INDICADOR POLITICO
+ Arizona: metáfora del imperio
+ Sociedad basada en violencia
Carlos Ramírez
A la memoria de Enrique Rubio,
lector infaltable y amigo
El tiroteo reciente en Arizona ha vuelto a poner a los Estados Unidos ante la imagen distorsionada de su propia realidad: la violencia con o sin razones forma parte de la naturaleza del imperio.
Arizona es apenas una muestra más del catálogo de muertes violentas como parte sustancial de la conformación del carácter del norteamericano: los EU como imperio se formaron precisamente sobre la violencia. Las congojas de hoy son las mismas del pasado ante casos quizá más crueles: los asesinatos de Sharon Tate, de John F. Kennedy, de Selene Quintanilla, las casi 25 matanzas de estudiantes en centros educativos en el último cuarto de siglo --sobre todo Columbine y Texas y Virginia--, el crimen de la de la familia Clutter en Kansas que dio pie a la novela de Truman Capote A sangre fría.
No debe extrañar ahora que sea Arizona, donde la vida cotidiana se basa en un estado de naturaleza del viejo oeste. Por ejemplo, en Arizona es legal cargar en el hombro fusiles automáticos e ingresar con ellos a lugares como Starbucks o Fuddrockers. En el 2009 un hombre fue detenido a unas calles de donde se encontraba de visita el presidente Barack Obama porque portaba un fusil de alto poder, pero fue liberado porque en Arizona no es delito.
Tampoco debe causar reparos que sea Arizona donde se ha desatado la violencia contra inmigrantes, si Arizona fue primero propiedad de los indios pieles rojas y luego de mexicanos y ahora los nativos blancos quieren echar de sus tierras a quienes les recuerdan las conquistas.
Y a quién le causa estragos el hecho de que haya violencia contra una congresista si los EU han participado en matanzas de civiles en Vietnam, My Lai, Irak, Afganistán, si viola los derechos humanos en la prisión de Guantánamo y de Abu Graib, si el gobierno de Obama no castiga al ex presidente Bush por haber autorizado la tortura --cuál Dirección Federal de Seguridad mexicana-- para obtener confesiones o delaciones y, peor aún, ha mantenido esa práctica para combatir el terrorismo, o cómo negar la violencia cotidiana con la ley patriótica que viola los derechos humanos por el miedo a atentados.
Y cómo criticar la venta libre de armas si el loby más importante en los EU es la Asociación Nacional del Rifle, cuyos fondos han sostenido campañas de prácticamente todos los políticos en sus campañas. Y si la segunda enmienda constitucional compromete al gobierno de los EU a proteger la posesión de armas sin restricciones, basado en el derecho natural a la conquista con la que se construyó el imperio aplastando a indios, mexicanos y otros poseedores de tierras.
La sociedad norteamericana poco tiene de qué arrepentirse o congojarse con la violencia porque la violencia forma parte de su propio ser. Por eso el asesino de Kennedy fue solitario y resultó luego asesinado antes de ser procesado. O si las características de un estado de naturaleza ofrecen de suyo la salida de la locura mental a los asesinos, como la tendrá el responsable del reciente tiroteo en Tucson, Arizona.
Más que no entender la lógica de la violencia, los EU --sociedad y gobierno-- entienden a la perfección que la violencia es consustancial a su naturaleza imperial. Por eso se asusta y llora ante tragedias con las matanzas en universidades pero al día siguiente sigue sin modificarse la venta de armas libres. Los jóvenes responsables de la tragedia en Columbine compraron un arsenal a través del internet y con esas armas masacraron sin piedad a compañeros.
La politización del tiroteo en Tucson buscó culpables pero no responsables. La campaña de medios contra el Tea Party y Sarah Palin pudo haber tranquilizado algunas almas progresistas, pero padece de un vicio de origen: la agresión a la congresista Gabrielle Giffords y a varios civiles no ha sido la primera ni será la última. El huevo de la serpiente no hay que buscarlo en los adversarios conservadores sino en la conformación ahistórica y asocial de los estadunidenses y al espíritu de la competencia y de conquista. Los estadunidenses se asustan del tiroteo en Tucson pero avalan las matanzas de civiles en Irak y Afganistán.
La fuerza de los EU como imperio está basada en el uso indiscriminado de la violencia. Por eso el agresor de la congresista tendrá la salida de una declaración de locura temporal. Y el argumento será creído por la sociedad estadunidense porque el norteamericano medio no podría entender que alguien matara por placer. Y como carecen de argumentos para politizar la militancia del agresor, entonces no queda más camino que la locura.
Los EU están condenados a ser víctimas de su propia violencia. Las 25 matanzas en centros educativos apenas logran dibujar la dimensión de un conflicto existente pero sin solución en la lógica del estadio de naturaleza de la sociedad norteamericana. Al final, los conflictos de violencia forman parte del espectáculo mediático. Y lo peor será que el movimiento Tea Party y Sarah Palin saldrán fortalecidos en sus posiciones políticas e ideológicas porque la violencia suele cohesionar al conservadurismo.
Quedan, eso sí, los indicios de una sociedad polarizada violentamente por las ideas. La necedad de Barack Obama para imponer sus soluciones sin consensos ni debates es la misma de la gobernadora de Arizona Jan Brewer para aprobar leyes contra los migrantes. Y queda, al final, sólo el espectáculo mediático: el mexicano Daniel Hernández que ayudó a mantener con vida a la congresista se convirtió en el héroe existencial que contribuirá a desdramatizar el conflicto y a opacar a la congresista herida. Al final, dirán los medios, quedó algo bueno.
Y hasta la próxima masacre.
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