INDICADOR POLITICO
+ 2012: ganan poderes fácticos
+ Hasta AMLO cedió dominación
Carlos Ramírez
Si hay aun quien se pregunta por qué es tan alto el porcentaje de indecisos electorales, por qué las candidaturas no prenden y por qué se prevé una alta abstención de votos, las respuestas están a la vista: ninguno de los tres principales candidatos presidenciales ofrece una opción real para el 2012-2018.
Dos de los candidatos --PRI y PAN-- son previsibles porque el primero viene de una dependencia de intereses reconocidos y la segunda significa la continuidad de un gobierno. El tercero, sin embargo, significa ya la gran derrota de la auto denominada izquierda y se perfila hacia el modelo priísta: dependencia de los poderes fácticos y de reproducción del modelo de gobierno subordinado a los grandes intereses.
La reunión de López Obrador con el vicepresidente estadunidense Joe Biden, su presencia en Guanajuato en la misa del Papa Benedictus XVI, su reunión con los banqueros, su “amor y paz” con las televisoras privadas y la reconfirmación del camino de la misma política económica neoliberal diseñada y consolidada por Carlos Salinas ofrecen la imagen de un país realmente sin alternativas y sin posibilidades de cambio; al final, en nada se diferencia López Obrador del PRI de Enrique Peña Nieto o del PAN de Josefina Vázquez Mota.
El fondo es más complicado: se trata del dominio vigente de los poderes fácticos, es decir, de estructuras de fuerza política, económica y moral que se colocan con autonomía relativa frente y a veces por encima del Estado y por tanto escapan al control de la hegemonía estatal: la menor autonomía relativa del Estado ante los poderes fácticos al final conduce al Estado a negociar soberanía con la dominación sectorial.
En su visita a México para examinar a los tres candidatos presidenciales designados por las tres principales fuerzas políticas, el vicepresidente Biden no sólo simbolizaba los intereses de la relección del presidente Barack Obama, sino con ellos la representación de los enfoques de geopolítica y seguridad nacional que tienen a México con la mano estadunidense en la garganta y por tanto los intereses de la geopolítica del dólar, es decir, del modelo económico del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
De ahí que el próximo presidente de México --uno de los tres-- acudió presuroso a un hotel de Paseo de la Reforma a garantizarle a Obama la continuidad del modelo de lucha contra el crimen organizado, se hincó frente al Papa Ratzinger para obtener la foto y su bendición pero sin capacidad de autonomía política y diplomática para reclamarle los abusos sexuales de sacerdotes, de manera sobresaliente los del mexicano Marcial Maciel y le garantizó a los poderes oligopólicos --comunicación, finanzas y fiscales-- la continuidad del mismo modelo económico que produce desigualdad social.
Los tres candidatos presidenciales perdieron la oportunidad de darle a sus campañas un toque de singularidad, aunque el margen de maniobra del priísta Peña Nieto es el más reducido de los tres por la cantidad y calidad de los compromisos asumidos a lo largo de su precampaña, básicamente con el poder fáctico de Televisa; pero a pesar de esa característica de su candidatura que sin duda le reduce votos, Peña Nieto no ha marcado hasta ahora una distancia de la televisora de Azcárraga.
Josefina ha tenido la oportunidad de darle un perfil propio a su candidatura, pero parece que ha preferido flotar con la definición de la continuidad sexenal, dejando pasar la oportunidad de tomar la bandera de la construcción de una nueva democracia como consecuencia lógica de la alternancia del 2000; Fox se atemorizó con el desafío del cambio y le cedió el poder a Martha Sahagún, quien tampoco tuvo la visión política para entender la lógica del 2 de julio del 2000; y Calderón le dedicó más tiempo a la lucha contra el poder fáctico del crimen organizado pero descuidando el tema de la instauración democrática que debe ser el paso lógico y automático de toda alternancia metida en la lógica de la transición política. La oportunidad de tomar esta bandera se le está escapando a una Josefina que no quiere asumir enfoques de fondo y que podría estar esperanzada en el voto del miedo.
López Obrador, el gran rebelde, el gran renegado, el opositor, aparece hoy como el institucional: su discurso amoroso le ha reducido negativos pero no le ha aumentado positivos electorales y le ha hecho perder votos de los sectores radicales que compraron su insurrección del 2006 que quiso impedir por la violencia la toma de posesión de Felipe Calderón; el discurso del tabasqueño es el mismo del PRI.
El PRD como partido auto denominado de izquierda quedó ya como un… PRI cualquiera. Y si alguien lo duda, bastará con recoger la declaración de Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación durante el fraude electoral contra Cárdenas el 2 de julio de 1988 y ahora santificado por el predicador López Obrador al ungirlo como candidato a senador poblano por el PRD-PT-MC: Bartlett afirmó que será candidato del PRD sin renunciar al PRI; lo de menos es que al registrarse como candidato deje de ser automáticamente del PRI; lo importante es el mensaje: el PRD-Morena de López Obrador busca renacer en PRI.
En este contexto, la priízación de López Obrador, del PRD, del PT, de MC y de Morena se localiza en la candidatura de Bartlett Díaz pero también en la postración del tabasqueño ante los poderes fácticos del viejo régimen que han sido los grandes sobrevivientes de la alternancia y que se disponen a refrendar su fuerza ante los compromisos asumidos con anticipación por los tres principales candidatos presidenciales.
Lo grave de todo es por tercer sexenio consecutivo la alternancia partidista se quedará como la continuidad vergonzante del viejo régimen.
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