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Carlos Ramírez
A pesar de los augurios de cortísimo plazo, el escenario mexiquense se presenta difícil para el PRI, positivo para el PAN e incierto para el PRD. Las candidaturas obedecieron a juegos de poder. Y la carta oculta es el modelo Guerrero: la declinación del PRD o del PAN la víspera de las elecciones para ganarle al PRI.
El PRI enfrenta el hecho de que votación previsible de 2 millones de votos es su techo, no su piso. Y peor aún, sus votos han ido decreciendo en relación a la lista nominal de electores. En la elección de gobernador de 1987 y 1998, el número de votos del PRI fue del 37% del número de votantes inscritos; en la de 1999 y 2005, ésta última del actual gobernador Enrique Peña Nieto, los votos del PRI fueron del 20% de la lista nominal. La tendencia es decreciente porque el PRI no ha captado a los nuevos electores. En cambio, la oposición ha duplicado sus votos/lista nominal en 2005 con respecto a 1981.
La competencia mexiquense comienza con una votación dividida en tres tercios. La polarización en dos candidatos hubiera beneficiado al PRI o al candidato de la coalición. Pero con tres candidatos competitivos, el más afectado podría ser el PRI que de 1993 al 2005 subió su votación en 30%, en tanto que el PAN la subió en 730% y el PRD en 2000%.
El mensaje de las tendencias electorales señala que el PRI ha mantenido casi su mismo volumen de votos, en tanto que el PAN y el PRD conquistaron a los nuevos votantes y a los indecisos. En un escenario de tres candidatos, el PRI tendrá dificultades para mantener su estimado 40% de votos.
De los tres candidatos perfilados --Eruviel Avila por el PRI, Luis Felipe Bravo Mena por el PAN y Alejandro Encinas por el PRD--, el panista es el que tiene mejores posibilidades para repuntar, pues registra una buena ventaja con el apoyo del partido del presidente de la república; en cambio, el priísta será el más observado y acotado por representar, como lo exhibió en su destape, el viejo régimen del acarreo, el confeti y la cargada; y el perredista tendrá que salirse de la dependencia lopezobradorista para posicionarse con buenas posibilidades.
Las elecciones con candidatos aliancistas en Oaxaca, Puebla, Sinaloa y Guerrero evidenciaron un dato clave: el PRI en esas plazas no sólo mantuvo su votación de la elección anterior de gobernador sino que logró algunos adicionales, pero los candidatos aliancistas sacaron a la población a votar y se quedaron con los nuevos votos, los votos del cambio. En el Estado de México el porcentaje de votación ha sido menor a 50%, pero la intensidad de las campañas y su posicionamiento mediático con el argumento de la transición y el fin de más de ochenta años de gobiernos priístas llevará a más del 50% de votantes a las urnas; y esos nuevos votantes serán mayoritariamente para la oposición.
Otro punto de análisis radica en el proceso de nominación del candidato priísta. Eruviel Avila no era el mejor candidato sino que su designación evitó la deserción a la oposición, aunque mostró fracturas en las élites. Asimismo, el PRI como partido no ha aprendido a ganarse a los nuevos electores porque la conformación de su estructura electoral responde al modelo de los intereses y del toma-daca de beneficios. El estilo político de Avila es del priísmo del acarreo y del PRI que no ha podido conquistar a nuevos electores, en tanto que Bravo Mena y Encinas son muy buenos en el espacio mediático donde se mueven los nuevos votantes.
Entre la elección de gobernador de 1993 con Emilio Chuayffet y la de Enrique Peña Nieto en 2005, el PRI perdió alrededor de 7% de votos, poco más de 100 mil, con una duplicación de la lista nominal de electores, de 5 a 10 millones. Hasta ahora, el PRI se ha defendido con su voto cautivo-leal-duro, pero la oposición se ha ido quedando con los nuevos votantes. La elección de gobernador del próximo julio la van a decidir justamente lo nuevos votantes, el voto útil y los votos cambiantes, todos ellos contra el PRI.
Las campañas también tendrán sus características singulares: el candidato del PRI estará a la defensiva, sin capacidad para ofrecer alguna novedad y dependerá de la estructura corporativa del partido y de la dependencia de Peña Nieto; su única ventaja podría ser el apoyo de la señora Elba Esther Gordillo y los maestros como mapaches electorales, aunque esa alianza ya dañó el espacio político del gobernador Peña Nieto por el efecto adverso que produce el oportunismo político de la dueña del SNTE y del Panal como el partido magisterial, mientras la educación pública se hunde en la mediocridad y las luchas callejeras. Y si Eruviel Avila va a estar atado casi absolutamente al gobernador Peña Nieto, su margen de maniobra será adverso.
La alianza electoral PAN-PRD se frustró por el factor López Obrador y las secuelas, quejas y críticas van a afectar la posición de Encinas, además de su afiliación a los intereses de López Obrador. Encinas está esperanzado en el escándalo que va a armar cuando intenten negarle el registro porque no cumple la exigencia de residencia, pero con ello revelará que carece de autoridad moral y será sólo la estridencia. López Obrador hizo lo mismo en el 2000 y ganó la jefatura de gobierno del DF sólo por el apoyo del presidente Ernesto Zedillo.
Bravo Mena aparece como un candidato sin pasivos, en una entidad con votos panistas a la expectativa. Si el senador Ulises Ramírez y el ex alcalde José Luis Durán Reveles se suman a la campaña y el PAN excluye al hiperactivo diputado Javier Corral, Bravo Mena podría aumentar su competitividad. Como candidato a gobernador en 1993, duplicó la elección panista de seis años antes.
Los datos electorales revelan que en el Estado de México nada hay seguro. Y que el candidato que jale a su favor a los nuevos votantes, a los votantes útiles y a los indecisos, será el que tenga más posibilidades de ganar.
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