INDICADOR POLITICO
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Carlos Ramírez
Como era previsible, la candidatura ciudadana del ex procurador capitalino Miguel Angel Mancera hizo sonar los tambores de guerra en el perredismo local por la sencilla razón de que el gobierno del DF no es solamente una posición de poder ni nada más una estructura de movilización, sino una caja chica para gastos políticos.
Como acción concertada, ayer diarios y algunas columnas políticas operaron una información coincidente: que Manuel Camacho Solís, sin la anuencia de Marcelo Ebrard y desde luego sin el aval de Andrés Manuel López Obrador, era el promotor de la candidatura de Mancera al gobierno del DF. Con esos datos filtrados comenzó la guerra de posiciones en el perredismo capitalino para ver quién pondrá el candidato y quién tendrá más ventajas para definir candidaturas a jefes delegacionales y diputados locales.
A pesar de que López Obrador negoció con Ebrard la candidatura presidencial a cambio de dejarle al jefe saliente de gobierno del DF la definición de la candidatura, el punto de conflicto ha sido la militancia perredista. Los perredistas temen que un jefe de gobierno que no milite en el PRD le quite el manejo de los intereses presupuestales al PRD y permita la formación de otro grupo de poder no perredista con cargo a las finanzas capitalinas.
En el perredismo capitalino ha existido siempre la desconfianza en la lealtad perredista de Ebrard, confirmado después del despido de Martí Batres Guadarrama como secretario de Seguridad Pública por la decisión de Ebrard de no cumplir con la orden de López Obrador de no reconocimiento al presidente Felipe Calderón. Como todo cacique político, López Obrador exige sumisión completa. Al final de cuentas, el DF ha sido un cacicazgo político del tabasqueño y Ebrard comenzó a regatear el liderazgo hacia finales de su sexenio. De ahí que el perredismo lopezobradorista se va a negar a entregarle el poder político y presupuestal de la ciudad de México a un no perredista.
El fondo del asunto tiene que ver, además, con el escenario futuro. Lo que se disputa en la candidatura perredista a la jefatura de gobierno es la construcción de un nuevo bloque político para la candidatura presidencial del 2018, en el entendido de que en el equipo de Marcelo Ebrard existe la certeza de que López Obrador no va a ganar la presidencia de la república, que el PRD se va a desmoronar y que la sobrevivencia del bloque perredista va a depender del liderazgo que sobreviva para dentro de seis años: Cuauhtémoc Cárdenas está alejado del partido, Lázaro Cárdenas Batel dejó pasar oportunidades partidistas, López Obrador es menos perredista de lo que dice y Los Chuchos tiene el control del partido pero carecen de liderazgo político y moral.
Ahí es donde Ebrard ha visto la oportunidad de construir un nuevo bloque político y de poder previendo el agotamiento del ciclo del PRD; pero para construir su cacicazgo necesita de recursos presupuestales --los del gobierno del DF-- y la derrota electoral de López Obrador. Por ello fue que Ebrard tuvo que adelantar su agenda política al cesar ignominiosamente a Batres como la figura más relevante del perredismo lopezobradorista en el DF, aunque el costo fue también precipitar la guerra de posiciones en el PRD capitalino con miras a las candidaturas del 2012.
En la candidatura perredista a jefe de gobierno para este año se va a jugar la candidatura presidencial del 2018; la apuesta de Ebrard consiste en tratar de salirse del corral lopezobradorista que lo quiere cercar con la oferta del tabasqueño de la Secretaría de Gobernación, tratando de repetir el escenario del 2006: López Obrador se llevó a Ebrard al gobierno del DF para dejarlo por dedazo como su sucesor, pero siempre atado a la dependencia del cacique.
Si López Obrador gana la presidencia de la república este año, Ebrard tendría que someterse al escenario caciquil y reforzar su dependencia del tabasqueño; si López Obrador pierde, Ebrard no quiere quedarse en el aire. Por ello es que el objetivo central de Ebrard en su campaña adelantada para el 2018 necesita del poder político y presupuestal del gobierno del DF y requiere del desmoronamiento del PRD por la derrota electoral; sin liderazgos fuertes, Ebrard quedaría como el jefe máximo del bloque neopopulista. De ahí el hecho de que la imposición de Mancera como candidato no-perredista por el PRD y la victoria electoral en julio sean el escenario de trasfondo de la disputa por las candidaturas en el DF.
La filtración a varios medios y columnas de datos que exponen a Camacho Solís como el operador de la candidatura de Mancera provino del juego de poder del perredismo lopezobradorista y la maniobra podría tener las huellas del grupo de René Bejarano y Dolores Padierna, las posiciones más fuertes del PRD en el gobierno del DF y en los grupos populares beneficiarios de los programas sociales. El problema va a estalla cuando las encuestas señalen a Mancera pero los grupos perredistas se dividan públicamente y le dejen el paso abierto al PRI que ya rebasa al PRD en algunos sondeos electorales.
Al colocar a Camacho Solís en el centro de una imposición al perredismo, López Obrador de paso debilita la posición de la alianza Diálogo Nacional entre PRD-PT-Movimiento Ciudadano-Morena, se confirma como el Caudillo de la coalición neopopulista, retoma el control de político-electoral del DF y mantiene el poder presupuestal del gobierno capitalino con un candidato que sí sea perredista. Al final, el objetivo de los caciques es el control más allá de las posiciones de poder y la subordinación de los liderazgos intermedios.
De ahí que la guerra de posiciones por la candidatura del PRD al gobierno del DF está ya enfrentando a López Obrador y a Marcelo Ebrard y va a convertirse en el principal obstáculo de Mancera, aunque jugará como un escenario adverso a las posibilidades del PRD para mantener la jefatura de gobierno del DF.
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