INDICADOR POLITICO
+ Francia: la doctrina Juárez
+ Orgullo de nación ofendida
Carlos Ramírez
Para Eduardo Mejía,
gambusino de los detalles
El presidente francés Nicolás Sarkozy parece decidido a olvidar o a ignorar la historia de las relaciones bilaterales con México. Después de la segunda intervención francesa en el siglo XIX que impuso aquí a un príncipe extranjero, el presidente Benito Juárez decretó contra Francia la doctrina de un país agredido.
En el porfiriato., Vida política exterior. Segunda parte, de la Historia Moderna de México, Daniel Cosío Villegas reconstruye con malicia lo que tuvo que pasar Francia para reanudar relaciones diplomáticas con el país al que invadió y salió derrotado. Más de trece años tardó Francia en encontrar un camino tangencial hasta que tuvo que someterse a la Doctrina Juárez.
En diciembre de 1867, luego de restaurar la república, Juárez abrió las sesiones del Congreso con un discurso en el que estableció las condiciones para reanudar relaciones con los EU, Inglaterra y Francia. Los primeros dos países no tuvieron problemas. Pero a Francia, cuenta Cosío, Juárez prácticamente la humilló como pago a la invasión militar:
“Ellas (las potencias europeas), rompieron voluntariamente sus relaciones con México; unas, porque le hicieron la guerra; y las demás, porque desconocieron a la República (Mexicana) al reconocer al gobierno espurio de Maximiliano. México, ante esta situación, no se niega a reanudar las relaciones, pero lo hará sólo cuando se llenen estos tres requisitos: que esas potencias manifiesten su deseo y su interés en el restablecimiento de relaciones; que admitan la caducidad de todos los tratados y convenciones vigentes antes de la Intervención y que los nuevos (tratados) que los reemplacen se negocien sobre bases justas y convenientes para el país”.
Las relaciones pudieron ser reanudadas hasta 1880 y luego de que Francia tuvo que negar cualquier exigencia para el pago de daños por la guerra y que aceptar que México tenía derecho de hacer reclamaciones por la invasión. La Francia que invadió México fue la de Napoleón III --apodado El Pequeño por Víctor Hugo en una novela paródica-- y la Francia que quiso reanudar relaciones fue la de los republicanos que inclusive apoyaron a México contra la invasión francesa.
Pero a cada intento de Francia, México enarbolaba la Doctrina Juárez de un país agredido militarmente. Las tres condiciones de Juárez fueron aterrizadas en puntos aún más concretos: que Francia le diera a México el grado de nación más favorecida, que le pagara una indemnización por los daños y perjuicios sufridos a causa de la Intervención y que renunciara a sus reclamaciones contra México.
Francia se negó, buscó caminos a veces extraños y cómicos, ofreció que la reanudación se realizara simultáneamente con precisión horaria. Funcionarios y diplomáticos de las dos naciones decidieron hacer negociaciones por su cuenta y sin autorización oficial y se toparon con la Doctrina Juárez. Y no era para menos: Francia impuso en México a un príncipe extranjero, invadió el país y lo sumó a su imperio. Curiosamente le correspondió al presidente Porfirio Díaz, quien como general juarista había derrotado a Francia en algunas batallas, reanudar relaciones, pero siempre imponiendo las condiciones de Juárez.
El punto que irritó a los franceses fue el que México no buscaba relaciones con Francia, aunque las necesitaba. Intervinieron varios países sudamericanos como negociadores y altos funcionarios de los Estados Unidos, pero México logró imponer su orgullo como principio: era una nación ofendida con la invasión francesa. Ahí se dio la segunda y estrepitosa derrota de Francia: aceptar el argumento de orgullo de México. México nunca dio el primer paso. Y Francia se tragó su orgullo ante México.
La argumentación mexicana era inflexible: “si Francia manifiesta su deseo de reanudar relaciones, México se prestará a ello”. Pero México nunca dio el primer paso. El canciller José María Lafragua lo reafirmó en un cable a Ignacio Mariscal, ministro representante ante el gobierno de Washington: México estaría dispuesto a reanudar, pero “esto no quiere decir que México entre desde luego a formular reclamaciones; pero sí que tiene que dejar a salvo los derechos que tenga para el caso en caso de que se necesite o se pueda hacerlos valer”.
La clave eran los principios de México: no realizar reclamaciones pero dejar abierto ese derecho. Francia, aún como potencia imperial, quería doblar a México imponiendo sus propias condiciones. El asunto se complica con dos eventos realizados en Francia: la Exposición Universal de París de 1878 y el Congreso de la Unión Postal también de 1878. México estaba invitado a ambos eventos, pero se atravesaba el hecho de que no había relaciones diplomáticas.
Francia quiso usar mañosamente los eventos para dar por sentado que ya había relaciones, pero México fue fiel al orgullo de la Doctrina Juárez. Un par de enviados franceses le fijaron al presidente Díaz las tres condiciones de Francia para reconocer a Díaz: olvido recíproco del pasado, renuncia recíproca a toda reclamación y ningún pago por reclamaciones emanadas de la Intervención. Díaz los despachó con desdén: México no aceptaba más condiciones que las de la Doctrina Juárez. Y México no estuvo oficialmente en ninguno de los dos eventos.
Al final, Francia aceptó las condiciones mexicanas y las relaciones se reanudaron. Frente al peso de la historia con un país que dos veces invadió México, Nicolás Sarkozy es apenas un accidente histórico y Florence Cassez es una delincuente sentenciada.
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EXCELENTE ESCRITO, BIEN DOCUMENTADO,OBJETIVO Y APEGADO A LA REALIDAD ADEMAS DE SER EMINETEMENTE ACTUAL. FELICITACIONES SR. RAMIREZ, HONOR A QUIEN HONOR MERECE.
ResponderEliminarQue buen argumento Carlos Ramírez. Hay que aplicar la doctrina Juárez. La sociedad mexicana está ofendida por la secuestradora sentenciada y por Sarcosy su oficioso defensor. La doctrina Juárez. Muy bien, ojalá lean tu artículo en la SRE
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