INDICADOR POLITICO
+ AMLO
como Fox: ¿y yo por qué?
+ No
política sino fundamentalismo
Carlos
Ramírez
Si el lenguaje condenatorio de
López Obrador ha soltado a los
demonios de la violencia política aunque él siga el camino de Vicente Fox
diciendo “¿y yo por qué?”’, el fondo
de la agresión contra Soriana y Televisa es más complejo y se localiza ya en
los linderos del fundamentalismo
como comportamiento político.
Con sus discursos incendiarios, el
candidato presidencial perredista derrotado ha estimulado los resortes de fanatismo entre sus
seguidores: ya no hay forma de entablar debates o razonamientos, aún los más
conservadores o formalistas, porque todo es un acto de fe y todo se localiza en
el modelo binario del maniqueísmo.
Si la democracia es un mecanismo procedimental para garantizar
legalmente el acceso al poder por el voto y también una forma de gobierno basada en el ejercicio del poder con objetivos de
estabilidad social, López Obrador ha convertido la democracia en un hecho religioso, es decir, en una
creencia basada en designios divinos. Por eso ha preferido la condena pública que azuza las pasiones
que el razonamiento jurídico que
debe pasar por los tamices de las leyes que los humanos se han dado a sí mismos
para regular la convivencia.
El discurso anti fraude de López Obrador se basa en la tensión dinámica del
bueno y el malo, en el contexto de la sociedad suma cero: lo que gana uno lo
pierde otro y viceversa, aunque al final todos pierden. La democracia es el juego de suma positiva en la que todos ganan, unos más que otros. La suma cero es
el discurso de los anatemas, de la religión furiosa. López Obrador fijó en el conciente colectivo a Soriana como una
de las empresas, según él, responsables
de su derrota, por lo que era lógico que aparecieran agresiones contra esa
tienda.
Y en el DF, ante la pasividad del
gobierno perredista del DF --todavía a cargo del “secretario de Gobernación del
gabinete de López Obrador”, Marcelo Ebrard--, seguidores fanatizados del tabasqueño se metieron a algunas tiendas
a realizar acciones de sabotaje y de
agresión, de la misma manera que el
ala lopezobradorista del YoSoy132
efectuó un ataque de agresión física
contra Televisa y contra varios de sus empleados.
Hace tiempo que López Obrador dejó
de ser un político y se convirtió en un líder
de pasiones humanas, en un Profeta. Las
pistas del papel terrenal del
tabasqueño se localizan en su texto “Fundamentos
para una república amorosa”, publicado en La
Jornada el 6 de diciembre del 2011. Más que lo amoroso, la palabra clave de
ese documento está en el concepto de “fundamentos”.
El pensamiento político de López
Obrador es fundamentalista, es
decir, plantea sus propuestas como la base, el origen o el fundamento de una
nueva etapa. Los resortes del
fundamentalismo, como señalan los italianos Enzo Pace y Renzo Guolo en Los fundamentalismos, están basados en
el fanatismo religioso. El líder fundamentalista “se esforzará por crear acciones de protesta y formas de lucha
política que siempre dejen entrever las referencias simbólicas religiosas”.
Asimismo, explota el llamado síndrome del enemigo, sea éste el adversario
partidista, el gobernante o el sistema político que combate: el pluralismo democrático que somete a
elección abierta a los dirigentes, el Estado dominante. “Los movimientos fundamentalistas
a menudo interpretan un deseo social
emergente” y lo explotan y proyectan para la cohesión y la movilización.
Asimismo, no razonan reglas de
convivencia sino que quieren imponer
sus propias razones como las fundamentales.
De igual manera, los movimientos
fundamentalistas son antidemocráticos
porque no pasan por la prueba de los votos de la mayoría, creen como acto de fe
que siempre ganan y reaccionan con violencia cuando reciben pruebas de su
condición minoritaria. Y cuando ello
ocurre, su pasión los lleva a desconocer
las reglas del juego de la legalidad democrática que se comprometieron a
respetar, pero, eso sí, con el argumento de que les robaron las elecciones. El motor de sus argumentos siempre es el de
la degeneración de la sociedad, por
lo que López Obrador habla de regeneración
y relaciones determinadas por “la honestidad, la justicia y el amor” y no la lucha de clases. Y cuando hay
violencia afirma que los líderes no son responsables sino que la sociedad está harta.
Mientras la política se rige por
las preferencias, los movimientos
fundamentalistas religiosos o políticos pero basados en el maniqueísmo se mueven
por pasiones de la fe. Por eso dice
López Obrador en su texto “Fundamentos…”: “cuando hablamos de una república
amorosa, con dimensión social y
grandeza espiritual, estamos proponiendo
regenerar la vida pública mediante
una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la
honestidad, la justicia y el amor”.
Al fundamentar sus fundamentos, el
tabasqueño acude a la lectura superficial de los federalistas estadunidenses,
pero sin entender que ahí se trató
de una parte de la doctrina religiosa de los protestantes capitalistas y que el
problema no era la meta de “fomentar la felicidad” sino que formaba parte de la
doctrina del “destino manifiesto” que explotó en un expansionismo capitalista destruyendo a los indios y apropiándose, entre otras, de la mitad
del territorio mexicano; amorosos y todo, fueron imperialistas. También López Obrador citó el postulado de la
felicidad en la Constitución de Apatzingán de 1814, pero es la misma que impuso como obligatoria la religión
católica para el Estado.
Finalmente, el fundamentalismo de
López Obrador es anticientífico y justificador
de la explotación porque dice que “la inmoralidad
es la causa principal de la
desigualdad”, cuando la desigualdad es producto de la lucha de clases por la
apropiación de la riqueza. Ahí justifica
el líder de la autodenominada izquierda que los burgueses son inmorales y pecadores
y no explotadores.
@carlosramirezh
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