américas, Obama se perfiló como el presidente de la disidencia imperial, buscando la amistad con gobernantes radicales que han amenazado la seguridad de los EU. En Europa parecieron darle una nueva oportunidad a los EU para tomar decisiones en beneficio del mundo, no nada más de los EU.
Por tanto, Obama abrió el debate: debilidad o estrategia. La estrategia estaría relacionada con una reconfiguración del mundo en donde los EU asumieran la conducción moral --no imperial-militar--. La debilidad estaría relacionada con el abandono paulatino de los EU de zonas fundamentales en su mapa imperial. El único esfuerzo de los EU por asumir el liderazgo moral fue con Carter y el resultado fue desastroso: las zonas abandonadas fueron ocupadas entonces por la Unión Soviética o los radicales árabes y las bandas criminales africanas. Hoy algunas áreas quedarían dominadas por grupos nacionalistas, sobre todo de corte religioso, y países socialistas que avanzarían sobre vecinos.
El dilema de Obama radica en definir si es un imperio o una nación. Una nación buscaría espacios de entendimiento con vecinos y otras naciones, sin importar radicalismos, ideologías o sistemas de gobierno. El gran reto de Obama, hasta ahora no asumido, es el redefinir la filosofía de la política exterior y excluir el tema de las responsabilidades que refería Kissinger. Porque la conducta imperial de involucramiento en otras naciones se basaba justamente en el concepto de la responsabilidad. Asimismo, en la cancelación del modelo económico del complejo militar-industrial surgido de la segunda guerra mundial y animado por la guerra fría. Y finalmente, la disminución sensible del presupuesto militar.
EL GORBACHOV AMERICANO
Sin definirlo con claridad, Obama ha metido a los EU en el sinuoso camino de transición política y social del Estado imperial al Estado moral. La palabra clave es justamente “transición”, pasar pacíficamente de un modelo a otro. Pero como el imperio estadunidense es producto de la guerra fría, entonces el referente no es otro que la frustrada y fallida transición soviética de Mijail Gorbachov.
Agobiado por demandas sociales internas y abrumado por el costo del mantenimiento económico del campo socialista, Gorbachov operó la transición soviética sobre dos vías: la perestroika o reestructuración de la economía de Estado para llevarla a una economía de mercado y la glasnot o apertura informativa para terminar con el Estado policiaco, dominante y sobre todo sin permitir la democracia interna. La primera condujo a la entrega de la economía a élites locales y no a la creación de un mercado y la segunda dejó al Estado soviético sin defensa. El fracaso fue evidente: la Unión Soviética se desmembró en Estados independientes y la democratización fue interrumpida por las fuerzas autoritarias. Gorbachov tuvo que renunciar.
Obama ha construido un escenario similar: la transición estadunidense de imperio a un Estado moral. Y sus dos vías pueden ser analizadas en el esquema de Gorbachov: la perestroika busca reorganizar la economía de los Estados Unidos vía una mayor intervención del Estado en el capitalismo y un programa anticrisis; y la glasnot pudiera resumirse en el caso de la difusión de los memoranda de la CIA sobre la autorización oficial secreta para el uso de la tortura en interrogatorios a sospechosos de terrorismo. La glasnot de Gorbachov se asumió con una decisión, según cuenta en sus memorias: después de una gira dentro de la URSS, Gorbachov ordenó al KGB que entregará a los corresponsales extranjeros el texto íntegro de sus discursos. Ahí se abrió la Caja de Pandora de la información y con ello del debilitamiento del Estado autoritario.
La intervención del Estado en el capitalismo norteamericano puede poner orden en el caos de la explotación, pero entonces dejará de ser el capitalismo de libre mercado. Wall Street funciona en relación a los mecanismos de especulación; y el Estado como socio de empresas terminará con la especulación, alma y esencia del capitalismo. La regulación estatal directa dentro de las empresas ha comenzado a ahuyentar inversionistas. Y la dinámica del capitalismo radicaba justamente en la capacidad de especulación para obtener beneficios en el mercado.
Y si en la URSS el eje de la dominación estatal estaba en la información, en los EU se localiza en el funcionamiento del aparato militar. Más que la revelación de torturas --de sobra conocidas desde 2006 y apenas condenada--, la estructura de dominación militar de los EU radica en la intervención sin obstáculos en otras naciones y en el símbolo de la CIA como el ejército personal del presidente de los EU. Los memoranda exhibiendo a la CIA ha dejado a la Casa Blanca sin el aparato de espionaje, intervención y ejército privado. Si los EU no pueden derrocar gobiernos o asesinar adversarios extranjeros, entonces ya no tienen poder de dominación imperial.
Los dilemas de Obama quedan establecidos en los escenarios de la crisis. En lo económico, reconstruir la hegemonía del dólar y las corporaciones sobre la economía mundial o la creación de empresas con mayor equidad pero sin intervención en la competencia internacional, bancos que respondan a los criterios estatales de no acumulación de utilidades y automotrices que obedezcan a las directrices del Estado y no del mercado. El problema radica en la intervención de Obama para reconstruir las empresas y sus objetivos.
En la política exterior, Obama pugna por la autoridad moral de los EU en un mundo dominado por la conquista política de territorios. La prueba de fuego de Obama estará en el Medio Oriente, donde las naciones dominadas por ideas religiosas radicales y violentas han declarado la guerra a Washington y el papel determinante de Osama Bin Laden y Al Qaeda. El moralismo de Carter no pudo imponer la paz, a pesar del enésimo acuerdo firmado entre árabes e israelíes. El problema no radica sólo en el Medio Oriente, sino en el papel fundamental de la comunidad israelí en los EU y en su economía.
Gorbachov arrancó su transición con un recorrido por el mundo para convencer a los líderes que la guerra fría había terminado y que la URSS disminuiría los arsenales nucleares. Luego abandonó a sus aliados por el costo insostenible del socialismo mundial. Y finalmente redujo el presupuesto militar. Obama va por el mismo camino: sus giras promueven el fin de la guerra fría, los EU han reducido el apoyo a aliados y la baja de 100 millones en el presupuesto militar fue el indicio de que el papel militar estratégico de los EU en el mundo.
En este contexto, Obama se perfila como el Gorbachov americano.
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