INDICADOR POLITICO
+ Proceso enaltece a narcotráfico
+ Crítica sin brújula periodística
Carlos Ramírez
Con el título de Proceso enaltece al narcotráfico, el experto en medios de comunicación y director de la revista etcétera, Marco Levario Turcott, hizo un análisis de contenido del último número del semanario y se encontró con la con una política editorial funcional a los intereses del crimen organizado.
El texto de Levario (www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=4623) toca los puntos de debate de las políticas editoriales parciales y funcionales al crimen organizado. Por su interés, se reproduce casi en su totalidad:
Desde nuestro punto de vista, la edición de esta semana de la revista Proceso es un ejemplo claro de la pérdida de brújula periodística entre la crítica al gobierno federal --en particular a su estrategia contra el crimen organizado- y la cobertura informativa que la publicación hace del narcotráfico.
Tal extravío, que no es nuevo en esa publicación, más allá de los muchos reparos que se tengan respecto de la política del Presidente para combatir el narcotráfico, registra falta de compromiso con el Estado de derecho en el que se afianza la democracia.
El Coronel tuvo quien le escriba
La crónica del sepelio de Ignacio Coronel, hecha por la reportera Patricia Dávila, no deja dudas, es como si asistiéramos al despido de un hombre célebre y querido por su gente. Enaltece la violencia. Dávila describe que la partida del personaje ocurrió mientras “esa tarde resplandecía tanto como el sol abrasador”, en el panteón a donde “asistieron hombres, mujeres y niños de la sierra del municipio de Canelas, Durango, lugar donde nació. También había gente de Tamazula, donde la familia del difundo echó raíces”.
De la página 14 a la 16, el lector se entera de que Nacho Coronel se fue “vestido de forma elegante: traje beige y camisa blanca; enmarcado su rostro por una barba oscura. Además de informarse que el ataúd viajó en un lujoso Cadillac” y que “el cortejo estuvo bajo el acoso” del Ejército, el lector sabe también que “en la entrada del cementerio estaban dos orquestas que, apenas llegaron los ataúdes interpretaron la canción 'Nadie es eterno en el mundo' y se unieron al séquito para acompañar los cuerpos a sus tumbas” y enseguida la reportera reproduce un estribillo.
(…)
Luego la reportera escribe: “La gente que conoció a Nacho Coronel asegura que era un hombre de 'buenos sentimientos', muy humano. Siempre que podía ayudaba a la gente necesitada y siempre respetó a sus subalternos” (como se nota, Dávila no citó a una o dos personas, incluso advirtiendo su anonimato, sino a “la gente”, y lo que no puso en comillas nos impide saber si ella completaba o fue una transcripción de lo que le habría dicho “la gente”.)
Sólo una vez, en esta crónica, se advierte que Coronel era un narcotraficante.
El gobierno, asesino
En contraste con el Coronel, y a juzgar por el reportaje de Álvaro Delgado --“En el PAN purga sta... Calderonista”, que ocupa dos planas y cuarto, de la página 24 a la 26-- el presidente de México no respeta a sus subalternos y es intolerante.
Antes de la crónica de Patricia Dávila arriba descrita, de la página 8 a la 10 se ubica el reportaje de Marcela Turati en donde se hace un manejo intencionadamente sesgado para hacer responsable al Ejecutivo de “los 28 mil mexicanos que han muerto” (no obstante que la abrumadora mayoría, el 90%, hubiera tenido nexos con el narcotráfico o hayan sido actores relevantes de esa actividad).
Pero Turati hace algo más, para enfatizar en la crueldad del gobierno federal describe el sufrimiento de los hijos que han perdido a sus padres, como “Octavio” que se dibujaba a lado de su papá o como el pequeño Fredy también: “de tres años, no habla mucho en clase pero un día, antes de ir, le dijo a su mamá que papi había bajado del cielo a visitarlo y a pedirle que se portara bien: en su sueño, se dio cuenta de que traía un 'coco' en la cabeza, en el mismo lugar donde le dieron el balazo mortal”.
(…)
Enseguida está el texto de Daniel Lizárraga: “Y Calderón, ante el espejo de su fracaso”.
A diferencia del hombre bondadoso que en el lienzo de Patricia Dávila fue Nacho Coronel, en el reporte de Lizárraga que describe las sesiones de diálogo que sobre la violencia ocurrieron durante la semana previa a la publicación de Proceso, el Presidente es un hombre impaciente, obsesivo y autoritario. En tres páginas y cuarto, el reportero presenta un panorama sombrío. Más aún cuando se lee el reportaje de Ricardo Ravelo, quien pretende documentar en cuatro páginas que tras la muerte de Ignacio Coronel habrá “mucha más violencia en el país”. Junto con esa afirmación, la sugerencia al lector parece ser la de que lamente el fallecimiento de un hombre de “buenos sentimientos”.
Todos esos reportes encuadran en una portada que reproduce un dibujo de Naranjo, en donde la clásica representación de la parca admira al Presidente por los 28 mil muertos que ha arrojado el combate al narcotráfico. La nota principal de la portada dice: “La cosecha de Calderón”.
La edición no ofrece algún material de análisis que proponga enmiendas o líneas alternativas al gobierno para el combate del narcotráfico.
El periodismo sin concesiones, que es la frase con la que muchas veces ostenta Proceso sus resueltas definiciones periodísticas, significa también que, como han dicho sus directivos, la línea editorial de Proceso no se discuta. Pese a ello, creemos que vale la pena revisar los contenidos de los medios, entre otras razones porque esto implica también una invitación al lector para revisar con mayor rigor la oferta informativa que reciben.
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