INDICADOR POLITICO
+ La Revolución, un mito genial
+ No fue social sino por el poder
Carlos Ramírez
El centenario de la Revolución Mexicana merecía otro destino político: una reevaluación histórica para quitársela al PRI y regresársela a la sociedad y a la historia. Pero el PAN no ha podido definir una ideología alternativa, el PRI quiere revivirla para reinstalarla en el poder y el PRD no entiende de ideas sino de tribus y acarreos.
La Revolución Mexicana ha sido un mito genial. Ha operado como coartada, ha sido la justificación histórica de aberraciones políticas, fue una etiqueta con todos los apellidos, derivó en una sangrienta lucha por el poder y sigue asustando a incautos. Así, la Revolución Mexicana es todo y es nada.
Las propuestas sociales acreditadas a la Revolución Mexicana derivaron muy pronto en un programa asistencialista de control social de las masas a cambio de subsidios. Los campesinos que aportaron tropas a los revolucionarios están hoy peor que nunca, a pesar de setenta y un años de gobiernos priístas campesinos. Los trabajadores que le dieron proletariado a las masas terminaron bajo el fugo de la dictadura proletaria de Fidel Velázquez y la CTM y hoy en una economía sin proletariado. Las clases medias que eran la esperanza del ascenso social hoy pululan como lumpenproletariado.
La Revolución Mexicana ha tenido muchas muertes, no sólo las de los revolucionarios sino la su propia figura histórica. El saldo histórico del PRI como el partido de la Revolución Mexicana fue exactamente lo contrario de lo que debió haber sido una verdadera revolución: corrupción, represión y pobreza han sido las tres herencias tangibles de la Revolución Mexicana hecha PRI. Todavía a la fecha no falta el incauto que considere que la salida de la crisis actual radica en el cumplimiento de las metas de la Revolución.
Pero en la realidad las metas de la Revolución son retóricas ante la realidad del centenario: justicia social con 50% de pobres, no reelección arreglada a balazos y magnicidios, sufragio efectivo que tardó en llegar y que fue arrancado al PRI a golpe de movilizaciones violentas, democracia aplastada durante decenios por la existencia de un partido de Estado y modelo de desarrollo sin pies ni cabeza que sólo construyó con el aval priísta y de la retórica de la Revolución a una nueva clase empresarial porfirista.
Lo peor de todo fue --en un juego de palabras-- que la Revolución Mexicana murió antes de morir. En 1980 el grupo salinista delineó el fin histórico de la Revolución Mexicana con el Plan Global de Desarrollo 1980-1982 y luego el grupo salinista terminó de enterrarla cuando borró el concepto de Revolución Mexicana de la Constitución, los documentos básicos del PRI y la retórica del discurso político y cuando reformó los tres artículos clave de la relación Revolución-PRI-Constitución: Estado, iglesia y ejido.
Dos de los operadores del modelo neoliberal salinista andan todavía de saltimbanquis políticos: Manuel Camacho Solís fue pieza fundamental en las dos ofensivas de Salinas contra la Revolución Mexicana y hoy salta a otro trapecio para confesarse adorador de la Revolución Mexicana como dirigente del PRD que nació de la sólida corriente cardenista de Cuauhtémoc Cárdenas y hoy lobotomizada por el lopezobradorismo prefigurado como una especie de salinismo neopopulista. Y Marcelo Ebrard fue el brazo político de Salinas para liquidar a la Revolución. Todo, claro, en nombre de la Revolución Mexicana.
La celebración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución con el PAN en el poder presidencial se presentaba como la gran oportunidad histórica para revalidar el papel de la historia. Pero la decisión fue aislar los recordatorios con parades estilo americano y no con la gran reflexión histórica, intelectual e ideológica. El PAN dejó pasar la oportunidad de afianzar su hazaña de alternancia, quizá porque pesaron más los resabios conservadores que la reproyección histórica.
Y el PRD con el lavado de cerebro populista se extravió en sus rencillas cotidianas. La figura dominante del perredismo, Marcelo Ebrard, no ocultó sus tentaciones porfiristas al resumir el centenario en la remodelación de una plaza, muy al estilo Uruchurtu, pero sin ideas e inmerso en la políticas social asistencialista priísta que establece la relación de control social de dinero regalado a cambio de lealtad al caudillo en turno.
La sociedad ha quedado ajena a las celebraciones. La Revolución Mexicana carece hasta de significado histórico, toda vez que las instituciones acreditadas a ese movimiento social, desde el PRI hasta el sindicalismo como el del SNTE, prefiguran el México de los pasivos sociales, de la política mafiosa, de la explotación de la sociedad. La Revolución pudo simbolizarse en el ejido y Salinas y sus salinistas hoy lopezobradorizados --Camacho y Ebrard-- privatizaron el significado de la lucha por la tierra. Los obreros fueron esclavizados políticamente por el PRI. Y las clases medias se han hundido en la falta de expectativas por crisis acreditadas a los gobiernos de la Revolución Mexicana. Y los grupos radicales rupturistas se quedaron esperando como maldición centenaria.
Lo más grave de todo es que la Revolución Mexicana ya no es siquiera esperanza. Antes se compraba tiempo con el discurso de cumplir con las demandas pendientes e incumplidas de la Revolución y hoy ni eso existe.
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