INDICADOR POLITICO
+ Años no del todo perdidos
+ Pero falta la negociación
Carlos Ramírez
El vaso medio vacío señala que el país ha perdido irremediablemente el tiempo para consolidar un nuevo proyecto de nación. El vaso medio lleno afirma que aún hay tiempo de que los actores políticos se sienten a negociar un acuerdo de instauración de un nuevo régimen político.
Lo que marca la diferencia entre el vaso medio vacío y el vaso medio lleno es el pesimismo del corto plazo. La crítica al gobierno federal ha logrado cerrar todas las puertas de la negociación de acuerdos y el desdén a la oposición ha impedido que en el gobierno se lancen las iniciativas para la reforma del proyecto nacional que se agotó con la pérdida del PRI de la presidencia de la república.
La revisión crítica del 2010 y del 2011 permitirá ir definir los puntos fundamentales de la agenda del acuerdo político.
1.- 2010: año de frustraciones
Si en términos mediáticos la estrategia del gobierno federal contra la inseguridad absorbió casi toda la atención social, esa especie de pánico social impidió las tres fases de un país en transición: diagnóstico de deficiencias, debate sobre propuestas y decisiones pactadas.
El desajuste en las prioridades convirtió al año de 2010 en un año de debate, discusión y crítica inflexible contra la estrategia de seguridad, pero cero discusiones sobre la crisis estructural del modelo económico y la necesidad de reconfigurar el proyecto nacional de desarrollo.
Y para cerrar el círculo de las prioridades tergiversadas, el año de 2010 estableció ya el tema central y casi único de la agenda nacional del corto plazo: la definición adelantada de las candidaturas presidenciales y las tendencias del voto para julio del 2012.
De ahí que el año 2010 que termina pueda considerarse como el Año de las Frustraciones Irremediables y el Año de las Expectativas Fallidas.
La responsabilidad debe acreditársele a la oposición. Su papel de factor de equilibrio y de punto de inicio de los grandes debates nacionales se redujo al de crítico machacón del corto plazo. Por ejemplo, la oposición ha perdido lamentablemente varios meses en el tema de la estrategia gubernamental contra la inseguridad porque disminuyó su papel a la crítica sobre el número de muertos y no sobre el tema general de la inseguridad: la transición de las complicidades del poder en la alternancia partidista y la redefinición de la política de seguridad como garantía de la democracia, con especial énfasis en la ruptura de los tejidos sociales y políticos por la corrupción del sistema de seguridad e impartición de justicia.
En el fondo, el país está viviendo una crisis en la transición política. Si toda transición es de origen una redistribución del poder, el problema radica en la forma de la reasignación de los espacios de dominación: por la vía de la violencia con las bandas criminales o por el asalto a espacio político como estrategia de la oposición. El tercer camino es el de la transición pactada, cada día más lejana.
Lo que la oposición no quiere entender es que toda transición exitosa pasa por acuerdos. Y que por las evidencias de una revaloración de la sociedad --la organizada y la desorganizada-- será prácticamente imposible la restauración del viejo orden priísta. Por tanto, los partidos debieran de darle prioridad a la transición y no al desgaste del adversario: el PAN, el PRI y el PRD necesitan desde ahora reformular el régimen político para tener pista de aterrizaje en el 2012, cualquiera de ellos que gane las elecciones. Ninguno de los tres va a poder gobernar con el régimen político actual.
Lo que queda por dilucidar es el dato mayor: ¿han decidido los partidos cerrar la puerta a la transición, aún a riesgo de fijar amplios espacios de ingobernabilidad? Todo indicaría que sí, que ningún partido quiere arriesgar capital político con reformas de fondo y que no existen liderazgos para regresar al país al camino de la transición.
Lo malo es que muy pronto los partidos se van a dar cuenta que el tema de la seguridad fue importante pero no determinante, que la seguridad también es consecuencia de un régimen político democrático y equilibrado y que la gran prioridad nacional es el de la reformulación del proyecto nacional de desarrollo.
2.- 2011: ¿año de más frustraciones?
Las expectativas que se perfilan para el 2011 no son las mejores. El cierre político del año 2010 dejó ver que las prioridades de los partidos y los liderazgos políticos son ajenas a la realidad del país. Por tanto, el próximo año se adivina como el año de la disputa adelantada del poder.
Lo malo de todo es que el 2011 no va a determinar el saldo electoral del 2012. Por tanto, tampoco va a prefigurar al partido y candidato que gobernaría el próximo sexenio. A pesar de lo que estén asumiendo los liderazgos políticos, en el 2012 apenas podrían definirse las pre candidaturas presidenciales y algunas tendencias electorales.
En todo caso, los partidos seguirán ciegos ante la realidad del agotamiento del modelo de desarrollo nacional, el estrechamiento de movilidad del régimen político y la acumulación de rezagos sociales en todos los niveles. Pero en lugar de buscar el consenso electoral en función de propuestas para salir de la crisis, los partidos y suspirantes presidenciales le están apostando al control electoral y no al equilibrio democrático.
Los liderazgos políticos no han querido entender las lecciones de las transiciones: México se va a debatir en el cortísimo plazo de un año en el dilema de optar por una transición a la soviética --el fracaso de Gorbachov y la restauración de Putin-- o una transición a la española --a pesar de la polarización maquiavélica actual--. La primera no condujo a la democratización sino al refortalecimiento de los sectores pretorianos del poder y la segunda permitió la alternancia del poder entre dos fuerzas polares en el discurso pero no en las ideas ni en los modelos de desarrollo.
La alternancia partidista en México ha dejado los mismos escenarios del desarrollo: tasas bajas de crecimiento económico por falta de reformas estructurales y rezagos sociales acumulables. Agobian las mismas cifras de siempre: el actual modelo de desarrollo sólo permite tasas tendenciales de crecimiento de 3.5% anual porque la estructura productiva generaría cuellos de botella inflacionarios arriba de esa cifra, pero con la necesidad de PIB anuales de 7.5% para atender la demanda anual de 1.3 millones de empleos para la nueva población económicamente activa que exige trabajo formal cada año.
Ahí se localiza el gran debate nacional que partidos y liderazgos debieran atender en el 2011 antes que el de los precandidatos presidenciales y las tendencias de las encuestas. Y está también la agenda de la transformación del régimen político y las reglas del juego, pero se ha visto cómo el congreso decidió desdeñar al IFE y convertirlo en rehén de las fuerzas políticas dominantes.
De ahí que el 2011 se perfile como otro año de frustraciones sobre el futuro de México. De nueva cuenta se van a archivar la reforma del Estado, la reforma económica, la reforma del modelo de desarrollo agropecuario, la reforma de la política industrial, la reforma laboral y, entre muchas otras, la reforma de justicia. Y sin esas reformas asumidas de manera integral, las expectativas de crecimiento, desarrollo y bienestar para el país seguirán siendo mediocres, para salvar el año, sin recuperar lo perdido y sobre todo sin expectativas de mejoramiento real.
Lamentablemente para las mayorías mexicanas el 2011 será otro año de disputa por el poder en las élites. Nada más.
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