INDICADOR POLITICO
+ EU: fin de los proconsulados
+ O la cojera del pato Pascual
Carlos Ramírez
A la Lobis, felices 24
El sentimiento anti Felipe Calderón ha opacado el significado político de la renuncia del embajador estadunidense Carlos Pascual por lo que pudiera considerarse, en el lenguaje diplomático, el retiro del beneplácito mexicano. El asunto va más allá de reacciones anímicas y se localiza en el escenario de la reconfiguración del viejo sistema político priísta.
La embajada de los Estados Unidos en México ha sido, históricamente, un proconsulado, uno de los instrumentos de gobierno durante los años del sistema priísta. Más aún, la embajada era conocida como de los sectores invisibles de la estructura de poder priísta y conformaba, por ello, parte del sistema político. Los embajadores no eran diplomáticos sino encargados de las relaciones de poder de la Casa Blanca en México.
Las quejas del presidente Calderón sobre el funcionamiento del embajador Pascual llevaron a su renuncia. Pero detrás de ese árbol se localiza el bosque de las relaciones bilaterales. La embajada ya no podrá ser la misma de antes: el espacio de intervencionismo imperial; la salida de Pascual inutilizó a la embajada como el instrumento de dominación política estadunidense; además, terminó con el ciclo priísta de tolerancia con el activismo nacional de los embajadores norteamericanos. Ahora la relación bilateral tendrá que ser directamente con el Departamento de Estado, no con los intendentes; ahora sí habrá una relación bilateral especial.
El embajador Pascual, en realidad, no era malo; cumplió sus tareas con discreción y eficacia. Pero cometió un error político y quedó atrapado en un incidente internacional. El error fue su relación personal con la hija de un alto dirigente priísta, lo que le hizo perder la confianza del gobierno panista. Y México fue uno de los países que no se aguantó el efecto de la revelación de los cables de Wikileaks y sus quejas debilitaron a inutilizaron el papel de Pascual como embajador. Luego de los cables, Pascual ofrecía la imagen simbólica bastante conocida en los Estados Unidos de un “pato cojo” --lame duck en inglés--, como se denomina a los presidentes estadunidenses al final de sus gobiernos por la carencia de poder. La última aparición de Pascual fue al lado del alcalde de Ciudad Juárez, cuando en el DF se inauguraba la convención de la American Chamber con la presencia de Calderón.
Más allá del sólo enojo entendible del presidente mexicano por las frases de Pascual en los cables de Wikileaks, la decisión de Obama --en contra de la opinión de su ineficazmente bélica secretaria de Estado, Hillary Clinton-- le dio un giro histórico al papel arrogante de los embajadores. De ahora en adelante la embajada de los EU dejará de ser un espacio de poder político nacional y tendrá que someterse a las nuevas reglas del juego.
La embajada jugó papeles intervencionistas en momentos precisos. El embajador Henry Lane Wilson se alió a Victoriano Huerta en el golpe de Estado contra el presidente Francisco I. Madero, el embajador Dwight W. Morrow asesoró al presidente Plutarco Elías Calles en los conflictos religiosos y avaló la idea de fundar el Partido Nacional Revolucionario y el embajador John Gavin promovió la alianza PAN-empresarios-iglesia-EU en el gobierno de De la Madrid para impulsar la alternancia panista en la presidencia de la república.
Pascual arribó con la aureola de académico especializado en Estados fallidos. Sin embargo, su función no era la de provocar la desestabilización ---como Gavin y sus alianzas con la CIA de Ronald Reagan-- ni la de estabilizar México, sino representar la nueva diplomacia del presidente Obama. Sin embargo, Pascual cayó en la telaraña del sistema político mexicano, no logró entender el funcionamiento del poder político y se quedó en la superficie del problema del narcotráfico bilateral. Y lo peor de todo y a pesar de su destacada formación académica, no llegó a comprender el proceso de alternancia partidista en la presidencia de la república.
Discreto, formal, educado, Pascual no hizo más que lo realizado por sus antecesores. Los cables de información de la situación mexicana enviados a Washington repitieron lo que hicieron embajadores anteriores: captar información en charlas de café y columnas políticas, darles una redacción especial en función de lo que quería transmitir y calificar comportamientos políticos mexicanos. Sólo que los cables de Pascual fueron revelados por Wikileaks. De todos los mandataros y países afectados por el chismerío de los comunicados de las embajadas, Calderón fue el único que se quejó con Obama.
El principal error de apreciación de Pascual fue tergiversar el funcionamiento del ejército mexicano y promover la división entre el ejército y la marina. La razón no fue otra que la decisión política de Washington --los departamentos de Estado, Seguridad Interior y Defensa y la CIA-- de debilitar a la Secretaría de la Defensa Nacional de México por su negativa a someterse a los dictados de Washington. Pascual mal informó sobre la inexistente división entre militares y marinos mexicanos. Su propósito era abrir a golpes las puertas cerradas de la Sedena.
Todos los embajadores estadunidenses en México han mal informado a Washington, todos han manipulado las informaciones recogidas en charlas de café y columnas políticas y todos han querido interpretar la realidad mexicana. Sólo que a Pascual le ventilaron públicamente sus comentarios, no supo mover los resortes diplomáticos para controlar daños y tampoco entendió la lógica de la alternancia. Las viejas complicidades existentes durante los gobiernos priístas dejaron de existir en el panismo.
La victoria política y diplomática de Calderón y México ha sido regateada por un espacio de análisis político dominado también por las pasiones. Pero la embajada de los EU en México ya no es el proconsulado del imperio.
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